Jesús habla de la misericordia, porque cuando hay amor
verdadero en el corazón nunca juzgaremos a los demás, ni nos volvemos
intransigentes y destructores
Isaías 38, 1-6. 21-22. 7-8; Sal.: Is 38, 10.
11; Mateo 12, 1-8
Qué fáciles somos para
enjuiciar a los demás. Y no se trata ya solamente de que en nuestra sociedad
nos estamos acostumbrando demasiado a tener que acudir a los tribunales ante
cualquier conflicto que surge y que en lugar de tratar de resolverlo desde un
diálogo sereno y pacífico enseguida acudamos a los tribunales para que se
resuelvan las cosas.
Hay una falta de
confianza mutua que nos hace casi imposible el dialogar para llegar a puntos de
encuentro donde veamos lo que en común tenemos para desde ahí construir. Y es
que estamos siempre mirando a los demás desde la perspectiva de la sospecha, lo
que manifiesta la desconfianza, lo que nos incapacita muchas veces para
construir en común sacando lo mejor de cada uno para llegar a lo mejor para
nuestra sociedad. Cuando hay esa desconfianza estaremos viendo segundas
intenciones donde no las hay, aflorarán muchos intereses demasiado partidistas,
y estaremos mirando poco menos que con lupa todo lo que hacen o dicen los demás
para encontrar siempre algo por donde nos podamos regodear en nuestros juicios
y condenas.
Se nos hace difícil,
cuesta encontrar caminos, porque quizá realmente no los buscamos y eso nos hace
ir muchas veces como a la deriva sin rumbo o sin saber realmente hacia donde
estamos llevando nuestra sociedad. Y esto es manifestación del cierto
absolutismo con que vivimos la vida, creyéndonos que somos los únicos que
tenemos la razón o tenemos la verdad. Todo lo que hagan los demás nos parecerá
incorrecto, diremos que no vale para nada, y en consecuencia lo que hacemos es
destruirnos, porque siempre destruiremos lo que hace el adversario porque ya de
antemano decimos que lo ha hecho mal.
Y esto lo estamos
viendo todos los días en nuestras mutuas relaciones, lo vemos plasmada muy
cruelmente muchas veces incluso en los dirigentes de nuestra sociedad que actúan
desde un partidismo miope y ante cualquier cambio de dirigentes parece que
tenemos que comenzar siempre de cero porque todo lo que han hecho los otros
está mal.
Decíamos al principio
que somos fáciles para enjuiciar a los demás; nos damos cuenta con qué
facilidad juzgamos y condenamos, con qué facilidad como decíamos antes estamos
viendo segundas intenciones en lo que los otros hacen, cómo condenamos tan
ligeramente lo que vemos en los otros sin saber realmente en profundidad lo que
hacen y en tantas ocasiones parece que nos falta humanidad para comprender a la
persona; por eso juzgamos, condenamos.
Ha partido esta reflexión
que me ha llevado a aspectos de la vida de cada día, tanto a nivel personal
como también en lo que se palpa y se vive en la sociedad, desde aquellas ridículas
radicalidades que vivían los fariseos para el cumplimiento de la ley del Señor
que luego lo llenaban de normas y de preceptos que hacían poco menos que
imposible una vida normal. Fijémonos que en el pasaje de hoy parten del hecho
de que los discípulos de Jesús al pasar por un sembrado un sábado cogen unas
espigas que estrujan en sus manos para comer sus granos. Aquello era ya como el
trabajo de la siega y de la trilla, y como el sábado no estaba permitido trabajar,
de ahí ese juicio condenatorio que están haciendo.
¿Es esa de verdad la
ley del Señor? ¿Eso es lo que el Señor quiere? ¿Podemos vivir atados a esos
preceptos que poco menos que se convierten en inhumanos? Es lo que Jesús quiere
hacerles comprender. Porque esas radicalidades expresadas en esas llamémoselas
menudencias, luego se convertían en muchas actitudes inhumanas en las
relaciones entre unos y otros. Por eso Jesús habla de la misericordia, porque
cuando hay amor verdadero en el corazón nunca juzgaremos a los demás.
Cuando no hay
verdadera humanidad en nuestras relaciones mutuas aparecen, como antes veníamos
reflexionando, todas esas desconfianzas, todos esos absolutismos destructores,
todas esas intransigencias con los demás, toda esa destrucción que arruina
nuestra vida y la buena convivencia de nuestra sociedad.
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