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domingo, 15 de octubre de 2023

Demos alguna muestra de que escuchamos la llamada del Señor y no desairemos el amor que Dios nos tiene, vistamos el traje de fiesta del Reino de Dios


 

Demos alguna muestra de que escuchamos la llamada del Señor y no desairemos el amor que Dios nos tiene, vistamos el traje de fiesta del Reino de Dios

Isaías 25, 6-10ª; Sal 22; Filipenses 4, 12-14. 19-20; Mateo 22, 1-14

¿Habremos tenido alguna vez la experiencia de un desaire ante algo que habíamos preparado con mucho cariño y entusiasmo pero cuando lo ofrecimos a quien tanto apreciábamos – muestra de ello el esfuerzo que habíamos realizado en prepararlo – nos lo rechazaron, no lo quisieran aceptar, nos dejaron plantados, como suele decirse? En momentos así habrá que tener mucha fortaleza interior para no reaccionar de forma desagradable y hasta violenta contra quienes así nos hicieron tal desaire.

Sentimos quizás el impulso de desbaratar todo aquello que habíamos preparado y seguro que nos prometemos que eso no nos volverá a pasar con esas personas. Mucho sería ya que en un momento de lucidez y serenidad decidiéramos compartirlo con otras personas que sí lo merecieran más o acaso volver a intentarlo olvidando lo pasado. Cuidado no seamos nosotros los que en muchos aspectos realicemos esos desaires.

¿Se sentiría así aquel rey de la parábola que con tanto esmero había preparado el banquete de la boda de su hijo y que había llamado a todos sus amigos o personas cercanas para que participaran en la fiesta y al final no quisieron ir? Por ahí andan los tiros de la parábola que además Jesús nos la propone como imagen del banquete del Reino de los cielos al que todos estamos invitados. 

Es lo que había venido haciendo Jesús desde que comenzó haciendo el anuncio de la llegada del Reino de Dios. Y nos estaba ofreciendo las mejores imágenes para que comprendiéramos el sentido del Reino de Dios, pero parece que no querían entender. El sentido de una fiesta, de un banquete de bodas, como expresión de alegría pero también de una nueva comunión entre todos y hermandad. ¿No es así como se sienten los que participan de una misma fiesta, de un mismo banquete? Es la alegría del encuentro y del compartir, es la armonía de la convivencia y la felicidad de estar todos juntos compartiendo, es el sentirse hermanados porque parece que tenemos un mismo sentir. ¿No es eso a lo que nos invita Jesús?

Y Jesús nos sigue mandando sus enviados para recordarnos una y otra vez que la fiesta está preparada. Que es necesario que nosotros participemos, que entremos en esa nueva honda de la vida, pero seguimos con lo nuestro, tenemos mejores cosas que hacer, o eso pensamos, y seguimos con nuestras cosas, con nuestras rutinas, con nuestros apegos, con nuestros intereses egoístas, con nuestros sueños de fantasía y con nuestras ambiciones con las que quizás pensamos que podemos manipular a los demás.

La parábola nos está hablando del hoy de nuestra vida y de nuestro mundo. ¿Qué hemos hecho de ese banquete? ¿Qué es lo que estamos haciendo con nuestro mundo que lo seguimos rompiendo con nuestra manera de actuar, violenta, egoísta, donde vamos a la revancha y a la venganza, donde nos quedamos envueltos en tantas vanidades?

Veinte siglos sigue resonando el mensaje de Jesús invitándonos a algo nuevo y nuestro mundo no termina de escuchar y entrar en ese nuevo banquete. Miremos lo que sigue pasando a nuestro alrededor, miserias, hambre, violencias, guerras, no terminamos de encontrar la paz, porque nos falta también en nuestros corazones y no queremos buscarla donde sabemos que la podemos encontrar.

Y Dios nos sigue llamando, a todos, cualquiera que sea la condición, sean buenos o sean malos, porque la sala del banquete de ha de llenarse. Fueron los criados a las encrucijadas de los caminos y los trajeron a todos. En ese todos estoy yo y estamos nosotros, que tampoco es que seamos tan buenos, pero Dios nos sigue amando y nos sigue llamando. Demos alguna muestra de que escuchamos esa llamada del Señor. No desairemos el amor que Dios nos tiene. Solo necesitamos el traje de fiesta; no es un traje de lujo o de ropajes extraordinarios; es un traje que hemos de vestir desde dentro queriendo entrar en esa nueva sintonía que el Señor nos está ofreciendo. Busquemos esas nuevas actitudes, esos nuevos valores de los que tenemos que comenzar a revestirnos.

Leamos y releamos una y otra vez el evangelio para encontrar el sentido de ese traje de fiesta que nos pide el Señor. Mira tu propia vida y mira de qué es lo primero que tendrías que revestirte para estar a tono en ese banquete de vida que nos ofrece el Señor. Seguro que cada uno lo descubrimos en nuestro interior.

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