Crezcamos
interiormente, crezcamos en nuestra espiritualidad, démosle verdadera
profundidad a nuestra vida dejándonos impregnar por el sentido del evangelio
Eclesiástico 48, 1-4.9-11b; Sal 79; Mateo
17, 10-13
Hay ocasiones en que tenemos preguntas
en nuestro interior a las que no sabemos dar respuesta o no encontramos a quien
planteárselas o quizá no nos atrevemos. Nuestro espíritu parece un mar
fluctuante que va y viene porque queremos buscar un rumbo, un sentido o un
valor a lo que vivimos y a lo que hacemos pero las influencias que recibimos
del exterior son muchas y contradictorias y dentro de nosotros mismos nos
aparecen intereses, deseos algunas veces inconfesables, turbulencias que nos
desestabilizan, nos hacen perder la orientación.
Cuando vislumbramos quizá que detrás de
las respuestas que buscamos va a haber nuevas exigencias para nuestra vida de
alguna manera nos acobardamos y en cierto modo huimos de esas respuestas. Pero
tenemos que saber exigirnos a nosotros mismos para no dejarnos vencer por esa
comodidad o esos egoísmos que nos aparecen interiormente y tendríamos que
comprender que esas exigencias nos llevaran siempre a una vida más libre y
mejor. Si el egoísmo o la comodidad nos dominan aunque nos creamos libres
realmente no lo somos.
Humanamente nos sucede ante decisiones
importantes que tenemos que dar y nos llenamos de miedos. Cuando en verdad
queremos vivir una vida auténticamente espiritual para darle profundidad a la
vida, nos aparecen también esas dudas y esos miedos que tenemos que aprender a
superar si en verdad queremos crecer como personas en la vida. En la vivencia
de lo valores cristianos, cuando queremos seguir el camino de Jesús nos vemos
contraatacados por otros valores que nos presenta el mundo y nos sentimos como
en la cuerda floja.
Tenemos que aprender a darle esa
profundidad a nuestra vida, tenemos que mirar con ojos bien abiertos el camino
que nos ofrece el evangelio que nos llevará siempre por derroteros de mayor
plenitud aunque signifique también un esfuerzo por nuestra parte.
Tenemos que aprender a escuchar al Espíritu
del Señor que nos habla en el corazón haciendo suficiente silencio en nosotros
para poder escucharle, porque bien sabemos de cuantas voces nos gritan
alrededor para tratar de atraernos y alejarnos de ese camino espiritual y con
verdadero sentido evangélico.
Tenemos que clarificar esas dudas que
se nos meten dentro de nosotros haciendo un profundo estudio del evangelio, al
que muchas veces acudimos de una forma en cierto modo superficial. No hemos de
tener miedo a hacernos preguntas y a planteárselas a quien nos pueda ayudar
para poder abrirnos a esa nueva visión de la vida, de las cosas, de nosotros
mismos que encontraremos en la Palabra del Evangelio.
Hoy escuchamos a los discípulos que
bajaban del monte con Jesús cómo le hacen preguntas que no entienden porque
quizá se ha creado confusión en su interior con lo anunciado por los profetas.
Han tenido la experiencia de contemplar a Elías y Moisés que se han aparecido
con Jesús en el monte de la Transfiguración y ahora brotan aquellas preguntas.
A nosotros hoy nos pueden parecer de
menor importancia, pero eran las preocupaciones que había en sus corazones. Lo
que pasa en el corazón del hombre siempre es importante para cada uno y hemos
de saber escuchar y respetar, como nosotros también deseamos ser escuchados y
comprendidos. Cuanto bueno podemos hacer cuando sabemos escuchar las
preocupaciones que el otro lleva en su corazón. Algunas veces solo nuestra
escucha puede ser una respuesta que esa persona está esperando.
Crezcamos interiormente, crezcamos en
nuestra espiritualidad, démosle verdadera profundidad a nuestra vida dejándonos
impregnar por el sentido del evangelio.
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