Encerrados en nuestra autosuficiencia difícilmente se
encenderá la luz de la fe en el corazón sin embargo crece y se fortifica
creyendo con toda humildad y confianza
Oseas 2, 16. 17b-18. 21-22; Sal 144; Mateo
9, 18-26
Nos pueden parecer
caminos distintos. Y es que el camino es algo más que el lugar geográfico que
recorremos, sino que es el camino que nosotros con nuestras circunstancias
distintas en cada uno hacemos. Uno y otro camino, recorrido por una persona o
recorrido por otra sin embargo nos pueden llevar a la misma meta. Cada uno con
sus circunstancias, con sus propios problemas o dificultades va haciendo el
camino, va haciendo su recorrido, va llegando a su meta.
Así es el camino de la
fe. Nos conduce a Dios, pero cada uno de nosotros somos distintos y por eso nos
pueden parecer también los caminos distintos, pero a pesar de las
circunstancias particulares o personales de cada uno ha de tener también unos
presupuestos semejantes, podríamos decir, para llegar a esa proclamación o a
esa vivencia de la fe. El camino de la fe siempre tiene que estar fundamentado
en la humildad porque pobres y pequeños nos sentimos todos ante el misterio de
Dios y ante la inmensidad de su amor. Un camino de humildad pero un camino de
apertura de corazón y de generosidad para confiar, para fiarnos, para dejarnos
hacer y conducir, porque además la fe es un don, un don que recibimos de Dios y
que nos pide una respuesta.
Cuando al principio decía
que los caminos nos pueden parecer distintos estaba queriendo hacer referencia
a lo que hoy nos presenta el evangelio. Dos personas que se acercan a Jesús, si
queremos decir en el mismo camino que fue el recorrido desde la entrada de la
ciudad hasta la casa de Jairo, pero que fueron caminos diferentes por los que
se acercaron a Jesús. Uno era un personaje importante, el jefe de la sinagoga,
Jairo, como nos dice uno de los evangelistas que nos relata este hecho que
acude abiertamente a Jesús porque su hija se está muriendo y quiere que Jesús
vaya a imponerle su mano para que se cure.
Y Jesús se pone en
camino. Alrededor mucha gente, quizás atraídos por una parte por la fama de Jesús
pero también por el hecho de aquel personaje importante que ha venido a rogarle
a Jesús y Jesús ahora se dirige a su casa. Pero en medio de toda aquella gente
hay otra persona que también está haciendo un camino; pasa desapercibida, no
quiere incluso que nadie se entere de su situación y enfermedad no solo por la
vergüenza de sus hemorragias, sino porque eso además la convertía en una mujer
impura – todo lo que fuera un flujo de sangre así era considerado causa de
impureza -. Y aquella mujer calladamente pero con una fe y una humildad grande
por detrás le toca el manto a Jesús porque tiene la confianza de que solo eso
basta para ser curada.
Vemos las diferencias
de los caminos. Uno entre el bullicio de la gente y la importancia de ser un
personaje en la comunidad, jefe de la sinagoga, y la otra en la humildad del
silencio pasando totalmente desapercibida. Pero para Jesús no pasó
desapercibido; si antes había escuchado a Jairo y había accedido a ir con él
hasta su casa, ahora siente que aquella mujer le ha tocado, que allí ha habido
una mano llena de fe que se ha acercado hasta Jesús. Pero la fe de ambos hará
posible el milagro. ‘Tu fe te ha curado’, le dice Jesús a la mujer. ‘Basta
que tengas fe’, le dice Jesús a Jairo cuando llegan las malas noticias de
que la niña ha muerto. Y si la mano de la mujer fue la que se acercó a Jesús,
ahora es la mano de Jesús la que toma de su mano a la niña para levantarla. ‘A
ti te lo digo, levántate’.
En ambos caso
resplandece la humildad y la confianza que alimenta la fe. Creyendo
humildemente la fe de aquellas dos personas crece y se hace grande como para
que Dios obre maravillas en ellos. Como nos enseñaba Benedicto XVI ‘la fe solo
crece y se fortalece, creyendo’. Cuando nos cerramos a la fe en nuestras
autosuficiencias difícilmente se va a encender esa luz en nuestro corazón.
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