Sepamos detenernos, hacer silencio, hacer vacío en nuestro
interior para buscar donde encontrar esa paz que necesitamos, entonces podremos
comenzar a escuchar y a sentir a Dios
Eclesiástico 15, 1-6; Sal 88; Mateo
11, 25-30
La vida es una buena
maestra de la vida; y aunque nos parezca un círculo cerrado sin embargo creo
que todos nos damos cuenta como en la vida misma hemos ido aprendiendo a vivir.
Quizás hayamos tenido que pasar por experiencias fuertes que nos han enseñado a
descubrir lo que es verdaderamente importante de la vida; claro que no siempre
somos buenos alumnos o discípulos que queramos aprender y quizás muchas cosas
no nos sirvan de nada, pero depende de nosotros.
Los golpes que
recibimos en la vida nos hacen bajar los humos y cuando nos creíamos
prepotentes, capaces de todo, llenos de poder o incluso nos creíamos llenos de
sabiduría hubo quizá un acontecimiento que nos marcó, una enfermedad que nos
hizo comprender lo débiles que somos y lo caducas que se pueden convertir las
cosas que habíamos consideramos tan esenciales, hubo una prueba grande en la
vida que quizás nos desestabilizó y nos ayudó a buscar otros sentidos de lo que
realmente estábamos haciendo que nos dimos cuenta que de nada nos servía ni
nada nos llenaba porque había un vacío muy grande en el interior.
La vida nos enseña si
somos capaces de pararnos a reflexionar, a analizar, a buscar verdaderamente el
por qué de las cosas o si llegamos a descubrir donde está nuestra verdadera
grandeza. Ojalá fuéramos buenos discípulos y aprendiéramos.
Me estoy haciendo
estas reflexiones, por una parte con la luz de la Palabra de Dios que hoy se
nos propone en la liturgia y por otra parte teniendo en cuenta la fiesta de
santa Teresa de Jesús que hoy celebramos.
Teresa era una mujer
fuerte que buscaba a Dios y lo hacía con toda la intensidad también de su
carácter fuerte. Por eso entró en el Carmelo, las monjas contemplativas del convento
de la Encarnación en Ávila. En principio según el estilo de la época en que
incluso quienes pudiesen provenir de familias pudientes tenían hasta su
servicio especial dentro del convento. Así pasó muchos años pero pronto su vida
se vio llena de muchas turbaciones que hasta en cierto modo le hicieron poner
en peligro su fe.
Enfermedades por una
parte, que incluso en momentos la tuvieron alejada del convento, mucha
turbación de su espíritu que buscaba y buscaba pero siempre estaba llena de
dudas y de turbulencias en su propia fe hasta que pudo ir saliendo de todo
aquello que la ponía a prueba pero que haciéndole bajar sus humos en un camino
de humildad comenzó a encontrar el camino de ascesis y perfección que le llevaría
a las más altas cotas de la mística. Cuando se vació de sí misma se pudo llenar
de Dios. Y qué gran obra realizó a partir de ese momento con la reforma del
Carmelo.
Es lo que hoy
escuchamos en el evangelio. El Dios que se revela a los pequeños y a los humildes. ‘Te doy gracias, Padre, Señor de
cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos y se las has revelado a los pequeños’. Jesús da gracias al Padre
enseñándonos así que cuando entramos en ese camino de humildad entraremos en el camino del encuentro con Dios. Pero nos cuesta
recorrer ese camino; es el gran obstáculo para la fe, un corazón engreído,
porque un corazón engreído nunca se dejará enseñar. Y hoy vamos por la vida de
autosuficientes con esos conocimientos que decimos que tenemos, con esas
ciencias que habremos adquirido. Y nos olvidamos que si capacidad tenemos para
el conocimiento y para la ciencia es porque Dios nos hizo a su imagen y
semejanza. Pero eso lo hemos querido cambiar.
Necesitamos aprender
de la vida, como decíamos al principio de nuestra reflexión. Si fuéramos capaces
de mirar con más atención cuánto nos va sucediendo en la vida seguro que
entraríamos por otros caminos. Pero la soberbia que tantas veces se nos mete
dentro de nosotros nos impide aprender las lecciones que la misma vida nos esta
ofreciendo. Tenemos como referencia a Jesús, mirémosle a El y aprendamos de El,
asemejémonos a él en la mansedumbre y en la humildad de nuestro corazón. Porque
a la larga vivimos atormentados en medio de nuestras carreras y nuestras luchas
y no somos capaces de encontrar esa paz para nuestro espíritu.
Sepamos detenernos,
hacer silencio, hacer vacío en nuestro interior para buscar donde encontrar esa
verdadera paz que necesitamos. Cuando estemos en ese vacío y en ese silencio podremos
comenzar a escuchar y a sentir a Dios, podremos descubrir que es lo que de
verdad tiene que llenarnos interiormente y que nos dará esa verdadera paz y esa
fuerza que tanto necesitamos.
Jesús nos dice hoy: ‘Venid a mí
todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo
sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
encontraréis descanso para vuestras almas’.
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