Nos preguntamos también quién es Jesús porque necesitamos conocerle más y profundizar en la formación de nuestra fe
Génesis 19,15-29; Sal 25; Mateo 8,23-27
‘Ellos se preguntaban
admirados: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!’ Aún siguen preguntándose quién es
Jesús, qué hay en Jesús a pesar de todo lo que hasta entonces habían visto, de
todo lo que le habían escuchado. No terminaban de conocer a Jesús.
No los juzguemos a ellos sino más bien mirémonos a
nosotros. ¿Terminamos de conocer a Jesús? Nos pudiera extrañar que en aquella
situación en la que se encontraban de cierto peligro porque al atravesar el
lago se había levantado una fuerte tormenta y parecía que la barca
desapareciera bajo las olas aun siguieran desconfiando de lo que tendría que
significar la presencia de Jesús allí con ellos. Habían visto tantas cosas
maravillosas que Jesús había hecho y aun seguían llenos de dudas.
Pero pensemos que a nosotros nos sucede también. Nos
decimos creyentes, nos llamamos cristianos, decimos que tenemos fe, rezamos y
queremos darle culto al Señor, pero cuando viene el peligro y la tentación ¿qué
nos sucede? ¿Nos mantenemos firmes para superar aquel mal momento o nos
llenamos de dudas, de inseguridades y muchas veces incluso caemos en la
tentación y en el pecado?
Sabemos que somos débiles, pero no terminamos de poner
toda nuestra confianza en el Señor. Conocemos el evangelio y el sentido de vida
que Jesús quiere trasmitirnos, pero no somos lo suficientemente fuertes para
arrancarnos de viejas costumbres y rutinas, para arrancar de nosotros ese mal
que tantas veces dejamos meter en nuestro corazón. Ante nosotros están esos
altos valores que nos propone el evangelio, pero seguimos arrastrándonos en nuestros
materialismos y sensualidades, seguimos sin terminar de comprometernos por
hacer que nuestro mundo sea mejor sembrándolo de las buenas semillas de los
valores del evangelio.
Y seguimos con nuestras dudas, sin terminar de ahondar
lo suficiente en el evangelio y en el conocimiento de Jesús. Ante cualquier
cosa que nos argumenten en contra de nuestra fe muchas veces nos quedamos
callados sin saber que responder. Y es que muchas veces nos sucede que no
terminamos de tener una sólida formación de nuestra fe. Nos contentamos con
saber lo de siempre, no nos preocupamos de buscar cauces para profundizar en
nuestra fe.
Ante las ofertas que recibimos de la iglesia, de
nuestras parroquias y comunidades para tener encuentros donde profundicemos en
nuestra fe los rehuimos porque decimos que no tenemos tiempo, pero que quizás
lo que realmente nos falta es ese deseo de formación, de crecer en nuestra fe,
de alimentarla y pulirla para que en verdad pueda aparecer resplandeciente ante
los que nos rodean. Y luego, claro, nos vienen nuestros miedos, nuestras
cobardías, nuestra echarnos para atrás a la hora de compromiso, o el no saber
dar respuesta a los planteamientos que nos hagan.
‘¿Quién es éste?
¡Hasta el viento y el agua le obedecen!’, se preguntaban los que iban en la barca con Jesús en
aquella ocasión. Pero quizá sea la pregunta que tengamos que hacernos nosotros,
pero porque deseemos de verdad conocer cada vez más a Jesús y fundamentar
debidamente nuestra fe.
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