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jueves, 16 de julio de 2020

Necesitamos encontrar un corazón que nos dé alivio y nos llene de paz y Jesús nos habla de su mansedumbre y de la humildad de su corazón


Necesitamos encontrar un corazón que nos dé alivio y nos llene de paz y Jesús nos habla de su mansedumbre y de la humildad de su corazón

Isaías 26, 7-9. 12. 16-19; Sal 101; Mateo 11, 28-30
A la hora de preparar la reflexión que os ofrezco en la semilla de cada día busco siempre algún comentario que me pudiera ayudar a mí personalmente pero también para preparar mejor lo que os ofrezco. En esta ocasión me encontré un comentario a este texto que hoy nos ofrece el Evangelio muy sencillo pero creo que muy enriquecedor y profundo.
Así nos decía: ‘El evangelio que leemos  hoy es una auténtica delicia, un vaso de agua fresca para las personas cansadas, doloridas, que sufren en la vida las situaciones más complicadas y difíciles’. Un vaso de agua fresca. Cómo lo agradece el caminante que bajo el peso del calor y del bochorno va haciendo camino, o el trabajador que al sol parece deshidratarse en los sudores de un calor agobiante, el que cansado en su trabajo o en su camino tiene la garganta reseca, o el enfermo que en su fiebre necesita que le humedezcan sus labios con esas gotitas de agua que le alivien, calmen su sed, hidrate su cuerpo para sentir nuevo vigor en su tarea o su camino.
Pero sabemos bien que esto que físicamente es una realidad, también es una imagen de cuanto nos sucede en los caminos de la vida cuando nos sentimos agobiados por los problemas o los sufrimientos o cuando nos parece que nos vemos envueltos en nubarrones negros que parece que no nos dan salida. Qué alivio cuando escuchamos una palabra de ánimo, cuando sentimos esa mano que se posa sobre nuestro hombro, o nos bebemos esa mirada con una sonrisa de ánimo que parece que nos trasmite una nueva luz.
No siempre quizás en la vida podemos escuchar esa palabra o sentir esa mirada, porque quizás en nuestro sufrimiento nos encerramos en nosotros mismos, o porque a nuestro lado contemplamos a tantos que van con iguales o peores tormentos en su espíritu pero en cierto modo nos desentendemos de ellos. Es cierto que de alguna manera queremos ocultar o disimular tras una ruidosa carcajada el sufrimiento que llevamos en nuestro interior, porque nuestras penas decimos que son nuestras y no se las vamos a cargar a los demás o porque en una actitud insolidaria también vamos tratando de rehuir el conocimiento de las penas que hacen sufrir a los demás. Quizás hasta nos vestimos de fiesta o queremos mostrar rostros de alegría para disimularlo, pero es cierto que si tenemos una cierta sensibilidad nos daremos cuenta del sufrimiento o la angustia que envuelve a tantos en nuestro entorno.
Jesús nos ofrece ese vaso de agua fresca, en la imagen con la que comenzamos nuestra reflexión. Si en la vida tantas veces no sabemos a quien acudir Jesús nos está diciendo que a El podemos acudir porque en El encontramos ese alivio y ese descanso que necesitamos. ‘Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, nos dice, y yo os aliviaré’. Necesitamos encontrar un corazón que nos dé alivio y nos llene de paz. Jesús nos habla de su mansedumbre, nos habla de la humildad de su corazón. No temamos. Es el corazón que nos acoge, nos escucha, nos hace sentir paz.
Cuánto lo necesitamos. El no nos recrimina sino que nos escucha y nos pregunta solamente por nuestro amor. Como hizo con Pedro, como hacia con los pecadores que a El acudían, como se auto invitó a la casa de Zaqueo, como llamó a Leví el publicano para que formara parte de su grupo, como acogió a la mujer pecadora que aunque sabía que había pecado mucho sabía también que había mucho amor en su corazón. Así podríamos seguir recorriendo las páginas del evangelio para sentirnos nosotros invitados también a ir hasta Jesús. ‘Venid a mi y encontraréis vuestro descanso’, nos dice hoy.
Pero también nos dice algo más. ‘Aprended de mi’. ¿Qué significa eso? Que aprendamos a ir a los demás, a no cerrar nuestros ojos ni nuestros oídos, a escucharlos, a estar a su lado, a tender la mano amiga, a ofrecer la sonrisa de nuestros ojos y nuestro semblante, a ofrecer también la mansedumbre de nuestro corazón. No olvidemos que somos unos enviados y hemos de ser signos de la presencia de Jesús en medio de nuestro mundo. Cuánto tenemos que hacer.

1 comentario:

  1. Gracias, leerle a mí me anima mucho y también espero sea un gran consuelo para a quienes se las hago llegar, porque nos invita a reflexionar y a actuar positivamente en consecuencia. "hemos de ser signos de la presencia de Jesús" ¡Hermosa frase para recordar! Saludos! Bendiciones!

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