La
mujer cananea es hoy ejemplo de insistencia, de constancia, de saber poner
nuestra confianza total en la presencia del Señor que siempre será presencia de
luz y de amor
Números
13, 1-2. 25; 14, 1. 26-29. 34-35; Sal 105; Mateo 15, 21-28
Qué desilusión nos llevamos en
ocasiones cuando con mucha confianza queríamos lograr algo que además
considerábamos importante para nosotros, pero nos encontramos la negativa por
respuesta. Se nos cae el mundo encima, se nos vienen abajo todas nuestras
esperanzas, nos sentimos desilusionados y cuando somos personas propensas a
sentirnos fácilmente deprimidos nos dan ganas de tirar la toalla en todos
nuestros proyectos y nos sentimos como ridiculizados y como unos ineptos porque
quizás no suplimos plantearlo debidamente.
Puedo parecer un poco exagerado pero
son cosas que nos suceden y siempre nos conviene analizar un poco nuestra vida
para ver también cuales son nuestras reacciones, las que tenemos o las que
deberíamos de tener. Siempre tenemos que estar aprendiendo de la vida, incluso
de aquello negativo que nos puede suceder, y de alguna manera preparándonos
para las situaciones en las que nos podamos encontrar.
¿Se sentiría algo así aquella mujer
cananea de la que nos habla hoy el evangelio? En este caso no era simplemente
un proyecto que podría tener para su vida, sino estaba por medio el sufrimiento
de una madre que de alguna manera veía morir a su hija en su grave enfermedad.
Como nos narra el evangelista Jesús
anda por las fronteras de Palestina, muy al norte en Galilea en territorios
cercanos a los fenicios – actual Líbano – y no eran territorios precisamente
donde abundaran los judíos. Vemos a Jesús en ocasiones que se marcha a lugares
lejanos y, en cierto modo, apartados porque también quiere ir instruyendo a sus
discípulos más cercanos a los que un día va a confiar su propia misión.
Una mujer fenicia, pagana, camina
detrás de Jesús gritándole que tenga compasión de ella y de su hija gravemente
enferma. Parece como que Jesús se desentiende, de manera que incluso los discípulos
interceden para quitarse el tormento de los gritos de aquella mujer. La
respuesta de Jesús nos desconcierta aunque él solo emplea el lenguaje habitual
de los judíos, que consideraban perros a los paganos.
Pero ante la negativa de Jesús la mujer
no se viene abajo, sino que insiste y aprovechando incluso las palabras de
Jesús buscará argumentos para seguir haciendo su petición. ‘También los
perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos’, le responde
dando a entender en su humildad que no le importan incluso los desprecios con
tal de comer esas migajas del amor de Dios. Pero Jesús para ella no tiene
migajas sino que está todo su amor, para alabar la fe de aquella mujer y para
conceder lo que tanto está deseando aquella mujer.
Ya hemos visto en el evangelio que en
muchas ocasiones se queja de la falta de fe de los que le escuchan; se extrañó
de la falta de fe incluso en su pueblo de Nazaret, de manera que como dice el
evangelista allí no hizo ningún milagro; a los mismos discípulos los llama
torpes y tardos de corazón para creer.
Pero hay dos momentos en que Jesús
alaba la fe de alguien, y en estos casos se tratará precisamente de dos
personas que no son judías. Alaba la fe del centurión, como alaba ahora la fe
de esta mujer fenicia. Y como nos dirá en otras ocasiones basta que tengamos
fe, que la fe es la que nos ha curado. Tendría que hacernos pensar.
Pero por medio está la consideración
con la que comenzábamos esta reflexión. Las negativas nos desalientan, cuando
las cosas se nos ponen difíciles nos llenamos de dudas y de temores; la frustración
que muchas veces sentimos nos lleva a querer abandonar y no insistir en aquello
bueno que deseamos o tendríamos que realizar.
La mujer cananea nos sirve hoy de
ejemplo de insistencia, de constancia, de saber poner nuestra confianza total
en la presencia del Señor, que siempre será para nosotros presencia de luz y de
amor, a pesar de todas las oscuridades en las que nos encontremos.
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