Orar
por nuestros enemigos, por quienes nos hayan desprestigiado y por aquellos que
nos hayan hecho daño es la forma sublime del amor y del perdón
Efesios 6, 10-20; Sal 143; Lucas 13, 31-35
La experiencia de sentirse amenazado es
una experiencia dura de la que si tuviéramos que enfrentarnos a ella no
sabríamos cómo salir. Miedo, angustia, encerrarse en sí mismo, huida, violencia
y enfrentamiento, volvernos en contra de los que nos amenazan… son muchas y
diversas la formas de reaccionar dependiendo de la manera de ser de la persona,
de su carácter o de su madurez. Puede ser ante situaciones o amenazas graves
que puedan poner en peligro la vida, o pueden ser otras amenazas más sutiles
que pueden dañar nuestra persona, nuestro prestigio o buen nombre, la situación
en la que nos encontremos ante la sociedad.
Enfrentarnos a perder la vida no es quizá tan habitual aunque en el mundo de violencias en que vivimos puede ser cada día más posible y así sucede en muchos lugares con secuestros y extorsiones, pero ese otro tipo de amenaza que nos viene de una crítica o de un juicio que hagan contra nosotros queriendo quizás desprestigiarnos, de una denuncia o incluso desde murmuraciones que pueden terminar en calumnias son cosas que nos pueden suceder más fácilmente. Repito ¿cuál es nuestra reacción? Hay gente que se queda como paralizada con el miedo a perder el nombre o el prestigio que puedan tener; gente que quiere que se la trague la tierra antes de verse en situaciones así; gente que se va en desbandada y huída, son muchas, repito, las reacciones.
Cuando Jesús se dirigía a Jerusalén,
escuchamos hoy en el evangelio que vienen unos fariseos a decirle que mejor es
que se esconda porque Herodes anda buscándolo para matarlo. Todos tenían
conocimiento que así había sucedido un día con Juan el Bautista, primero lo
había metido en los calabozos de Maqueronte para hacerlo callar, pero al final
había terminado con su muerte como un final de fiesta de aquellas a las que
estaba tan acostumbrado Herodes. Son unos fariseos los que vienen ahora a decírselo
a Jesús, aunque luego ellos por otra parte unidos a los sumos sacerdotes de
Jerusalén también querían quitar de en medio a Jesús.
Pero Jesús no se acobarda, veremos más
tarde que cuando enviado por Pilatos lo llevan a la presencia de Herodes, Jesús
no le dirigió la palabra, tratándolo Herodes por loco porque no había accedido
a lo que le pedía para divertir a su corte.
Jesús dice que no teme. El sabe además que sube a Jerusalén y allí va a
ser entregado en manos de los gentiles, como tantas veces le había anunciado a
los discípulos más cercanos. Además, como diría en otro momento, nadie le
arrebata la vida, nadie tiene poder para arrebatarle la vida, sino que El la
entrega libremente.
Claro que la fortaleza del Espíritu de Jesús
no se parece en nada a nuestros miedos y cobardías; cómo rehuimos cualquier
tipo de sufrimiento, cómo nos quejamos ante cualquier situación adversa en la
vida a la que tengamos que enfrentarnos, cómo nos resguardamos y nos ponemos a
buen recaudo ante cualquiera que pudiera venir a pedirnos cuentas, cómo
escurrimos el bulto tantas veces que tendríamos que dar la cara. Jesús nos está
dando una hermosa lección y está siendo de interrogante antes nuestras
cobardías y nuestras tibiezas.
Qué hermoso lo que llegaría a poder
decir san Pablo ‘ni la muerte ni la vida nos podrá separar del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús’. Y es que cuando nos sentimos envueltos en el
amor de Dios nos sentimos seguros, no tememos ante los riesgos y los peligros,
sentimos en nuestro interior la valentía del amor, la valentía que solo puede dárnosla
el Espíritu del Señor. Podremos sentirnos o no culpables ante aquello que
presentan contra nosotros, pero de una cosa estamos seguros, de la piedad y de
la misericordia del Señor. Los hombres nos juzgarán, nos condenarán,
pretenderán atentar contra nosotros e incluso hacer que se ponga en peligro
nuestra vida, pero nuestra fortaleza está en el Señor y en su misericordia que
aunque seamos pecadores nos ofrece su perdón, aunque nos podamos sentir indignos
El sigue contando con nosotros.
Nos manifestará algo más Jesús en este
texto que estamos comentando. Contempla con lágrimas en los ojos la
infidelidad, la ligereza y la tibieza de espíritu de aquellos a los que se
dirige y no le escuchan o incluso se van a poner en su contra. En otro momento
del evangelio se nos hablará de las lágrimas de Jesús por la ciudad de
Jerusalén que incluso va a ser destruida de manera que todo aquel esplendor que
desde el monte de los Olivos se contempla va a desaparecer. Ahora de alguna
manera Jesús está manifestando las lágrimas que hay en su corazón por aquellos
que no lo escuchan, por aquella ciudad de Jerusalén que un día le rechazará
aunque habrá momentos en que se le aclame a la entrada de la ciudad como el que
viene en el nombre del Señor
Y nosotros, ¿cómo nos sentimos?, ¿qué
actitud tomamos ante aquellos que pudieran hacernos daño? Jesús le vemos ahora
orando en sus lágrimas por la ciudad de Jerusalén, nosotros, ¿habremos sido
capaces de orar por los que nos persiguen o nos hacen daño? Ya Jesús nos ha
enseñado que tenemos que orar por nuestros enemigos y por aquellos que nos
hayan hecho daño; es la forma sublime del amor y del perdón.
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