Despertemos
el entusiasmo por nuestra fe y el evangelio desterrando toda indolencia y
pasividad
Isaías 48, 17-19; Sal 1; Mateo 11, 16-19
Es cierto que con frecuencia vemos en
medios de comunicación noticias de manifestaciones de todo tipo en que mucha
gente se echa a la calle denunciando alguna situación, reclamando derechos, o
expresando reivindicaciones sociales de todo tipo. Nos parecen numerosas que ya
por un lado los medios tratan de magnificarlas según sus intereses quizá
ideológicos o también los organizadores inflan los números de participantes.
Pero ¿es toda la sociedad la que vemos en esas reivindicaciones? Algunas veces
eso es lo que tratan de hacernos creer, pero bien sabemos que detrás hay una
gran masa indolente que ni se manifiesta ni expresa cuales sean sus ideas o lo
que les gustaría. ¿Quiénes son más, los que se manifiestan o los que quedan en
silencio? Que cada uno se haga su apreciación.
Pero yo si creo que gran parte de la
sociedad vive de una forma indolente, indiferente a todo y no se siente movida
por nada. Me ha surgido casi de forma espontánea esta palabra ‘indolente’, pero
creo que nos es verdaderamente válida. Indolente, es el que no sufre por nada,
que no tiene dolor, según el significado desde su raíz latina. Indolente es,
pues, el insensible, que no siente ni padece por nada, o al menos por nada que
no le afecte a él en sus primarios intereses. Y ese puede ser un gran pecado de
la sociedad, y me atrevo a decir un gran pecado de nosotros los cristianos.
Aparte de algunos fanatismos, que creo
que no es ese el camino, y es cierto también de mucha gente comprometida como
vemos, por ejemplo, en nuestras parroquias, sin embargo hemos de reconocer que
a los cristianos normalmente nos falta entusiasmo por nuestra fe y por la
vivencia de nuestra vida cristiana.
Vivimos un cristianismo y una
religiosidad muchas veces muy pasivo, simplemente dejándonos llevar, dejándonos
arrastrar, pero sin entusiasmo, sin iniciativas, sin coraje para lanzarnos a
dar un testimonio o decir una palabra que ilumine. Nos dejamos ahogar por lo
que nos rodea y como no es políticamente correcto manifestarnos como personas
religiosas y como personas cristianas, nos guardamos, nos callamos, nos
queremos quedar detrás sin hacernos notar.
Es necesario un despertar de nuestra fe
y de nuestro entusiasmo por ser cristiano; nos hace falta despertar lo que es
la alegría de la fe; no podemos seguir dejándolo todo pasar sea como sea y
queriendo ponernos siempre a resguardo detrás de la barrera. No va ese estilo
con el sentido de nuestra fe. No son apologetas quizás lo que se necesita pero
si necesitamos cristianos valientes que den testimonio, que hagan anuncio, que
hablen de su fe, que tomen opciones en la vida conforme a los valores del
evangelio, que dejemos de una vez por todas de ponernos en segunda o en ultima
fila, sino que valientemente tenemos que dar la cara.
Hoy Jesús en el evangelio que somos
como los chicos de la plaza que amorfos nos quedamos sentados en nuestro muro
para verlas venir, que ni hacemos fiesta con aquello que debería
entusiasmarnos, no lloramos ante aquellos situaciones en las que deberíamos de
llorar de una forma solidaria cuando vemos a otros sufrir. Vino Juan y aunque
reconocieron que era alguien especial al final no le hicieron caso y lo dejaron
matar, vino el Hijo del Hombre y aunque haya bonitos aplausos en unos momentos
determinados, luego ante las influencias de los poderosos nos ponemos detrás y
hasta pediremos la libertad del Barrabás ladrón y bandido.
Tendría que hacernos pensar esta reflexión
que Jesús nos ofrece. Un buen pensamiento para despertar la esperanza en este
camino de Adviento que vamos haciendo. Tenemos que despertar ese entusiasmo por
nuestra fe y por el evangelio.
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