Démonos tiempo para saborear la presencia y la palabra de
Jesús y entonces reflejaremos en nuestra vida el espíritu y el sentido del
evangelio
2 Timoteo 3, 10-17; Salmo 118; Marcos
12, 35-37
Hay gente con la que
uno se siente a gusto escuchándola; se pasarían las horas y la conversación
nunca decae, son historias, son anécdotas, son momentos también, ¿por qué no?
de humor, pero al mismo tiempo sus palabras destilan sabiduría, hablan de lo
vivido y de lo que lo ha enriquecido que uno quisiera también verse enriquecido
con tales conversaciones.
Es la sabiduría del
que trasmite también con su verbo agradable, pero es la atención que le
prestamos, el interés que ponemos, lo cautivados que nos sentimos. Son personas
con las que nos podemos pasar una tarde sentados al borde del camino, bajo la
sombra de un árbol o en un patio familiar – lo de menos es el lugar – y de las
que no quisiéramos separarnos.
También, hay que
decirlo, puede haber personas a las que no gusten, porque hacen pensar, porque
cada palabra lleva una carga de sabiduría que nos interroga por dentro y
algunas veces parece que no estamos para esas tareas y tenemos la tentación de
ponernos no al lado sino en la acera de enfrente. También depende de nosotros,
lo que queramos escuchar, lo que buscamos o lo que pueda ser nuestro interés.
¿Por qué me hago esta
consideración? ¿A qué me lleva esta introducción? Algo que nos puede pasar
inadvertido en el evangelio de hoy. ‘Una
muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto’. Claro
que previamente nos ha dicho que todos querían escucharle, que por allí andaban
judíos pertenecientes a distintos grupos que criticaban cuanto Jesús enseñaba,
que estaban poniendo pegas siempre a las palabras y enseñanzas de Jesús y que
no aceptaban lo que Jesús les enseñaba. Poco menos que le echaban en cara que Jesús
perteneciera a ninguna de aquellas escuelas o corrientes de opinión que tanto
proliferaban entonces. Pero ‘una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto’.
Igual que
hoy, podríamos decir, en lo que es la aceptación del mensaje del evangelio en
la aceptación de la misma iglesia. Bien sabemos también cómo proliferan las
opiniones; todo el mundo tiene derecho a opinar, lo que muchas veces hacemos
sin embargo sin un conocimiento de causa, sin haber querido profundizar en ese
mensaje del evangelio, sin hacer una apertura del corazón a la inspiración del Espíritu
y nos queremos hacer también nuestras muy particulares interpretaciones.
Antes de
llegar a estas situaciones de críticas, de expresar nuestras propias opiniones,
creo que tendríamos que tratar de hacer una lectura seria del evangelio,
quitando prejuicios e influencias. Tenemos que aprender a saborear el
evangelio. ¿Qué hacemos cuando decimos que estamos saboreando una cosa, una
comida, algo que nos dan a probar? Que nos detenemos a gustar y definir todos
esos sabores; paladeamos, decimos, y le damos nuestro tiempo porque así nuestro
paladar identifica ese sabor, saborea ese sabor, le toma gusto a esa comida o a
ese manjar que nos están ofreciendo.
Es lo que
tenemos que aprender a hacer con el evangelio. Nuestra escucha del evangelio ha
de ser siempre ese paladear, ese saborear, ese tomarle el gusto porque le
encontramos su sentido, le encontramos su valor. Nos sentiremos a gusto con la
palabra de Dios, abriremos así nuestro corazón, nos dejaremos inundar por la
fuerza de su Espíritu. Y entonces será cuando nuestra vida comienza a ser
distinta porque eso que hemos saboreado de la presencia y de la vida de Jesús
lo estamos haciendo nuestra vida, lo estaremos reflejando de verdad en nuestro
vivir. Démonos tiempo para saborear la presencia y la palabra de Jesús.
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