Se
acerca la pascua y parece que cada uno va por su camino con preparativos
externos pero sin llegar a tener ese verdadero encuentro de gracia, de pascua
en el Señor
Isaías 50,4-9ª; Sal 68; Mateo 26, 14-25
Se acerca la celebración de la Pascua.
‘He deseado enormemente comer esta Pascua con vosotros’, les dirá Jesús a
los apóstoles. Lo había anunciado repetidamente, su subida a Jerusalén para la
Pascua, aunque por mucho que les explicara los discípulos no terminaran de
entender. Aquella Pascua va a tener un significado especial.
Ahora los discípulos en las puertas de
Jerusalén y a las puertas de la Pascua se preocupan de donde podrán celebrar la
cena de la Pascua. Le preguntan a Jesús ‘¿dónde quieres que te preparemos la
cena de la Pascua?’ y Jesús les dará señales precisas para que vayan a Jerusalén
y siguiendo al hombre que lleva el cántaro de agua entren en la casa y
pregunten al dueño de la casa ‘El
Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con
mis discípulos’. Y allí
encontrarán el lugar donde harán todos los preparativos para la cena pascual.
Para ellos era una pascua más, como todos los años, donde habrían de comer el
cordero pascual en recuerdo de la salida de Egipto de sus padres.
Pero alguien más
estará haciendo sus preparativos. Por una parte aquellos que estaban buscando
la manera de prenderle para quitarle de en medio y ahora se les presentaría una
ocasión especial. Pero estaba también el que iba a traicionar a Jesús. ‘¿Qué
estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?’, había planteado Judas
Iscariote, uno de los doce, a los sumos sacerdotes y principales de la ciudad. ‘Después
de ajustar con ellos en treinta monedas andaba buscando la ocasión propia para
entregarle’. Y en aquella pascua, tras aquella cena pascual encontraría el
momento.
‘Os aseguro que uno
de vosotros me va a entregar’, había dicho Jesús mientras estaban en la cena. Entre las
dudas y preguntas de todos sobre quien seria, señalaría ‘el que ha mojado en
la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como
está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le
valdría no haber nacido… ¿Soy yo
acaso, Maestro?... Tú lo has dicho’. Era todo el diálogo que se había desarrollado entonces
y que daría principio a la Pascua definitiva y eterna.
Unos preparativos para la pascua y
distintos caminos para su celebración. Estamos nosotros también en las vísperas
de la Pascua, en la víspera del comienzo del triduo pascual. También nosotros nos preguntaremos, o hemos
de preguntarnos cómo vamos a celebrar la pascua, como nos prepararemos para
celebrar la pascua, y ya el tiempo es inminente. Y es importante que nos
tomemos en serio esta preparación.
Caminos tortuosos recorremos nosotros
en la vida pero ahora hemos de abocarnos al camino bueno, al camino recto que
nos lleve a esa vivencia pascual. No se trata de unos preparativos externos,
como los discípulos que preparaban la mesa con todo lo necesario, o como tantos
en estos días muy preocupados de preparar nuestros templos, los utensilios litúrgicos
o todos los adornos con que queremos adornar nuestros templos o nuestras
imágenes para las procesiones.
Está muy bien todo eso, pero que esas
cosas no nos distraigan de la verdadera preparación. Porque podemos preparar
cosas externas, pero no prepararemos nuestro corazón, podemos estar en nuestros
templos, celebraciones o procesiones, pero no habremos quizá dejado que Jesús
entre en nuestro corazón con su vida, con su gracia.
Nos preocupamos de cosas a preparar
pero no nos preocupamos de nuestro yo, de nosotros mismos para que lleguemos a
tener una verdadera vivencia, un verdadero encuentro de gracia con el
Señor. ¿Qué nos faltará preparar? ¿Qué
es lo que en verdad necesitamos para que haya una verdadera pascua en nosotros?
¿Habremos hecho un verdadero recorrido de gracia viviendo los sacramentos que
nos llevan a la plenitud de vida en el Señor con su gracia y su perdón?
No olvidemos que el Señor quiere
celebrar su pascua en nuestra casa, en nuestra vida.
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