Cada vez que comemos el cuerpo del Señor y bebemos su sangre
estamos haciendo memoria del Señor, del paso del Señor en nuestra vida y
nuestra historia
Deut. 8, 2-3. 14b-16ª; Sal 147;
1Cor. 10, 16-17; Juan 6, 51-58
La memoria junto a la
inteligencia y la voluntad o capacidad de decidir forman esa trilogía de facultades
que hacen al ser humano verdaderamente humano. Y quiero pensar en la memoria no
solo como una facultad del individuo que le permite recordar su propia historia
personal para con su inteligencia saber discernir lo bueno y lo malo de su vida
para también de ello aprender para el camino presente y para la construcción de
su propio futuro.
Pero quiero pensar en
la memoria no solo como facultad del individuo sino también de la misma sociedad.
Y voy a decir algo hoy quizás políticamente incorrecto, una sociedad que no
quiere tener memoria es una sociedad que se está mutilando a sí misma, cuando
quiere olvidar o cuando quiere borrar retazos de su historia que queramos o no
sobre esos retazos construimos el presente, como al tiempo queremos aprender
para el futuro. Algo quizá hoy muy manipulado desde ciertos intereses, es
cierto, pero que pueden dejar coja la historia de los pueblos.
Lo que ha sido ahí
está, aunque nosotros en el momento presente no lo hubiéramos construido así,
pero son peligrosos los juicios de la historia con los criterios – a veces
interesados – del presente. Lo que estamos viviendo en estos momentos en la
sociedad con esta crisis provocada por esta pandemia y las circunstancias que
la rodean, será para siempre un hecho que quedará en la memoria y ojalá sepamos
también sacar lecciones para lo que tenemos que vivir en el momento presente y
también de cara al futuro.
El creyente, aunque su
fe tiene que hacerla viva en el momento presente, sin embargo también está
haciendo uso de la memoria no solo en su nivel personal, sino también como
pueblo, como comunidad creyente; estará siempre haciendo memoria del paso de
Dios por su vida y por su historia; y todo para el creyente entonces se
convierte en historia de salvación.
Es, por ejemplo, lo
que hemos escuchado hoy en el libro del Deuteronomio para el pueblo de Israel.
El autor sagrado le hace recordar momentos difíciles de su historia como fue la
travesía del desierto, pero antes también su tiempo de esclavitud en Egipto,
pero para que recuerden y tengan presente ese paso de Dios por su historia en
la liberación de Egipto, pero también en aquel pan llamado maná con que se
alimentaron en la dura travesía del desierto. Estarán haciendo memoria siempre
de ese paso de Dios, pascua, que les sacó de Egipto, les hizo atravesar el mar
Rojo y los condujo por el desierto hasta la Tierra Prometida.
‘Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho
recorrer estos cuarenta años por el desierto… Él te afligió, haciéndote pasar
hambre, y después te alimentó con el maná… No olvides al Señor, tu Dios, que te
sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud, que te hizo recorrer
aquel desierto inmenso y terrible… te alimentó en el desierto con un maná que
no conocían tus padres…’
No podemos
olvidar el paso del Señor por nuestra vida y por nuestra historia. No lo
olvidaba el pueblo de Israel que sobre esa fe fue construyendo su libertad y su
identidad como pueblo, como pueblo de Dios. Nosotros hoy recordamos eso pero
porque nosotros también estamos haciendo memoria, memorial del Señor Jesús que
por nosotros se dio y se entregó para que tuviéramos vida y vida para siempre. Y
es nuestra vida cristiana y eso es la Eucaristía que celebramos, memorial de la
pasión, muerte y resurrección del Señor.
Es lo que
hoy estamos celebrando también de forma especial en esta fiesta de la
Eucaristía que es la Fiesta del Corpus Christi. De alguna manera litúrgicamente
es algo así como repetir la celebración del Jueves Santo, día de la Institución
de la Eucaristía. Esta fiesta de hoy nació de la devoción del pueblo de Dios
que quiso añadir esta celebración en el calendario litúrgico. Es la memoria del
Señor, de su pasión, de su muerte y de resurrección, como siempre es toda
celebración de la Eucaristía.
‘Haced
esto en memoria mía’, les dijo Jesús a los discípulos cuando instituyó la
Eucaristía. Por eso nos dirá san Pablo que cada vez que comemos el cuerpo del
Señor y bebemos su sangre estamos haciendo memoria del Señor, haciendo memoria
de su pasión y de su entrega, de su muerte y de su resurrección.
Hoy nos
dice Jesús en el evangelio – el texto que escuchamos forma parte de aquel
discurso de la sinagoga de Cafarnaún después de la multiplicación de los panes
– que si no comemos la Carne del Hijo del Hombre y no bebemos su sangre, no
tenemos vida en nosotros porque ‘el que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna y yo lo resucitaré en el ultimo día’.
Y es que
los que creemos en Jesús y en su nombre nos reunimos estaremos sintiendo y
viviendo esa presencia nueva de Cristo resucitado en medio de nosotros. Nos
prometió que estaría para siempre con nosotros y esa presencia por la fuerza
del Espíritu se hace vida en nosotros, se convierte para nosotros en nuestro
alimento y en nuestra fuerza. Ansiamos y deseamos reunirnos en el nombre del
Señor para así sentir su presencia, su fuerza y su vida en nosotros.
Haciendo
memoria de nuestra historia y de nuestra historia reciente que aun no ha
llegado a su fin, nosotros también hemos estado pasando por un desierto en
nuestro confinamiento donde no solo ha sido lo que externamente hayamos vivido
en estos momentos difíciles, sino lo que también en nuestro interior, en lo más
profundo de nosotros, pero también en el camino de nuestra religiosidad y de
nuestra fe nos ha tocado vivir.
En cierto
modo hemos pasado hambre de Dios, hambre de Eucaristía, pero aun así no nos ha
faltado ese maná espiritual en la fuerza del Espíritu del Señor que ha estado
con nosotros. Tenemos deseos ya de poder participar plenamente de la
Eucaristía, pero como creyentes hemos sabido ver esa presencia de Dios que ha
caminado con nosotros en nuestros silencios y en nuestras soledades.
Un día
haremos memoria también de estos momentos y recordaremos y celebraremos cómo
también sentimos ese paso de Dios por nuestra vida, porque nunca nos falto su
fuerza ni su gracia. Si ya hoy podemos acercarnos a nuestros templos para
celebrar esta fiesta de la Eucaristía, aunque no tenga los esplendores de otros
años con sus procesiones y aires de fiesta en nuestros pueblos, tenemos sin
embargo muchas razones para darle gracias al Señor, para hacer memoria viva de
ese paso de Dios.
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