La
Transfiguración nos hace bajar de la montaña con ojos llenos de luz para
emprender el camino aun con sus oscuridades
Daniel 7, 9-10. 13-14; Sal 96; Marcos 9,
2-10
Tenemos que emprender un camino, pero
sabemos que si escogemos ese camino vamos a encontrar muchas dificultades,
quizás por la dureza del camino, por los obstáculos que nos vamos a encontrar,
por los peligros que nos acechan, y claro tratamos de evitarlo, buscando las
posibilidades de que haya otra ruta que sea menos difícil, o a última hora podemos
desistir de realizarlo escudándonos en mil excusas.
Pero bien, lo que estamos diciendo
puede hacer referencia a un camino, llamémoslo geográfico o físico que tengamos
que realizar para ir de un lugar a otro; siempre puede haber maneras de
evitarlo o de buscar las formas de suavizarlo.
Pero quizás mejor estaríamos hablando
de una tarea que tengamos que realizar, una responsabilidad que tenemos o una misión
que nos hayan confiado pensando en nuestras posibilidades y que con lo hacemos
podríamos estar realizando algo maravilloso que no solo nos haría bien a
nosotros sino también a muchos en nuestro entorno. Pero sabemos que no es
fácil, ya nos han anunciado que vamos a encontrar dificultades y contratiempos,
que quizás haya gente que va a estar en contra de lo que nosotros queremos
realizar y nos van a hacer fuerte oposición que incluso nos hará sufrir mucho.
¿Qué hacemos? ¿Asumimos esa responsabilidad, esa misión que nos confían?
¿Queremos permanecer en lo cómodo de lo que ahora hacemos antes de complicarnos
la vida en esa tarea nueva?
La vida no siempre va a ser fácil.
Cuando nos sentimos comprometidos con nuestro mundo porque no estamos
satisfechos con lo que vivimos o con los sufrimientos que vemos en los demás,
somos conscientes que emprender la tarea de hacer que mejoren las cosas no es
tarea fácil, porque hasta podemos encontrarnos incomprensiones en aquellos más
cercanos a nosotros. muchas veces vamos a escuchar al oído lo que algunos
llaman buenos consejos para que no nos compliquemos, sino que nos contentemos
con hacer lo que buenamente podamos y que ya otros se encargarán, o
terminaremos volviéndonos conformistas diciendo que el mundo es así y no hay
quien pueda cambiarlo.
Podíamos decir que era la tesitura en
que se encontraba Jesús en su subida a Jerusalén y lo que de alguna manera se
le planteara a los discípulos aunque ellos no terminaban de entender;
escuchaban las palabras y los anuncios de Jesús, pero escuchaban también los
cantos de sirena que podrían brotar de sus propios corazones que fácilmente se
volvían egoístas y ambiciosos y no entendían todo lo que Jesús les anunciaba.
Jesús les había venido diciendo que
subían a Jerusalén y allí el Hijo del Hombre iba a ser entregado en manos de
los gentiles y que terminaría crucificado. Pero ellos no entendían que eso le
pudiera pasar a Jesús. Ya Pedro intentaría quitarle eso de la cabeza a Jesús y
Jesús lo rechazaría porque era como una tentación del maligno para El. A Jesús
tampoco le era fácil aquella subida a Jerusalén pero estaba dispuesto pues
sabía cuál era su misión y la voluntad del Padre.
Hoy vemos que sube a una montaña alta,
la situamos como el Tabor en medio de las llanuras y valles de Galilea, y se
lleva consigo a tres de sus discípulos. Y allí Jesús va a orar, como hacía
tantas veces que se retiraba a lugares apartados. Pero lleva a sus discípulos
para que oren con El, aunque sus cabezas anduviesen por otros lados y por otras
ambiciones. Necesitaban aquella experiencia que se iba a vivir en el Tabor.
Como nos describe el evangelista, Jesús se transfiguró en su presencia, su
rostro, sus vestiduras, la aparición de Moisés y Elías, imagen de la Ley y de
los Profetas en la simbología bíblica, todo hablaba de algo distinto. Los
discípulos que están experimentando aquella presencia de la gloria de Dios que
así se manifestaba en Jesús quieren quedarse allí para siempre. ‘¡Haremos
tres tiendas!’, se dicen.
Pero en medio de todo ello, una nube
les envuelve, signo de la presencia de Dios que así envuelve nuestra vida
cuando nos llenamos de Dios, y se escucha la voz desde el cielo. ‘Este es mi
Hijo amado, el predilecto. Escuchadle’. A los discípulos ya todo aquello
les supera y caen de bruces por tierra, llenos de temor por la presencia de la
gloria del Señor. Pero Jesús se llega a ellos y los levanta para bajar de nuevo
de la montaña.
Hay que bajar de la montaña y seguir el
camino. Han subido al Tabor, pero también han de subir a Jerusalén. Hubieran
preferido quedarse para siempre en la montaña. Pero el camino hay que
emprenderlo y realizarlo. Aunque sea difícil, aunque haya que pasar por
Getsemaní y por la calle de la Amargura, aunque haya que subir también al
Calvario. Ahora tendrían ya que estar preparados. Esta experiencia del Tabor
tiene que preparar sus ánimos y sus corazones, tendrá que poner fuerzas en sus
pies y ser luz para el sendero que muchas veces se seguirá mostrando oscuro.
No solo miramos el recorrido de
aquellos discípulos, sino que esto nos tiene que hacer mirar nuestro camino, el
que tenemos que emprender sin ningún titubeo, el que tenemos que seguir en
nuestras tareas y en nuestras responsabilidades, el que nos lleva a ese
compromiso por un mundo mejor, aunque nos parezca tan difícil y tan costoso.
Sabemos que detrás de todas esas oscuridades siempre está la luz, porque detrás
del Calvario está la resurrección. Es la Pascua contínua que hemos de vivir en
nuestra vida.
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