Sepamos
leer los signos que Dios va poniendo en nuestro camino y no nos sigamos
haciendo sordos para escuchar la Buena Nueva del Evangelio
Romanos 1,1-7; Sal 97; Lucas 11,29-32
Creemos hacer las cosas bien, pero las
cosas no nos salen; nos sucede muchas veces;
y tenemos la tentación del desaliento, del desánimo, nos sentimos cansados en
nuestras luchas, no sabemos que hacer. Nos pasa en muchos aspectos de la vida;
serán los negocios, los trabajos que emprendemos, nos sucede en la vida
familiar que no es todo lo brillante que uno quisiera, nos pasa con los hijos
por los que nos hemos dado y gastado sin saber más que hacer, pero ahora nos
salen por otros derroteros tan lejos de los sueños que teníamos sobre ellos,
nos sucede en nuestra vida personal en la que queremos superarnos cada día más,
pero vienen los mismos tropiezos de siempre, no logramos la serenidad que querríamos
para nuestra vida. No siempre es así, pero con frecuencia nos sucede. ¿Cómo
reaccionamos? Somos humanos y vienen los cansancios; somos humanos y no siempre
tenemos la madurez suficiente para afrontar todos esos problemas.
¿Por qué me digo esto? ¿Por qué me hago
esta reflexión de entrada? En una primera lectura del texto del evangelio que
hoy se nos ofrece, parece que Jesús está al borde de verse en situaciones así.
Claro que su anuncio de Buena Nueva es una oferta de salvación a la que el
hombre puede responder o no; y Dios siempre respeta la libertad del corazón del
hombre, aunque vayamos errados, porque es un don que nos regaló, la libertad.
Veremos a Jesús en distintos momentos
del evangelio en que se enfrenta, por así decirlo, a esa realidad. Un día le
escuchamos hablar de Corozaín, Betsaida y el mismo Cafarnaún que no daban
respuesta al evangelio de Jesús; más tarde le veremos llorar desde las colinas
donde contempla la ciudad de Jerusalén, porque ha querido ser como la gallina
que acoge bajo sus alas a sus polluelos, pero Jesuralem no se ha convertido;
ahora se queja Jesús porque no hacen sino pedir signos y milagros y a pesar de
tenerlos ante sus ojos no saben leer lo que esos milagros significan y no serán
capaces de ver la acción de Dios con su salvación.
Como les dice el signo que se les dará
será el signo de Jonás. Aquel profeta que en principio quiso rechazar la misión
que Dios le confiaba de predicar la conversión en la ciudad de Nimbe y quiso
huir por mares que le alejaran, pero se vio incluso tragado por un cetáceo que
a los tres días lo devolvió sano y salvo para que al final él mismo se
convirtiera y realizara la misión que Dios le había confiado. Y los ninivitas
creyeron en la Palabra y el signo de Jonás, pero ahora aquella generación no
quiere ver las señales de Dios para escuchar su Palabra.
Será también un signo el que la reina
del Sur viniera de lejos para escuchar la sabiduría de Salomón, pero ahora
tienen en medio de ellos alguien que es más que Salomón y sin embargo no
quieren escucharle.
Pero y eso ¿qué nos dice a nosotros
hoy? ¿Sabremos leer los signos que Dios va poniendo en nuestro camino o nos
seguiremos haciendo sordos para escuchar la Buena Nueva del Evangelio?
Buscamos sabidurías por todas partes,
nos vamos tras cualquier cosa que nos resulte novedosa porque nos puede venir
de sitios extraños o lejanos, nos dejamos encantar por filosofías o por
espiritualidades que nos puedan resultar novedosas, pero no somos capaces de ir
a las páginas del evangelio que hemos tenido siempre delante de nuestros ojos
para saborear esa sabiduría de Dios que allí se nos ofrece. Hablamos de
espiritualidades que nos dicen que nos elevan nuestra mente y nos dan nuevas
visiones, y descartamos dejarnos conducir por el Espíritu de Dios al que
podemos sentir en lo hondo del corazón y de verdad nos llevará por caminos de
plenitud.
Busquemos la sabiduría de Dios,
dejémonos inundar de su Espíritu, empapémonos del espíritu del evangelio.
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