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domingo, 15 de diciembre de 2019

Seamos signos luminosos que abran caminos de esperanza con las mismas obras de Jesús para desterrar las negruras calamitosas que ensombrecen nuestro mundo



Seamos signos luminosos que abran caminos de esperanza con las mismas obras de Jesús para desterrar las negruras calamitosas que ensombrecen nuestro mundo

Isaías 35, 1-6a. 10; Sal 145; Santiago 5, 7-10; Mateo 11, 2-11
Algunas veces nos volvemos pesimistas; y cuando el pesimismo se nos mete en el alma todo se ensombrece y todo parecen nubes que nos anuncian catástrofes y calamidades. Caminando con pesimismo por la vida nos volvemos de alguna manera destructores, porque no dejamos asomar la esperanza y entonces se nos nublan los ojos y no seremos capaces de ver la posibilidad de nuevos caminos que se abran ante nosotros.
Nos sucede en nuestra vida social y política, no tengamos miedo de decirlo y reconocerlo. Nos vemos en situaciones de crisis y todo parece que se nos va a venir abajo y se nos destruye, al menos nos parece, lo que antes habíamos intentado construir con tanto esfuerzo. Es cierto que la vida es enrevesada y son tantas las cosas que influyen de un lado y de otro en la sociedad que pareciera que todo se nos vuelve oscuro. ¿No estaremos pasando por una situación así en estos momentos en nuestra sociedad? Parece que todo se nos va a venir abajo.
Pero creo que otra tenia que ser nuestra mirada sin ocultar la realidad, es cierto, pero tratando de descubrir cómo se nos pueden abrir caminos delante de nosotros, aunque ahora aun no sepamos cómo. El verdadero profeta no es el que anuncia calamidades sino el que es capaz de abrir caminos, de abrirnos los ojos para ver que hay otros caminos por donde caminar en la vida y afrontar entonces las situaciones difíciles en las que nos podamos encontrar. Y no olvidemos que el cristiano tiene que ser profeta, para eso ha sido ungido.
Me hago esta reflexión contemplando por una parte la situación que vive nuestra sociedad en este momento concreto, los posibles nubarrones que se puedan sentir incluso sobre nuestra iglesia donde hay tantos con miradas demasiado pesimistas, pero atendiendo a la Palabra que es este tercer domingo de Adviento se nos ofrece que tiene que ser una luz potente para hacernos mirar la vida con una nueva mirada. Y es que, como decimos continuamente, los momentos de fe que vivimos y que celebramos no son ajenos a la situación de la vida que vivimos en nuestra sociedad, en nuestra Iglesia y en el camino personal que cada uno va recorriendo.
La Palabra que hoy escuchamos es verdaderamente una palabra profética que nos quiere abrir caminos. El profeta nos ha hablado de caminos que se abren en el desierto, de desiertos que se convierten en vergeles, de impedidos que dejan caer sus muletas para caminar con total libertad porque han encontrado salud para sus vidas. No son solo bellas palabras – aunque tenemos que reconocer que estos textos son verdaderamente, literariamente bellos – sino que son anuncio de vida nueva para nosotros. Es posible esa vida nueva, es posible esa transformación aunque el desierto nos pueda parecer al principio duro e inhóspito pero que se transformará en un lugar maravilloso como si fuera un jardín.
Y las palabras del evangelio a eso mismo nos están invitando. Juan está en la cárcel y a él han llegado noticias de las obras que realiza Jesús; él lo había anunciado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, con la certeza de que era en verdad el Mesías, aunque ahora no viera quizá claro que Jesús estuviera realizando las esperanzas que tenia el pueblo en el Mesías esperado. ‘¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?’ es la pregunta que a través de sus discípulos llega a Jesús. ¿Y qué hace Jesús? Seguir realizando los signos que había venido realizando para decirle a los enviados de Juan: Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!’
Juan podía entender perfectamente el mensaje. Pero es el mensaje que nosotros hoy también escuchamos. Es el mensaje que nos abre caminos, que nos hace mirar con mirada nueva y que pone en nuestros pasos un nuevo y distinto caminar. Porque nos está pidiendo algo, que nosotros demos esas señales, que nosotros realicemos esos signos, que no nos quedemos aturdidos por los malos augurios de las negruras que nos anuncian sino que pongamos manos a la obra.
Tenemos que poner esperanza en la vida, en el mundo que nos rodea con esa mirada positiva con que intentemos ver las cosas para ponernos a hacer, para no resignarnos, para comenzar a realizar las obras del amor. La gente a nuestro lado se puede quedar aturdida pensando en las negruras que nos pueden sobrevenir y podemos tener la tendencia a huir o a escondernos. Pero tenemos que despertar, porque hay mucho positivo que hacer. Muchos serán los ciegos a los que tendrán que abrirse los ojos, y muchos que se han quedado paralizados a los que tenemos que ponerlos a caminar.
Tenemos que creer de verdad que podemos hacer un mundo nuevo y mejor aunque nos pueda parecer tan roto y tan destruido. Esa es nuestra tarea. Esa es nuestra esperanza. Esa es la verdadera navidad que tenemos que vivir porque tenemos que descubrir a Jesús que viene a nosotros en esas personas que viven en esa situación como hemos venido diciendo, pero nosotros por nuestro actuar tenemos que ser signos de Jesús, realizando la misma obra que hizo Jesús. Ese es el adviento que ahora vivimos con esperanza renovada y esa será la navidad que tenemos que celebrar.

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