María
en el signo de su Pilar nos ayuda a alcanzar la fortaleza de la fe, a mantener
el vigor de la esperanza y con ella aprendemos a mantener para siempre la
unidad en el amor
Hechos, 1, 12-14; Sal 26; Lucas, 11, 27-28
‘Bienaventurado el vientre que te llevó
y los pechos que te criaron’, fue el
grito de aquella mujer anónima entre la multitud. No menciona el nombre de
María, pero está hablando de la madre, la madre que lo llevó en su seno. Y es
el grito de una mujer, ¿quién mejor que una mujer puede entender lo que es el
amor de madre y lo que la madre deja reflejado en el hijo?
No se inicia aquí la cadena de
alabanzas a María que a través de todos los tiempos todos los creyentes hemos
proclamado en su honor; y digo no comienza aquí porque ya antes, Isabel, cuando
la visitó María allá en su casa de la montaña, había proclamado otra
bienaventuranza en honor de María. ‘Dichosa tú que has creído’, proclama
entonces Isabel ‘porque todo lo que se te ha anunciado se cumplirá’.
Será María misma la que en su cántico
de fe y de amor que proclamó allí en la montaña, precisamente en la casa de
Isabel, la que anunciará proféticamente que todas las generaciones cantarían
cánticos en su honor. ‘Me felicitarán todas las generaciones’, diría
entonces María. Y es lo que ha venido haciéndose a través de todos los tiempos.
Es el amor de aquellos que la recibieron como madre al pie de la cruz los que
en cualquier tiempo y en cualquier lugar querrán decir las cosas más hermosas
de la madre, las cosas más hermosas de María.
Hoy estamos celebrando precisamente una
de esas fiestas de María con que el pueblo cristiano quiere honrarla.
Fundamentada en una tradición que puede tener valores históricos o no – eso no
es lo que ahora importa – nos recuerda la presencia de María junto a nuestro
pueblo creyente, y en este caso nuestro pueblo español. Habla la tradición de
la presencia del apóstol Santiago en nuestras hispanas para anunciar el
evangelio y nos señala ese lugar junto al Ebro donde María se hizo presente
junto al apóstol para alentarle en su tarea evangelizadora. Lo que importa
ahora más allá del valor histórico de esa tradición es precisamente lo que la
historia no ha ido mostrando, cómo Maria siempre ha estado a nuestro lado en la
tarea del anuncio y de la vivencia del evangelio de su Hijo.
En los textos que se nos ofrecen hoy en
la liturgia de este día se habla de la presencia de María junto al grupo de los
discípulos que en oración en el Cenáculo esperaban el cumplimiento de la
promesa de Jesús de que les enviaría el Espíritu Santo. Pues María sigue
estando junto a la Iglesia orante, junto a la Iglesia que camina, junto a la
Iglesia que sale al mundo a proclamar el evangelio, junto con la Iglesia que se
recoge también en oración para mejor escuchar al Señor, para mejor escuchar su Palabra.
Es lo que tenemos que ver en la figura
de María tan presente en la vida de la Iglesia. No es simplemente el talismán
milagroso que nos va a librar de los peligros y del mal, sino que es la madre
que acompaña y camina con sus hijos, que nos estará repitiendo continuamente ‘haced
lo que El os diga’ para que nos impregnemos de su Palabra, para que la
plantemos en nuestro corazón. Lo que hoy Jesús nos está diciendo como aparente
réplica a las alabanzas de aquella mujer anónima es que si somos capaces de
plantar como María la Palabra de Dios en nuestro corazón entonces seremos
felices y dichosos, para nosotros será la bienaventuranza, seremos en verdad
como la verdadera familia de Jesús, como en otro momento nos ha dicho ‘estos
son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la Palabra de Dios y la plantan
en su corazón’.
Hoy celebramos a la Virgen en esta
advocación tan querida en España que así la tiene como su patrona aunque luego
en cada lugar la llamemos con nuestro nombre particular, con nuestra advocación
particular. Pero es hermosa toda la simbología de esta imagen del Pilar, porque
ella nos ayuda a alcanzar esa fortaleza de nuestra fe, a mantener el vigor de
nuestra esperanza porque en ella nos apoyamos, en su pilar, como ese bastón
también para nuestro caminar, y así como los hijos se reúnen en torno a la
madre aprendemos con ella a mantener para siempre esa unidad en el amor. Es el
gozo de María vernos así en esa fortaleza y en esa esperanza unidos en su
entorno, pero es también el gozo que sentimos con esa presencia permanente de
María en nuestro caminar.
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