Nos abre Jesús unos nuevos horizontes para que seamos capaces
de hacer un mundo nuevo en el que seamos capaces de amarnos todos
1Reyes 21, 17-29; Sal 50; Mateo 5, 43-48
Podríamos decir que
entra dentro de lo normal el que nos relacionemos con aquellas personas que
están mas cercanas a nosotros; la cercanía puede significar por supuesto esa cercanía
física o geográfica porque viven en nuestro entorno, pertenecen a ese grupo de
personas con las que nos relacionamos habitualmente por vecindad, por
parentesco familiar, por razones de trabajo o por asistir a aquellos actos
sociales que nos son comunes.
La cercanía puede
significar también otra sintonía en nuestra manera de pensar o de ver las
cosas, la colaboración que nos prestamos para realizar proyectos comunes que
nos afectan a esa comunidad humana a la que pertenecemos, o porque nuestra
visión de la vida y de la sociedad tiene también una sintonía de ideas donde
vemos que podemos dialogar y colaborar.
Es la cercanía que
podamos tener cuando de alguna manera nos sentimos en deuda porque es una
persona que me ha ayudado y de alguna manera nos sentimos agradecidos y como se
suele decir hoy por mi y mañana por ti. No me ha hecho daño, yo también voy a
intentar no molestar, pensamos. Lo habitual entre vecinos, por ejemplo, o en
las relaciones familiares pero que en cierto modo va creando unos lazos que nos
acercan a las personas.
Por supuesto, es muy
humano que en casos así esa cercanía vaya creando lazos de amistad, nos hace
sentirnos a gusto con esas personas y las preferimos en nuestro trato y
relaciones mutuas. Y claro que tenemos que fomentar esa cercanía, esa amistad,
ese encuentro porque facilitan la convivencia y al menos en esos ambientes
parece que nos sentimos bien y hasta podemos ser más felices.
Pero todo eso lo puede
hacer cualquiera con un mínimo de humanidad y respeto, con un mínimo de
valoración de lo que es la otra persona y de gratitud por cuanto recibimos unos
de otros. Son relaciones humanas que tenemos que cultivar y valorar que vivimos
en un mismo mundo y entre todos tendríamos que ayudarnos a ser mejores nosotros
y a hacer ese mundo nuestro mejor también. Pero aquí viene la pregunta y la
cuestión, ¿un cristiano se tiene que contentar con esto? Somos buenos, decimos,
no hacemos daño a quien no nos haya hecho daño, ayudamos a quienes nos ayudan,
somos amigos de nuestros amigos en socorrida frase que tantas veces hemos
escuchado. Pero quien sigue a Jesús ¿se puede quedar ahí?
Pero para hacer eso
que todos hacen ¿hace falta tanto evangelio? ¿No hay algo nuevo y distinto en
lo que tendríamos que distinguirnos nosotros los que seguimos a Jesús? ¿Para
que nos estaba pidiendo Jesús desde el principio que había que cambiar de
mentalidad y creer en la Buena Noticia del Reino de Dios? ¿Para seguir en lo mismo?
Es lo que nos viene a
decir hoy Jesús en el evangelio. ¿Se te ha dicho que tienes que amar al amigo
pero al que no es amigo puedes aborrecerlo? Entre vosotros no puede ser así,
nos viene a decir. Y nos dice que a todos tenemos que amar, incluso al que nos
haya hecho mal. ‘Pero yo os digo: amad a vuestros
enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro
Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia
a justos e injustos’.
La razón y
el motivo lo tenemos claro, somos hijos del Padre del cielo, ‘que hace salir
su sol sobre malos y buenos, manda la lluvia a justos e injustos’. Para
Dios no hay distinciones. Dios nos ama a todos. Como nos dirá más tarde san
Juan en sus cartas ‘el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que Dios nos amó primero’. Y nos amó seamos justos o
injustos, seamos buenos o seamos pecadores. Porque esa es la maravilla del amor
de Dios. Cristo no murió por nosotros porque éramos buenos, sino que siendo
nosotros pecadores nos amó y se entregó por nosotros.
Es un
horizonte nuevo el que nos está abriendo Jesús delante de nosotros, es un nuevo
mundo el que tenemos que constituir, donde todos nos amemos, donde todos seamos
capaces de aceptarnos a pesar de que seamos distintos, donde todos seamos
comprensivos los unos con los otros porque reconocemos que todos somos
pecadores y todos mas de una vez en la vida cometemos errores y también podemos
ofender o dañar al otro; como nos gustaría que nos comprendieran y perdonaran así
nosotros tenemos que comprender y perdonar. No es solo al cercano, al que me
haya hecho el bien, al que esté de acuerdo conmigo, porque todo hombre es mi
hermano, porque todos somos hijos del mismo Padre del cielo.
Es el
Reino nuevo que nos anuncia Jesús. Algo nuevo tiene que cocerse en nuestro
interior para ser un hombre nuevo; unas actitudes nuevas tienen que haber en
nosotros para que podamos hacer un mundo nuevo.
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