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lunes, 16 de octubre de 2023

Sepamos leer los signos que Dios va poniendo en nuestro camino y no nos sigamos haciendo sordos para escuchar la Buena Nueva del Evangelio

 


Sepamos leer los signos que Dios va poniendo en nuestro camino y no nos sigamos haciendo sordos para escuchar la Buena Nueva del Evangelio

Romanos 1,1-7; Sal 97; Lucas 11,29-32

Creemos hacer las cosas bien, pero las cosas  no nos salen; nos sucede muchas veces; y tenemos la tentación del desaliento, del desánimo, nos sentimos cansados en nuestras luchas, no sabemos que hacer. Nos pasa en muchos aspectos de la vida; serán los negocios, los trabajos que emprendemos, nos sucede en la vida familiar que no es todo lo brillante que uno quisiera, nos pasa con los hijos por los que nos hemos dado y gastado sin saber más que hacer, pero ahora nos salen por otros derroteros tan lejos de los sueños que teníamos sobre ellos, nos sucede en nuestra vida personal en la que queremos superarnos cada día más, pero vienen los mismos tropiezos de siempre, no logramos la serenidad que querríamos para nuestra vida. No siempre es así, pero con frecuencia nos sucede. ¿Cómo reaccionamos? Somos humanos y vienen los cansancios; somos humanos y no siempre tenemos la madurez suficiente para afrontar todos esos problemas.

¿Por qué me digo esto? ¿Por qué me hago esta reflexión de entrada? En una primera lectura del texto del evangelio que hoy se nos ofrece, parece que Jesús está al borde de verse en situaciones así. Claro que su anuncio de Buena Nueva es una oferta de salvación a la que el hombre puede responder o no; y Dios siempre respeta la libertad del corazón del hombre, aunque vayamos errados, porque es un don que nos regaló, la libertad.

Veremos a Jesús en distintos momentos del evangelio en que se enfrenta, por así decirlo, a esa realidad. Un día le escuchamos hablar de Corozaín, Betsaida y el mismo Cafarnaún que no daban respuesta al evangelio de Jesús; más tarde le veremos llorar desde las colinas donde contempla la ciudad de Jerusalén, porque ha querido ser como la gallina que acoge bajo sus alas a sus polluelos, pero Jesuralem no se ha convertido; ahora se queja Jesús porque no hacen sino pedir signos y milagros y a pesar de tenerlos ante sus ojos no saben leer lo que esos milagros significan y no serán capaces de ver la acción de Dios con su salvación.

Como les dice el signo que se les dará será el signo de Jonás. Aquel profeta que en principio quiso rechazar la misión que Dios le confiaba de predicar la conversión en la ciudad de Nimbe y quiso huir por mares que le alejaran, pero se vio incluso tragado por un cetáceo que a los tres días lo devolvió sano y salvo para que al final él mismo se convirtiera y realizara la misión que Dios le había confiado. Y los ninivitas creyeron en la Palabra y el signo de Jonás, pero ahora aquella generación no quiere ver las señales de Dios para escuchar su Palabra.

Será también un signo el que la reina del Sur viniera de lejos para escuchar la sabiduría de Salomón, pero ahora tienen en medio de ellos alguien que es más que Salomón y sin embargo no quieren escucharle.

Pero y eso ¿qué nos dice a nosotros hoy? ¿Sabremos leer los signos que Dios va poniendo en nuestro camino o nos seguiremos haciendo sordos para escuchar la Buena Nueva del Evangelio?

Buscamos sabidurías por todas partes, nos vamos tras cualquier cosa que nos resulte novedosa porque nos puede venir de sitios extraños o lejanos, nos dejamos encantar por filosofías o por espiritualidades que nos puedan resultar novedosas, pero no somos capaces de ir a las páginas del evangelio que hemos tenido siempre delante de nuestros ojos para saborear esa sabiduría de Dios que allí se nos ofrece. Hablamos de espiritualidades que nos dicen que nos elevan nuestra mente y nos dan nuevas visiones, y descartamos dejarnos conducir por el Espíritu de Dios al que podemos sentir en lo hondo del corazón y de verdad nos llevará por caminos de plenitud.

Busquemos la sabiduría de Dios, dejémonos inundar de su Espíritu, empapémonos del espíritu del evangelio.

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