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jueves, 30 de agosto de 2012


Una responsabilidad, una trascendencia y un camino de plenitud
1Cor. 1, 1-9; Sal. 144; Mt. 24, 42-51

Si una persona no sabe administrar bien aquellos bienes que se le han confiado, derrocha de mala manera lo que han puesto en sus manos o incluso se aprovecha en beneficio propio dándoles un fin distinto a lo que estaban destinados decimos que obra injustamente, lo podemos llamar malversador y merecerá que en justicia se le exija por aquella mala administración. Desgraciadamente vemos muchas situaciones en este mundo materialista e injusto en el que vivimos. 

Jesús con sus palabras hoy en el evangelio quiere llamarnos a la responsabilidad con que hemos de vivir nuestra vida y administrar todo aquello que se ha puesto en nuestras manos. Y en la advertencia de Jesús podemos pensar en muchas cosas a las que quiere hacer referencia, empezando, si queremos, por esos bienes materiales o por esas responsabilidades que tenemos en la vida. Podemos concordar aquí otros pasajes del evangelio que nos hablan de esa responsabilidad como puede ser la parábola de los talentos que tantas veces hemos escuchado y meditado.

Pero no podemos quedarnos en la riqueza material que poseamos o que tengamos que administrar en las responsabilidades que desempeñemos en la vida. Hay unos valores en nosotros que no son sólo lo material; tenemos unas cualidades de las que hemos sido dotados que hemos de cuidar y desarrollar muy bien, porque de lo contrario sería también enterrar el talento y no es lo que quiere el Señor o para lo que nos ha dotado de esos valores y cualidades. 

No es sólo un bien personal que poseemos en esos valores que tengamos, sino que están también en función de esa sociedad y de ese mundo en el que vivimos y al que tenemos que enriquecer - que no es sólo en el plano material - con el desarrollo de esas cualidades en bien de los demás. Tendríamos quizá por empezar por descubrirlas, ver esos valores que hay en nuestra vida con los que tanto bien podemos hacer a los demás.

Pero además es que no nos quedamos encerrados en las fronteras de este mundo material y terreno en el que vivimos sino que también tenemos que saber transcendernos. Con lo bueno que vamos haciendo, con las responsabilidades que vamos desempeñando, con el desarrollo de todas esas cosas buenas estamos sembrando semillas del Reino de Dios que un día aspiramos a alcanzarlo y vivirlo en plenitud. 

Es lo que podemos descubrir desde la fe y desde el misterio salvador de Cristo que quiere dar plenitud a nuestra vida. Por eso pensamos en esos valores espirituales, en esas semillas de evangelio que podemos sembrar, soñamos con esa vida eterna de plenitud que Dios nos promete para los que somos fieles.

Pero, como nos dice hoy Jesús en el evangelio, hemos de estar atentos y vigilantes porque puede aparecer el ladrón; es la tentación que nos acecha y que nos hace bajar tantas veces la guardia en ese esfuerzo de superación y crecimiento que hemos de ir realizando en nuestra vida; es el abandono de esas responsabilidades que tenemos con nosotros mismos, pero también con la sociedad en la que vivimos, y por supuesto, como creyentes que somos, con Dios y con la Iglesia en virtud de nuestra fe. De muchas cosas podríamos hablar y muchas consecuencias tendríamos que sacar para nuestra vida.

‘Estad en vela, porque no sabéis el día ni la hora…’ nos dice hoy Jesús. ‘Estad preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre’, nos llegará la hora de la plenitud, del encuentro con el Señor, y no podemos estar ni con las manos vacías porque hayamos abandonado nuestras responsabilidades, ni con las manos manchadas porque hayamos estado obrando de forma injusta y malévola.

Una invitación de Jesús a vivir con responsabilidad nuestra vida, a contribuir con lo que somos y valemos al bien de nuestro mundo, a construir el Reino de Dios dándole verdadera trascendencia también a nuestra vida, y a vivir a tope nuestra fe y nuestra esperanza, porque todo nos llevará a la plenitud de Dios en la vida eterna que nos ofrece como premio.

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