‘Toma
la camilla’, llévatela contigo, no porque la vayas a necesitar de nuevo, es el
recuerdo de lo vivido, de lo que ha sido tu vida, de la experiencia que te ha
transformado
Isaías 35, 1-10; Sal 84; Lucas 5, 17-26
Esto lo quiero guardar como recuerdo.
Vamos de viaje y nos traemos nuestros recuerdos. Vivimos un acontecimiento
especial y queremos mantener el recuerdo de lo que entonces vivimos y nos
guardamos cosas que nos lo recuerden. Hacemos fotografías de lugares que nos
han gustado porque luego queremos de nuevo saborear la sensación que tuvimos
cuando estuvimos en aquel lugar. Nuestra casa en ocasiones se nos llena de
detalles de un regalo que recibimos, de una visita que hicimos, de cosas que
nos traen a la memoria momentos vividos y que tuvieron un significado en
nuestra vida.
¿Por qué me estoy haciendo estas
consideraciones? Hay un detalle en el evangelio de hoy, que se repite en otros
momentos, que nos puede pasar desapercibido pero que si nos detenemos un poco
renglón a renglón del acontecimiento relato nos puede llamar la atención. ¿Por
qué Jesús cuando curó al paralítico, le dice ‘levántate, toma la camilla y
vete a tu casa’? Parecería que Jesús tiene el deseo de que se lleve la
camilla. Claro, pensamos, tampoco la iba a dejar allí en medio con tanto jaleo
de gente que había en la casa; parecería una razón normal, pero por tan natural
no sería necesario que el evangelista lo pusiera con tanto detalle.
Ya conocemos todo el hecho. Un
paralítico que unos hombres traen en una camilla con la que no pueden acceder
hasta Jesús por la puerta porque hay mucha gente, y quitando algunas losetas
del techo por allí lo descuelgan hasta los pies de Jesús. Como se fijará Jesús
grande era la fe de aquellos hombres que se valen de lo que sea necesario para
hacer llegar al paralítico hasta los pies de Jesús para que lo curara.
Pero ha sucedido algo más. La primera
palabra de Jesús ante la llegada de aquel paralítico a sus pies es decirle ‘tus
pecados están perdonados’. Aquello, como conocemos, arma un revuelo entre
los presentes que no esperaban esa palabra de Jesús pero sobre todo de los
escribas y fariseos que estaban allí al acecho. ‘Este hombre blasfema.
¿Quién puede perdonar pecados sino Dios?’
Pero Jesús no se arredra sino que mantiene su palabra, porque si tiene
poder para curar a aquel hombre, como todos esperan, ese poder de dar vida solo
le corresponde a Dios. Y si puede curar al paralítico eso será signo de la curación
más profunda que Jesús quiere realizar en el hombre, el perdón de los pecados.
Allí está manifestándose la
misericordia de Dios, que cura, es cierto, nuestras dolencias y enfermedades,
que se muestra compasivo con nuestro sufrimiento cuando se ha hecho uno como
nosotros y El probará también lo que es el sufrimiento con su pasión y muerte
en la cruz, pero allí se está manifestando la misericordia de Dios que nos sana
desde lo más hondo de nosotros, que ha venido para dar su vida, para derramar
su sangre por nosotros, por todos, para el perdón de los pecados. Es la vida
más hermosa que Jesús nos ofrece, es la gracia, es el regalo de vida de Dios
para el hombre, para nosotros, para todos.
Aquel hombre ha pasado por una
experiencia fuerte; fuerte y dolorosa ha sido su incapacidad, su invalidez. Nos
conviene recordar nuestra debilidad, una debilidad de la que no siempre nos
podemos liberar por nosotros mismos, sino que hemos de saber contar con otros.
Aquel hombre ha tenido la experiencia de unos buenos hombres que le han
ayudado, que le han llevado hasta Jesús. Pero ha sido también una experiencia
mucho más honda la que ha vivido, no solo porque se ha visto liberado de si
invalidez, de su debilidad, sino que ha sentido que la gracia de Dios le ha
transformado; es el perdón que ha recibido que ha sido la curación mas honda
porque eso sí que le ha hecho entrar en una vida nueva.
¿No será algo todo esto que no podrá
olvidar nunca? ‘Vete y no peques más’, les dice Jesús en ocasiones a
aquellos a los que cura. Recordemos nuestra debilidad en la que podemos volver
a caer; recordemos la gracia que nos ha hecho renacer; recordemos también las
mediaciones que ha habido en nuestra vida que nos han ayudado a encontrar nueva
vida. ‘Toma la camilla’, llévatela contigo, no porque la vayas a
necesitar de nuevo, sino como el recuerdo de lo vivido, el recuerdo de lo que
ha sido tu vida, el recuerdo de la experiencia que te ha transformado.
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