El
Adviento viene a poner esperanza en nuestros corazones para todas esas
situaciones que vivimos o sufrimos porque esperamos al Emmanuel, Dios con nosotros
Isaías 41, 13-20; Sal 144; Mateo 11, 11-15
Ayer en la tarde por las redes sociales que ahora son nuestro gran
medio de comunicación un amigo me preguntaba ‘¿Qué tal el adviento?’ a
lo que yo respondí con dos palabras ‘en esperanza’. No sé si realmente
entendió mi respuesta – no sé si ustedes que me leen la entienden también -,
pues inmediatamente me continuó hablando de una situación dolorosa de un
familiar por razones de enfermedad.
Confieso que en principio pensé que o no había entendido la respuesta
o era otra cosa lo que esperaba, pero me he quedado dándole vueltas al tema en
la tarde y he terminado preguntándome a mi mismo si el Adviento que vivimos
como preparación de la cercana Navidad lo hemos de espiritualizar tanto que lo
desencarnemos de lo que es la vida y las preocupaciones que cada día vivimos. Creo
que no lo hemos de vivir así, de una forma desencarnada, quiero decir, sin que
estemos con los pies en el suelo de los problemas y preocupaciones que cada día
vivimos, que vive la gente que está en nuestro entorno.
¿Qué es lo que vamos a celebrar en la Navidad? Que Dios se ha
encarnado en el seno de Maria para nacer hecho que va a vivir también los
problemas y las preocupaciones de los hombres y de las mujeres que pisamos la
tierra cada día. Vamos a contemplar el Emmanuel, el Dios con nosotros, y está
con nosotros porque ha tomado nuestra vida, nuestra naturaleza humana para ser
verdadero hombre como nosotros viviendo nuestra misma vida.
Entonces esa vida concreta nuestra, con nuestros problemas, nuestras
preocupaciones, nuestras enfermedades o nuestros sufrimientos, nuestras luchas
y nuestros fracasos, con todo eso que vivimos cada día es en la que tenemos que
vivir el Adviento, sí, la esperanza del Señor que viene y que va a vivir con
nosotros esa misma vida nuestra y es ahí donde El nos va a iluminar para que lo
vivamos de una forma distinta, para que le demos un sabor y un valor distinto,
para que nos llenemos de trascendencia mientras nos vamos arrastrando por esta
tierra nuestra. Es ahí donde tenemos que vivir con esperanza, es ahí donde
necesitamos la esperanza, es ahí donde desde esa fe y esa esperanza tendremos
que darle un sentido nuevo a lo que hacemos y a lo que vivimos.
Hoy comienza a presentársenos la figura del Bautista con esta alabanza
que Jesús hace de él. ‘En verdad
os digo, nos dice Jesús, que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el
Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que
él’. Es el precursor que
viene a abrir los caminos del Señor, como seguiremos escuchando en los próximos
días. Y su grandeza está en su pequeñez, en su humildad, en la pobreza de su
vida pero en la disponibilidad para anunciar la Palabra del Señor.
Y nos habla Jesús de la
violencia y de la falta de paz que existe en el mundo, pero no se refiere solo
a la violencia de la guerras, sino a la violencia que dejamos meter en nuestros
corazones que se convierte en rechazo de tantas cosas buenas, como rechazo
también de los demás y de Dios. ‘Desde los días de Juan el Bautista hasta
ahora el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan’.
Por eso podemos pensar en todas esas turbulencias que sufrimos en nuestro
interior, en nuestro espíritu no solo por las luchas que cada día hemos de
realizar por nuestra supervivencia, sino también por tantas inquietudes,
interrogantes, angustias y agobios, preguntas muchas veces sin respuesta que
nos van atormentando en nuestro interior en nuestro camino de vida.
Y el Adviento viene a poner
esperanza en nuestros corazones para todas esas situaciones que vivimos o
sufrimos. Es lo que vamos buscando, es lo que estamos ansiando que llegue a
nosotros viviendo una verdadera navidad. No olvidemos, es el Emmanuel, Dios con
nosotros, con nosotros en esa vida concreta que cada día vivimos.
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