Con sinceridad y autenticidad vivimos la vida y nos
manifestamos como creyentes ante el mundo desde el sentido de nuestra fe
2Pedro 3, 12-15a. 17-18; Sal 89; Marcos 12,
13-17
Choque entre la
sinceridad y la hipocresía. Irreconciliables. Por mucho que lo tratemos de
disimular; la falsedad e hipocresía que llevemos en el corazón saldrá a flote,
saldrá a la luz. Aunque nos presentemos con bonitas palabras, pero debajo se
nota que no hay nada, o mejor, que lo que está ocultando es una hipocresía
grande. Adulamos, adornamos con bonitos epítetos lo que le queramos decir al
otro, pero se ven pronto las segundas intenciones.
Hay personas que son
especialistas en estos disimulos e hipocresías, ponen una bonita sonrisa y
quieren mostrarse agradables como si fuéramos amigos de siempre cuando hay
tanta distancia quizá entre unos y otros, quieren quedar bien o quieren
llevarse el ascua a su sardina, como se suele decir, porque querrán hacernos
decir lo que no pensamos, lo que no entra en nuestros parámetros o principios. Personas
así se las va encontrando uno mucho en la vida. Buscan manipularte, hacerte ver
una realidad que no es, que solo está en su imaginación o que se han creado
para conseguir lo que están buscando que aparezca como que te pones de su
parte. Tiene que estar uno alerta y presentar con claridad lo que son tus
principios, lo que son tus valores, diferenciando bien lo que el otro pretende
hacernos decir y lo que realmente es nuestro pensamiento.
En el evangelio vemos
en muchas ocasiones como los dirigentes sociales y culturales del pueblo acuden
a Jesús con preguntas capciosas. Pretenden confundir a la gente y hacerle decir
a Jesús lo que no es su mensaje. Empleando incluso textos de la Escritura
quieren hacerle su propia interpretación y vienen con la pregunta a Jesús una y
otra vez. Hoy son fariseos y herodianos, dos grupos bien diferenciados entre
los judíos aunque algo tenían en común en un cierto nacionalismo judío de
rebelión contra el pueblo invasor y de un puritanismo religioso que les hacía
sentirse como en un estadio superior frente a todos los pueblos. Acuden a Jesús
con halagos, alabando su integridad y sinceridad porque no se deja engañar por
nadie. ‘Maestro, sabemos que eres veraz y no te
preocupa lo que digan; porque no te fijas en apariencias, sino que enseñas el
camino de Dios conforme a la verdad’. Pero
detrás viene la pregunta interesada. ‘¿Es lícito pagar impuesto al
César o no? ¿Pagamos o no pagamos?’
‘¿Por
qué me tentáis?’ les dice Jesús. Ha captado Jesús que bien conocía el corazón
de los hombres la poca sinceridad y la hipocresía. Divide y vencerás, querían
ellos que entre los que escuchaban a Jesús se crearan polémicas por sus
palabras. Y aquí tenían una ocasión, pero Jesús no les sigue el juego. Ya
conocemos la salida salomónica, que podríamos decir, de Jesús ante la pregunta.
¿La inscripción de la moneda de quién es? Si usamos las monedas del César
paguemos al César lo que es del César.
Muchas
veces a este texto evangélico y a la respuesta de Jesús se le ha querido dar
también una interpretación interesada, que no es precisamente lo que Jesús
quiere enseñarnos en el Evangelio. Como si el tema de la religión y de la fe lo
pudiéramos convertir en algo tan angélico que no tuviera repercusión en los
compromisos que como ciudadanos todos tenemos con el mundo en el que vivimos; y
nosotros desde nuestra fe, desde el sentido de la vida que encontramos en Jesús
y en el evangelio sí tenemos una palabra que decir sobre lo que queremos para
nuestro mundo, pero no solo una palabra sino un compromiso serio de trabajar
por la justicia de ese mundo, por hacer en verdad ese mundo mejor.
Alguna vez
he escuchado frases como ésta, la religión está en ser buena persona. No
negamos que tenemos que ser buenas personas pero es que además el verdadero
seguidor de Jesús tiene una característica muy especial. Primero que ni el
sentido religioso de la persona ni la fe la separamos de Jesús, porque El es
nuestra único Señor y nuestro Salvador. Pero es que precisamente desde esa fe
que tenemos en El no se trata solo de ser buena persona como los demás, sino
que hay un sentido del amor, hay un sentido de la vida que se nos ilumina desde
el evangelio y es en lo que de manera especial tenemos que resplandecer.
Y de ahí
surgirá ese compromiso serio con la vida, con nuestro mundo, con la sociedad en
la que estamos, con ese mundo que nos rodea y6 desde nuestro sentido cristiano
de la vida nos sentimos comprometidos y contribuimos a crear esa mejor no nos
desentendemos de nuestro mundo sino que con El nos sentimos más comprometidos
desde el compromiso y el sentido de nuestra fe. Con qué sinceridad, con qué
autenticidad hemos de vivir la vida y nos manifestamos ante el mundo.
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