Contemplamos
hoy a Jesús y contemplamos a María, la madre de Dios, con el deseo de que Dios
vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda su paz
Números 6, 22-27; Sal 66; Gálatas 4, 4-7;
Lucas 2, 16-21
Seguimos en fiesta y aunque en el
ambiente aun se reconocen muchos signos de la navidad sin embargo para una gran
mayoría de personas las fiestas ya de estos días tienen otro significado que en
cierto modo les aleja del aquel ambiente religioso de navidad que vivimos hace
una semana. Aparte de quienes ya quieren hasta hacer desaparecer el nombre de
la navidad dándole otros significados y categorías, lo que ahora ya estamos
celebrando tiene mucha más relación con la despedida del año y la llegada y
acogida del año nuevo.
Con todo lo hermoso que pueda ser la alegría
y acogida de un nuevo año, que incluso la despedida del año viejo pueda tener
connotaciones de cambio a una vida nueva, que manifestamos en tan rebuscados en
ocasiones deseos, sin embargo para el creyente sigue siendo la navidad.
Realmente es la octava de la Navidad y que en nuestra liturgia es como una
prolongación de la fiesta de aquel día primero que seguimos queriendo vivirlo
con toda solemnidad. Ni olvidamos ni dejamos a un lado lo que en el ámbito
civil celebra y vive la sociedad, pero no podemos olvidar ni dejar a un lado de
ninguna manera este espíritu de navidad que todavía tiene que seguirnos
impregnando.
Cuando venimos celebrando como lo
hacemos en la navidad el nacimiento de Jesús, que es el Hijo de Dios que ha
encarnado en el seno de María para ser Dios con nosotros, verdadero hombre y
verdadero de Dios – no podemos olvidar lo que son los pilares de nuestra fe
cristiana - hoy la liturgia nos invita a
mirar de manera especial a María, la Madre de Jesús, la Madre de Dios. Es el
carácter especial que le damos a la celebración de este día de la octava de la
Navidad y que nos coincide con el primero del año.
Así contemplamos hoy a María. Como nos decía
san Pablo ‘cuando llegó la plenitud del
tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para
rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción
filial’. Envió Dios a su hijo
nacido de mujer, nacido de María. Hoy la contemplamos a ella de manera
especial, es la madre de Jesús, es la Madre de Dios.
Los pastores al
anuncio del ángel acudieron a Belén y allí encontraron las señales que les
había dado el ángel. El niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
Pero allí estaba María, la madre, que lo contemplaba todo, que cantaba a Dios
en su corazón porque ella sabía muy bien, como se lo había revelado el ángel,
el misterio de de Dios que estaba viviendo. Y por eso como termina diciéndonos
hoy el evangelio ‘María guardaba todas estas cosas en su corazón’.
Creo que no es
necesario ponernos a hacer demasiadas consideraciones. Es momento de
contemplación en silencio para si nosotros llenarnos también del misterio de
Dios. Aun mantenemos en nuestras casas la costumbre de hacernos el Belén pero
que no nos hemos de quedar como un adorno más que pongamos en nuestros hogares,
sino que tendríamos que saber encontrar el momento para detenernos delante del
Belén para contemplar el misterio de Dios que allí hemos representado.
Estos días los hemos
vivido quizá demasiados ajetreados con tantas cosas, celebraciones, comidas,
fiestas, regalos, visitas, familias, amigos, y no digamos nada ahora con las
fiestas de fin de año y año nuevo, y pudiera ser que hayamos perdido lo
principal, que es sentir a Dios en nuestra vida, en nuestro corazón. Démonos
cuenta de esa tentación que sufrimos y cómo pronto cambiamos y dejamos a un
lado lo referente a navidad para pasar a otra cosa, a otras fiestas como ya
estos días celebramos.
Por eso es bueno
detenernos y hacer silencio, que es una manera de ponernos en sintonía de Dios,
de dejar que Dios nos vaya hablando a través de esas sencillas imágenes que
tenemos ante los ojos en lo más hondo de nuestro corazón, detenernos y dejar
que en la contemplación vaya fluyendo de nuestro corazón los mejores
sentimientos, los mejores deseos, detenernos en silencio para dejar sentir en
nosotros el gozo de Dios, para sentir en nosotros esa paz de Dios que se
anunció en la noche de Belén.
Claro que vamos a
tener en cuenta los momentos que en el año civil coinciden con estas fiestas,
un año que termina y otro año nuevo que comienza, que por supuesto es mucho más
que el cambio de fecha en el calendario. Es el ritmo de la vida con el paso de
los días y con el paso de los años; es el ritmo de la vida que también tienen
sus preocupaciones y en el que aparecen los buenos deseos, como todos estos días
tenemos de felicidad los unos para los otros. Pero es desde un sentido creyente
que Dios en verdad es el Señor de la historia y no es ajeno a los ritmos de
nuestra vida. Pero eso en medio de la alegría de la fiesta no nos puede faltar
nuestra oración, por una parte de acción de gracias por lo vivido, pero también
de súplica de su gracia y de su presencia para los nuevos pasos que vamos a
emprender.
Y esa súplica está
nuestra oración por la paz. Pablo VI instituyó esta jornada de oración por la
paz que para nosotros los creyentes no puede pasar desapercibida en este
comienzo de año. Que el Señor vuelva su
rostro sobre nosotros y nos conceda su paz, como veíamos en la bendición que se
nos ofrecía en la primera lectura. Que ese sea nuestro deseo, nuestra petición
al Señor y la felicitación
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