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miércoles, 1 de enero de 2020

Contemplamos hoy a Jesús y contemplamos a María, la madre de Dios, con el deseo de que Dios vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda su paz


Contemplamos hoy a Jesús y contemplamos a María, la madre de Dios, con el deseo de que Dios vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda su paz

Números 6, 22-27; Sal 66; Gálatas 4, 4-7; Lucas 2, 16-21
Seguimos en fiesta y aunque en el ambiente aun se reconocen muchos signos de la navidad sin embargo para una gran mayoría de personas las fiestas ya de estos días tienen otro significado que en cierto modo les aleja del aquel ambiente religioso de navidad que vivimos hace una semana. Aparte de quienes ya quieren hasta hacer desaparecer el nombre de la navidad dándole otros significados y categorías, lo que ahora ya estamos celebrando tiene mucha más relación con la despedida del año y la llegada y acogida del año nuevo.
Con todo lo hermoso que pueda ser la alegría y acogida de un nuevo año, que incluso la despedida del año viejo pueda tener connotaciones de cambio a una vida nueva, que manifestamos en tan rebuscados en ocasiones deseos, sin embargo para el creyente sigue siendo la navidad. Realmente es la octava de la Navidad y que en nuestra liturgia es como una prolongación de la fiesta de aquel día primero que seguimos queriendo vivirlo con toda solemnidad. Ni olvidamos ni dejamos a un lado lo que en el ámbito civil celebra y vive la sociedad, pero no podemos olvidar ni dejar a un lado de ninguna manera este espíritu de navidad que todavía tiene que seguirnos impregnando.
Cuando venimos celebrando como lo hacemos en la navidad el nacimiento de Jesús, que es el Hijo de Dios que ha encarnado en el seno de María para ser Dios con nosotros, verdadero hombre y verdadero de Dios – no podemos olvidar lo que son los pilares de nuestra fe cristiana  - hoy la liturgia nos invita a mirar de manera especial a María, la Madre de Jesús, la Madre de Dios. Es el carácter especial que le damos a la celebración de este día de la octava de la Navidad y que nos coincide con el primero del año.
Así contemplamos hoy a María. Como nos decía san Pablo ‘cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial’. Envió Dios a su hijo nacido de mujer, nacido de María. Hoy la contemplamos a ella de manera especial, es la madre de Jesús, es la Madre de Dios. 
Los pastores al anuncio del ángel acudieron a Belén y allí encontraron las señales que les había dado el ángel. El niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Pero allí estaba María, la madre, que lo contemplaba todo, que cantaba a Dios en su corazón porque ella sabía muy bien, como se lo había revelado el ángel, el misterio de de Dios que estaba viviendo. Y por eso como termina diciéndonos hoy el evangelio ‘María guardaba todas estas cosas en su corazón’.
Creo que no es necesario ponernos a hacer demasiadas consideraciones. Es momento de contemplación en silencio para si nosotros llenarnos también del misterio de Dios. Aun mantenemos en nuestras casas la costumbre de hacernos el Belén pero que no nos hemos de quedar como un adorno más que pongamos en nuestros hogares, sino que tendríamos que saber encontrar el momento para detenernos delante del Belén para contemplar el misterio de Dios que allí hemos representado.
Estos días los hemos vivido quizá demasiados ajetreados con tantas cosas, celebraciones, comidas, fiestas, regalos, visitas, familias, amigos, y no digamos nada ahora con las fiestas de fin de año y año nuevo, y pudiera ser que hayamos perdido lo principal, que es sentir a Dios en nuestra vida, en nuestro corazón. Démonos cuenta de esa tentación que sufrimos y cómo pronto cambiamos y dejamos a un lado lo referente a navidad para pasar a otra cosa, a otras fiestas como ya estos días celebramos.
Por eso es bueno detenernos y hacer silencio, que es una manera de ponernos en sintonía de Dios, de dejar que Dios nos vaya hablando a través de esas sencillas imágenes que tenemos ante los ojos en lo más hondo de nuestro corazón, detenernos y dejar que en la contemplación vaya fluyendo de nuestro corazón los mejores sentimientos, los mejores deseos, detenernos en silencio para dejar sentir en nosotros el gozo de Dios, para sentir en nosotros esa paz de Dios que se anunció en la noche de Belén.
Claro que vamos a tener en cuenta los momentos que en el año civil coinciden con estas fiestas, un año que termina y otro año nuevo que comienza, que por supuesto es mucho más que el cambio de fecha en el calendario. Es el ritmo de la vida con el paso de los días y con el paso de los años; es el ritmo de la vida que también tienen sus preocupaciones y en el que aparecen los buenos deseos, como todos estos días tenemos de felicidad los unos para los otros. Pero es desde un sentido creyente que Dios en verdad es el Señor de la historia y no es ajeno a los ritmos de nuestra vida. Pero eso en medio de la alegría de la fiesta no nos puede faltar nuestra oración, por una parte de acción de gracias por lo vivido, pero también de súplica de su gracia y de su presencia para los nuevos pasos que vamos a emprender.
Y esa súplica está nuestra oración por la paz. Pablo VI instituyó esta jornada de oración por la paz que para nosotros los creyentes no puede pasar desapercibida en este comienzo de año.  Que el Señor vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda su paz, como veíamos en la bendición que se nos ofrecía en la primera lectura. Que ese sea nuestro deseo, nuestra petición al Señor y la felicitación

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