Cuando lo damos todo por Jesús y el Evangelio nunca nos
sentiremos ninguneados porque ante nosotros se abren horizontes de plenitud y
eternidad
Proverbios 2, 1-9; Sal 33; Mateo 19, 27-29
Después de todo lo que
has hecho, de todo lo que te has sacrificado, mira cómo te pagan. Ha sido
quizás la reacción que nos ha surgido de forma espontánea, o hemos escuchado a
alguien de nuestro entorno, cuando te has visto incomprendido, cuando nos
parece que ha sabido valorar lo que hemos hecho por los demás, cuando quizás
nos ningunean dándole los méritos a otros que nosotros consideramos que no han
hecho nada.
Cuando nos ponemos
serios y solemnes valorando lo que hacemos, - y con carita de niños buenos - decimos
que somos altruistas, que no buscamos méritos ni recompensas, que lo que priva
en nuestro corazón es la generosidad y así queremos quedar bien, y hasta de
manera oculta en nuestra intención lo que queremos es que alaben nuestra
generosidad y nuestra humildad.
Y digo esto, porque,
es cierto, nos gusta que nos reconozcan lo que hacemos, nos halaga que hablen
bien de nosotros, nos sentimos orgullosos aunque tratemos de disimularlo con
humildades quizá de apariencias por aquello que hacemos.
Diríamos que son
sentimientos muy humanos, que quizá tendríamos que tenerlo más en cuenta en
nuestro trato con los demás y en la valoración de las personas que tenemos
alrededor. Tendríamos que saber ser humildes para no ir haciendo alarde de lo
que hacemos, pero al tiempo tendríamos que aprender a valorar más a los demás,
que todo eso se puede convertir en reciproco y todos nos sentiremos muy
felices.
¿Y a nosotros que nos
toca? Algo así le está planteando Pedro a Jesús, como escuchamos hoy en el
evangelio. Hemos venido escuchando el envío que Jesús hace de sus discípulos,
la generosidad y disponibilidad que Jesús les pide, la misión que tienen de
darse por los demás para crear ese mundo de paz y de amor, conforme a los
valores del Reino de Dios; hemos escuchado la generosidad de aquellos
pescadores de Galilea que un día lo dejaron todo por seguir a Jesús aparcando
las barcas y las redes en la orilla del lago. Y así todo aquel grupo de discípulos
que le siguen, a los que Jesús va llamando. Y todo esto ¿para qué? Parecen
preguntarse. ‘Ya ves, nosotros lo hemos dejado
todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?’, pregunta Pedro.
Seguimos a
Jesús por el gozo de estar con El; seguimos a Jesús porque en El encontramos
esa verdad de nuestra vida; seguimos a Jesús porque haciendo como El, llenando
nuestra vida de amor y generosidad nos sentimos en caminos de plenitud;
seguimos a Jesús porque El nos hace trascender nuestras vidas encontrando
aquello que de verdad nos llena, aquello que nos puede hacer sentirnos grandes,
porque nos abre horizontes de eternidad. Jesús lo expresa diciendo que de todo
aquello de lo que se han despojado se van a encontrar el ciento por uno, Jesús
les habla de herencia de vida eterna. No hay nada que nos llene más que el
vaciarnos de nosotros mismos porque con amor nos hemos dado por los demás.
Nos cuesta
entenderlo muchas veces, porque vivimos en un mundo donde parece que tienen que
estar sonando siempre las monedas de las ganancias en la bolsa. Nos sentimos
tentados muchas veces porque nos parece que los que andan en esas ganancias del
mundo son los más ricos y felices, pero tendríamos que ver qué es lo que nos
llena de verdad por dentro. Muchas veces nos encontramos alegrías y felicidades
efímeras en tantos a los que pronto vemos en la soledad de sus vacíos, mientras
cuando sentimos en nuestro interior la satisfacción de lo bueno que hemos hecho
por los demás entonces nos damos cuanta de cuál es la verdadera felicidad a la
que hemos de aspirar.
Aunque
sintamos todas esas tentaciones nunca sabremos lo que es la soledad y el vacío
del corazón cuando lo hemos llenado de amor. Con nosotros está siempre la
fuerza del Espíritu que nos eleva, que nos hace mirar hacia lo alto, que abre
ante nosotros siempre horizontes de eternidad.
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