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miércoles, 8 de julio de 2020

Tenemos que dejarnos interpelar por el evangelio para descubrir a nuestro lado ‘esas ovejas descarriadas’ a las que tenemos que ir con el mensaje de Jesús

Tenemos que dejarnos interpelar por el evangelio para descubrir a nuestro lado ‘esas ovejas descarriadas’ a las que tenemos que ir con el mensaje de Jesús

 Oseas 10, 1-3. 7-8. 12; Sal 104; Mateo 10, 1-7
Hemos de reconocer una cosa, vivimos, queremos vivir una vida cómoda sin demasiadas complicaciones y está la reacción o la postura de muchos en que cada uno va a lo suyo y a mi que no me compliquen la vida, pero está también la reacción bastante peligrosa de los que nos creemos buenos y nos vamos contentando con hacer lo de siempre, acomodamos incluso lo que escuchamos a lo que es la rutina de nuestra vida y también es que no nos complicamos demasiado.
Hay sucesos de la vida, cosas que pasan en nuestro entorno o que quizá escuchemos en cualquier medio de comunicación, o será un gesto de alguien en nuestro entorno que en un momento determinado toma decisiones que nos pueden parecer drásticas, o será un mensaje que nos llega aparentemente inocente, pero que cuando nos detenemos a pensar resulta que nos revuelve y nos interroga por dentro. Cosas, hechos, gestos, palabras que son como un toque de atención, una llamada, un interrogante por dentro y nos sentimos impactados y parece que tenemos que buscar una salida que quizá nos puede plantear cambios en nuestra vida.
Hay momentos en que la Palabra del Señor que escuchamos nos impacta; es algo que quizá hemos escuchado muchas veces, pero ahora aquel gesto de Jesús, aquella palabra, aquel mensaje nos llama la atención. Puede surgir una lucha interior en que quizá queremos acallar aquello que nos sucede, pero se nos pueden presentar importantes interrogantes sobre la manera como escuchamos habitualmente el evangelio. Necesitamos sinceridad, apertura del corazón, humildad para dejarnos interrogar, disponibilidad para dar los pasos que se nos pueden estar pidiendo, aunque algunas veces todo eso nos cueste mucho.
En el relato del evangelio que hoy se nos ofrece se nos habla de la llamada de Jesús a los doce que iba a constituir apóstoles; el evangelista, por así decirlo, nos da el listado oficial, pero el evangelista también nos habla de las recomendaciones que Jesús hace en aquel momento en su envío a los apóstoles. Es curioso que en esta ocasión les dice que no vayan a tierra de paganos – eso será en otro momento en otro envío – ni que vayan a las ciudades de Samaria; los envía a las ciudades descarriadas de Israel. No los envía a territorios fáciles, a lugares por los que ya habría pasado Jesús y habrían escuchado el primer anuncio, no los envía a aquellos lugares de la gente buena, de los que ya se comportan como buenos israelitas. Los envía a las ciudades descarriadas de Israel.
Es para pensar. El evangelio me está obligando a hacer un parón para dejarnos interrogar por cosas. Es para pensar en nuestra situación, en lo que habitualmente hacemos los cristianos, a lo que es la tarea pastoral ordinaria de la Iglesia. ¿A dónde vamos? ¿Con quienes contamos? Con los que ya habitualmente vienen, con los que ya habitualmente están pidiéndonos unos servicios religiosos, por ejemplo, ya sea por motivos de bautismos, primeras comuniones, matrimonios o defunciones. Pero ¿ahí están todos?
Es cierto que vivimos en unos lugares que decimos cristianos, porque la mayoría de la gente bautiza, se casa o reza por sus difuntos. Pero bien sabemos que la realidad que nos rodea ya no es esa. Que para muchos quizá lo más que les queda es ir a un santuario por devoción a una imagen de la Virgen, del Señor o de algún santo, pero que de ahí no pasan, y ya  no son todos tampoco los que realizan esas prácticas religiosas.
Cuando camino por las calles, carreteras o caminos de mi entorno veo la cantidad de gente que vive a su aire en ese aspecto religioso o cristiano, cuando no alejados totalmente de la fe y de la práctica religiosa. Antes sonaban las campanas llamando a Misa y veíamos salir a la gente hacia la Iglesia, ahora quizá molesta que toquen las campanas porque los pueden despertar de sus sueños, o pueden ser un toque de atención que no quieren recibir. ¿Y la Iglesia llega a toda esa gente? ¿Y los cristianos que nos decimos más comprometidos con nuestra fe nos sentimos preocupados por hacer llegar el mensaje del evangelio a esas gentes?
Nos falta más espíritu misionero; sentir ese envío del Señor que nos envía, no a los de siempre, a los que ya están, sino a los que no vienen nunca, a los que han perdido el rumbo de la fe, a los que ya no les dice nada el evangelio. Quizá también la práctica pastoral de la Iglesia también tendría que cambiar mucho en la formas o en la atención que le prestamos a esos alejados. Decimos mucho, como palabras bonitas, una Iglesia en salida, una iglesia misionera, ponemos bonitos carteles en nuestros templos, pero no nos podemos quedar en eso, tenemos que ir de verdad al encuentro de ‘esas ovejas descarriadas de Israel’, como nos dice hoy Jesús en el evangelio.

El pensarlo ya quizá es un impacto o un interrogante a nuestra conciencia.

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