Seamos
signos luminosos que abran caminos de esperanza con las mismas obras de Jesús
para desterrar las negruras calamitosas que ensombrecen nuestro mundo
Isaías 35, 1-6a. 10; Sal 145; Santiago 5,
7-10; Mateo 11, 2-11
Algunas veces nos volvemos pesimistas;
y cuando el pesimismo se nos mete en el alma todo se ensombrece y todo parecen
nubes que nos anuncian catástrofes y calamidades. Caminando con pesimismo por
la vida nos volvemos de alguna manera destructores, porque no dejamos asomar la
esperanza y entonces se nos nublan los ojos y no seremos capaces de ver la
posibilidad de nuevos caminos que se abran ante nosotros.
Nos sucede en nuestra vida social y
política, no tengamos miedo de decirlo y reconocerlo. Nos vemos en situaciones
de crisis y todo parece que se nos va a venir abajo y se nos destruye, al menos
nos parece, lo que antes habíamos intentado construir con tanto esfuerzo. Es
cierto que la vida es enrevesada y son tantas las cosas que influyen de un lado
y de otro en la sociedad que pareciera que todo se nos vuelve oscuro. ¿No
estaremos pasando por una situación así en estos momentos en nuestra sociedad?
Parece que todo se nos va a venir abajo.
Pero creo que otra tenia que ser
nuestra mirada sin ocultar la realidad, es cierto, pero tratando de descubrir
cómo se nos pueden abrir caminos delante de nosotros, aunque ahora aun no
sepamos cómo. El verdadero profeta no es el que anuncia calamidades sino el que
es capaz de abrir caminos, de abrirnos los ojos para ver que hay otros caminos
por donde caminar en la vida y afrontar entonces las situaciones difíciles en
las que nos podamos encontrar. Y no olvidemos que el cristiano tiene que ser
profeta, para eso ha sido ungido.
Me hago esta reflexión contemplando por
una parte la situación que vive nuestra sociedad en este momento concreto, los
posibles nubarrones que se puedan sentir incluso sobre nuestra iglesia donde
hay tantos con miradas demasiado pesimistas, pero atendiendo a la Palabra que
es este tercer domingo de Adviento se nos ofrece que tiene que ser una luz
potente para hacernos mirar la vida con una nueva mirada. Y es que, como
decimos continuamente, los momentos de fe que vivimos y que celebramos no son
ajenos a la situación de la vida que vivimos en nuestra sociedad, en nuestra
Iglesia y en el camino personal que cada uno va recorriendo.
La Palabra que hoy escuchamos es
verdaderamente una palabra profética que nos quiere abrir caminos. El profeta
nos ha hablado de caminos que se abren en el desierto, de desiertos que se
convierten en vergeles, de impedidos que dejan caer sus muletas para caminar
con total libertad porque han encontrado salud para sus vidas. No son solo
bellas palabras – aunque tenemos que reconocer que estos textos son
verdaderamente, literariamente bellos – sino que son anuncio de vida nueva para
nosotros. Es posible esa vida nueva, es posible esa transformación aunque el
desierto nos pueda parecer al principio duro e inhóspito pero que se
transformará en un lugar maravilloso como si fuera un jardín.
Y las palabras del evangelio a eso
mismo nos están invitando. Juan está en la cárcel y a él han llegado noticias
de las obras que realiza Jesús; él lo había anunciado como el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo, con la certeza de que era en verdad el Mesías,
aunque ahora no viera quizá claro que Jesús estuviera realizando las esperanzas
que tenia el pueblo en el Mesías esperado. ‘¿Eres tú el que ha de venir o
hemos de esperar a otro?’ es la pregunta que a través de sus discípulos
llega a Jesús. ¿Y qué hace Jesús? Seguir realizando los signos que había venido
realizando para decirle a los enviados de Juan: ‘Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los
ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen;
los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que
no se escandalice de mí!’
Juan podía
entender perfectamente el mensaje. Pero es el mensaje que nosotros hoy también
escuchamos. Es el mensaje que nos abre caminos, que nos hace mirar con mirada
nueva y que pone en nuestros pasos un nuevo y distinto caminar. Porque nos está
pidiendo algo, que nosotros demos esas señales, que nosotros realicemos esos
signos, que no nos quedemos aturdidos por los malos augurios de las negruras
que nos anuncian sino que pongamos manos a la obra.
Tenemos
que poner esperanza en la vida, en el mundo que nos rodea con esa mirada
positiva con que intentemos ver las cosas para ponernos a hacer, para no
resignarnos, para comenzar a realizar las obras del amor. La gente a nuestro
lado se puede quedar aturdida pensando en las negruras que nos pueden
sobrevenir y podemos tener la tendencia a huir o a escondernos. Pero tenemos
que despertar, porque hay mucho positivo que hacer. Muchos serán los ciegos a
los que tendrán que abrirse los ojos, y muchos que se han quedado paralizados a
los que tenemos que ponerlos a caminar.
Tenemos
que creer de verdad que podemos hacer un mundo nuevo y mejor aunque nos pueda
parecer tan roto y tan destruido. Esa es nuestra tarea. Esa es nuestra
esperanza. Esa es la verdadera navidad que tenemos que vivir porque tenemos que
descubrir a Jesús que viene a nosotros en esas personas que viven en esa
situación como hemos venido diciendo, pero nosotros por nuestro actuar tenemos
que ser signos de Jesús, realizando la misma obra que hizo Jesús. Ese es el
adviento que ahora vivimos con esperanza renovada y esa será la navidad que
tenemos que celebrar.
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