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sábado, 7 de agosto de 2021

En esa sensibilidad de nuestro corazón por mitigar el sufrimiento del mundo tendríamos que aprender a entrar en una sintonía especial, la riqueza de nuestra espiritualidad

 


En esa sensibilidad de nuestro corazón por mitigar el sufrimiento del mundo tendríamos que aprender a entrar en una sintonía especial, la riqueza de nuestra espiritualidad

 Deuteronomio 6, 4-13; Sal 17;  Mateo 17, 14-20

Un hombre se acerca a Jesús, se postra ante El y le pide que tenga compasión; tiene un hijo enfermo que sufre mucho, y hace sufrir mucho también a los que están en su entorno. El hombre pide para sí, pero pide para su hijo que está enfermo; el hombre pide compasión porque hay mucho sufrimiento en aquella enfermedad y nadie ha podido hacer nada por él; ha pedido incluso a los discípulos de Jesús que lo curen pero no han sido capaces.

Esta ausencia de Jesús, por lo que aquel hombre es a los discípulos a los que les pide que curen a su hijo coincide con la subida de Jesús al monte Tabor. Pero los discípulos, a los que un día Jesús había dado autoridad sobre los espíritus inmundos para que fueran anunciando el reino y curando a los enfermos, ahora no son capaces de hacerlo. Por eso una vez que Jesús lo cura preguntarán por qué ellos no  han podido realizar el milagro.

Muchas cosas a considerar. Está la suplica de aquel hombre y está la realidad del sufrimiento y de la enfermedad. ¿Será acaso también nuestra súplica? Podíamos decir que la realidad coincide, porque bien presente están en nuestras vidas tanto la enfermedad como el sufrimiento. Digo enfermedad y sufrimiento porque aunque podemos unirlas dos cosas, sin embargo el sufrimiento no siempre es por la enfermedad, o al menos por la enfermedad de nuestros cuerpos. Cuántas angustias alrededor, cuánta gente que se ve imposibilitada pero cuánta gente que tiene el corazón lleno de amarguras. Acaso atisben también muchas veces en nuestro corazón.

Con sensibilidad hacemos nuestro también el sufrimiento de los demás; quisiéramos hacer, y no somos capaces; nos gustaría mitigar tantos sufrimientos y no terminamos de saber cómo hacerlo; nos duele que la gente muera tras terribles sufrimientos en enfermedad que os parecen crueles y aunque humanamente buscamos tantos remedios, ahí sigue presente la muerte dolorosa en el mundo que nos rodea; vemos tantas soledades que quisiéramos acompañar pero decimos que nos falta tiempo o a veces también huimos porque no sabemos encontrar la palabra o el gesto apropiado.

¿Al final nos pareceremos a aquellos discípulos que no supieron cómo responder a la petición de aquel padre lleno de angustia y de dolor? ¿Por qué nosotros no pudimos?, se preguntaban los discípulos. Y Jesús se queja de su falta de fe. Si tuvierais fe al menos con el tamaño de un grano de mostaza… nada os sería imposible. Podríais hasta trasladar un monte de un sitio a otro, les viene a decir.

En esa sensibilidad de la que tendríamos que llenar nuestro corazón tendríamos que aprender a entrar en una sintonía especial. A pesar de nuestras limitaciones y hasta de nuestros miedos, muchas veces no nos falta buena voluntad y buenos deseos de querer que las cosas cambien. Y queremos sacar todas nuestras capacidades y todos nuestros recursos humanos; nos valemos incluso de lo que la ciencia médica o de la psicología puede ofrecernos para tener las mejores técnicas y recursos con los que afrontar esas situaciones.

Pero creo que nos falta algo más, un crecimiento de nuestra vida interior, una maduración de nuestra fe, un alimentarnos de Dios para llenarnos de su Espíritu que es donde vamos a encontrar la verdadera sabiduría y la verdadera fuerza. Cuando queremos ir a curar a nuestro mundo desde nuestra fe tenemos que sentir que no es solo a base de recursos humanos – que por supuesto tenemos que emplear todos los mejores – sino desde esa riqueza de nuestro espíritu lleno de Dios desde donde tenemos que ir.

Hoy Jesús les decía a los discípulos que solo con oración y penitencia se podían echar aquellos demonios. Es por lo que nos es tan necesaria nuestra unión con el Señor, como el sarmiento a la vid, para que corra por nuestro espíritu la savia divina que nos fortalezca y nos ilumine. Como cristianos no nos reducimos a unos recursos que en lo humano podamos conseguir, sino que sabemos que nuestro principal recurso lo encontramos en Dios. Por eso, nuestra oración, nuestra unión con Dios, esa ricas espiritualidad que dará un sabor y un sentido nuevo a cuanto queramos realizar. Estamos seguros que así podremos hacer de verdad un mundo nuevo.

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