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jueves, 18 de junio de 2020

Como hijos llenos de amor nos acercamos con la confianza del amor a quien sabemos que nos ama porque es nuestro Padre


Como hijos llenos de amor nos acercamos con la confianza del amor a quien sabemos que nos ama porque es nuestro Padre

Eclesiástico 48, 1-15; Sal 96; Mateo 6, 7-15
No con la misma actitud nos acercamos nosotros a las personas; depende de la percepción que tengamos de esa persona para acercarnos con naturalidad, con confianza o quizá con cierto temor. Si pensamos en una persona a la que llamamos justiciera y dura en sus sentimientos no nos acercaremos con la misma confianza que con aquella que vemos cercana, comprensiva y capaz de escucharnos. No es lo mismo una persona que no conocemos y que no sabemos cómo va a reaccionar o alguien que llega a nosotros con la buena fama de su comprensión y la buena sintonía para expresarnos con confianza.
Una persona que se nos presenta llena de autoridad – en cierto modo autoritarismo – nos da la posibilidad de acercarnos para hacerle nuestras peticiones aunque no sabemos bien como puede reaccionar. Y así podríamos pensar en muchísimas circunstancias, porque las personas realmente somos muy distintas unas de otras y eso va a condicionar nuestra forma de acercarnos a esa persona por muy clara que tengamos nuestra personalidad y nuestra voluntad de entrar en relacion con el otro.
Puede parecernos una introducción un tanto prolífica para nuestra reflexión en torno al evangelio pero es lo que me da que pensar la forma como Jesús nos enseña a relacionarnos con Dios. Para hablarnos de la oración de entrada nos dice que no son necesarias muchas palabras pues Dios nos conoce y sabe bien lo que necesitamos y nos da un modelo de oración. Como siempre decimos no es una oración solamente para aprendernos como un formulario que tengamos que repetir sino un sentido de relación con Dios. Y es que el modo que Jesús nos enseña a relacionarnos con Dios es el de los hijos.
No es lo mismo acercarnos a Dios para nuestra oración sintiendo y gozándonos en que es nuestro Padre, que acercarnos a un Ser que por su grandeza podemos sentir en la distancia y al que vemos como un Dios justiciero al que hemos de temer porque está con la vara de medir en su mano para ver en que hemos faltado o en que nos hemos sobrepasado. Y pensemos si acaso muchas veces no nos acercamos a Dios llenos de temores porque más pronto estamos pensando en el castigo que en la misericordia.
Fijémonos que ese modelo de oración que Jesús nos propone no es otra cosa que un regocijarnos en el amor de Dios que es nuestro Padre. Para empezar comenzamos llamándolo Padre – ese Abba hebreo o arameo que es mucho más tierno incluso que un papaíto que nosotros podamos decir en nuestro idioma – y porque le llamamos Padre nos gozamos en su presencia, queremos disfrutar de su presencia, queremos responderle con nuestro amor al amor que El nos tiene.
¿No es quererle decir como piropos de amor ese deseo de santificar el nombre de Dios? ¿No es una expresión de nuestro cariño el decirle que siempre queremos estar con El porque le amamos y que en todo queremos agradarle porque queremos siempre hacer su voluntad? ¿No es con la confianza de los hijos con la que nos presentamos pobres ante El porque sabemos que nos protege siempre siendo para nosotros un padre providente que así como cuida los pájaros del cielo o las flores de los campos así se llena de ternura con nosotros que somos sus hijos queriéndonos dar siempre lo mejor? Y así podríamos seguir comentando toda esa maravilla de expresión de amor que es la oración que Jesús nos enseñó. Nos sentimos confiados porque sabemos de su misericordia, nos sentimos confiados porque contamos con la fuerza de su Espíritu que nos aleja del mal.
No puede ser otra cosa que la oración de los hijos. Como hijos llenos de amor nos acercamos con la confianza del amor a quien sabemos que nos ama porque es nuestro Padre.

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