Cuánto
podríamos hacer para mejorar nuestro mundo si cada uno generosamente fuéramos
capaces de poner nuestro pequeño grano de arena
Números 11,4b-15; Sal 80; Mateo 14,13-21
No lo dejaban ni a sol ni a sombra. Es
lo que sucede con Jesús. Ahora, después de enterarse de la muerte del Bautista
Jesús quiere ir con sus discípulos más cercanos a un lugar solitario; como
diría algún comentarista, a esperar a que pasara la tormenta; la muerte de Juan
tuvo que impactar mucho a Jesús, aunque pocas veces los veamos en el evangelio
en relación, no en vano Juan era el Precursor del Mesías, y había venido a
preparar los caminos del Señor. Allá al Jordán Jesús también había acudido para
recibir el bautismo a manos de Juan, aunque lo que sucedería en aquel momento
superaba todo lo que significaba el bautismo de Juan, como tantas veces hemos
comentado. ¿Convenía hacer una pausa después de aquellos acontecimientos
sangrientos? Para Jesús no va a haber pausa, cuando llegan a aquel descampado
Jesús se encontró con la multitud que le estaba esperando.
Y el corazón compasivo de Jesús hizo lo
que tenia que hacer; nada de descanso y si ponerse junto a aquellos hambrientos
de la Palabra de Dios para ponerse a enseñarles. Pero el tiempo pasa, llega la
tarde, la multitud es grande y ha estado todo el día escuchando a Jesús después
de lo que habían caminado para adelantárseles en aquel sitio y son los discípulos
los que se adelantan a pedir a Jesús que despida a la gente para que puedan
llegar a las aldeas donde puedan comer algo.
Pero ya conocemos el diálogo, Jesús les
dice que le den ellos de comer. ¿Cómo pueden dar de comer a tantos si solo
tienen unos pocos panes y peces? Pero allí están a disposición de Jesús. Manda
que la gente se siente en el suelo y bendice a Dios por aquellos panes antes de
comenzar a repartirlos a la gente. Y comieron todos y hasta sobró como bien nos
detalla el evangelista. Muchas veces lo hemos contemplado y meditado.
‘Si aquí no tenemos más que cinco
panes y dos peces’, habían dicho los discípulos.
¿Eran las provisiones que ellos llevaban, aunque no parezca que fueran muy
abundantes? ¿Era la oferta de alguien de entre la multitud? Otro evangelista
hablará de un muchacho que llevaba en su alforja esas provisiones. Pero lo
importante era que aquello, aunque fuera pequeño, se puso a disposición del
servicio que pudiera prestar.
Cuántas veces nosotros decimos también
ante la ingente tarea que vemos que está por realizar en nuestro entorno, que
nada tenemos, que nada valemos, que nosotros no sabemos, que no podemos hacer
nada, y aquellos pequeños panes y peces de nuestros valores se quedan ocultos,
se quedan enterrados. ¿Seremos acaso como aquel hombre de la parábola al que
solo se le concedió un talento y lo guardó y escondió para no perderlo, para
que no se lo robaran, pero no hizo nada con él? Ya sabemos cómo en la parábola
se le recrimina que no lo hubiera negociado; cada uno tiene que negociar lo que
tiene, tiene que desarrollar los valores y las cualidades que posee, sean
muchas o sean pocas.
Somos pobres muchas veces no porque no
tengamos nada, sino porque no sabemos poner a juego aquello poco que tenemos. Y
la miseria se junta con la miseria para aumentarla aun más; pero si aquello
mísero que poseemos lo ponemos a disposición, lo desarrollamos, podrá surgir
una hermosa planta de esa pequeña semilla. Cuántas cosas nos dice Jesús en este
sentido en el evangelio. Y nos lo está diciendo hoy con los cinco panes y los
dos peces puestos a disposición. Cuánto podríamos hacer por nuestro mundo si
cada uno generosamente fuéramos capaces de poner nuestro pequeño grano de
arena.
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