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viernes, 5 de junio de 2020

Démonos tiempo para saborear la presencia y la palabra de Jesús y entonces reflejaremos en nuestra vida el espíritu y el sentido del evangelio



Démonos tiempo para saborear la presencia y la palabra de Jesús y entonces reflejaremos en nuestra vida el espíritu y el sentido del evangelio

2 Timoteo 3, 10-17; Salmo 118; Marcos 12, 35-37
Hay gente con la que uno se siente a gusto escuchándola; se pasarían las horas y la conversación nunca decae, son historias, son anécdotas, son momentos también, ¿por qué no? de humor, pero al mismo tiempo sus palabras destilan sabiduría, hablan de lo vivido y de lo que lo ha enriquecido que uno quisiera también verse enriquecido con tales conversaciones.
Es la sabiduría del que trasmite también con su verbo agradable, pero es la atención que le prestamos, el interés que ponemos, lo cautivados que nos sentimos. Son personas con las que nos podemos pasar una tarde sentados al borde del camino, bajo la sombra de un árbol o en un patio familiar – lo de menos es el lugar – y de las que no quisiéramos separarnos.
También, hay que decirlo, puede haber personas a las que no gusten, porque hacen pensar, porque cada palabra lleva una carga de sabiduría que nos interroga por dentro y algunas veces parece que no estamos para esas tareas y tenemos la tentación de ponernos no al lado sino en la acera de enfrente. También depende de nosotros, lo que queramos escuchar, lo que buscamos o lo que pueda ser nuestro interés.
¿Por qué me hago esta consideración? ¿A qué me lleva esta introducción? Algo que nos puede pasar inadvertido en el evangelio de hoy. Una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto’. Claro que previamente nos ha dicho que todos querían escucharle, que por allí andaban judíos pertenecientes a distintos grupos que criticaban cuanto Jesús enseñaba, que estaban poniendo pegas siempre a las palabras y enseñanzas de Jesús y que no aceptaban lo que Jesús les enseñaba. Poco menos que le echaban en cara que Jesús perteneciera a ninguna de aquellas escuelas o corrientes de opinión que tanto proliferaban entonces. Pero ‘una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto’.
Igual que hoy, podríamos decir, en lo que es la aceptación del mensaje del evangelio en la aceptación de la misma iglesia. Bien sabemos también cómo proliferan las opiniones; todo el mundo tiene derecho a opinar, lo que muchas veces hacemos sin embargo sin un conocimiento de causa, sin haber querido profundizar en ese mensaje del evangelio, sin hacer una apertura del corazón a la inspiración del Espíritu y nos queremos hacer también nuestras muy particulares interpretaciones.
Antes de llegar a estas situaciones de críticas, de expresar nuestras propias opiniones, creo que tendríamos que tratar de hacer una lectura seria del evangelio, quitando prejuicios e influencias. Tenemos que aprender a saborear el evangelio. ¿Qué hacemos cuando decimos que estamos saboreando una cosa, una comida, algo que nos dan a probar? Que nos detenemos a gustar y definir todos esos sabores; paladeamos, decimos, y le damos nuestro tiempo porque así nuestro paladar identifica ese sabor, saborea ese sabor, le toma gusto a esa comida o a ese manjar que nos están ofreciendo.
Es lo que tenemos que aprender a hacer con el evangelio. Nuestra escucha del evangelio ha de ser siempre ese paladear, ese saborear, ese tomarle el gusto porque le encontramos su sentido, le encontramos su valor. Nos sentiremos a gusto con la palabra de Dios, abriremos así nuestro corazón, nos dejaremos inundar por la fuerza de su Espíritu. Y entonces será cuando nuestra vida comienza a ser distinta porque eso que hemos saboreado de la presencia y de la vida de Jesús lo estamos haciendo nuestra vida, lo estaremos reflejando de verdad en nuestro vivir. Démonos tiempo para saborear la presencia y la palabra de Jesús.  


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