Es Jesús el que nos está invitando a que vayamos a comer con El y con todos los que El sienta en su misma mesa
Romanos 1,16-25; Sal 18; Lucas 11,37-41
‘Ven a comer a casa’, seguramente nos habrá invitado de forma inesperada alguien alguna vez; quizás quería hablar con nosotros, ofrecernos un signo de amistad y de respeto, fue tras un momento de encuentro inesperado en que se reavivaron viejos recuerdos, muchas y diversas motivaciones para esa invitación, a la que aceptamos gustosos. Ocasión para la reactivación de una vieja amistad, ocasión para un mutuo conocimiento del que nacerá quizás un nuevo aprecio, no queremos ver dobles intenciones ni andar con desconfianzas, aunque siempre hay gente desconfiada queriendo mirar lo que pueda haber detrás de esa invitación.
Bueno, eso fue lo que sucedió en aquel momento, en que después de haber estado Jesús enseñando a la gente aquel fariseo se le acercó para invitarlo a comer a su casa. No solo comía Jesús con publicanos y pecadores, sino que le veremos en distintas ocasiones comiendo en casa de fariseos o de gentes principales de la ciudad.
Jesús conocía muy bien los protocolos que se gastaban los fariseos a la hora de las comidas – aunque algunas veces los veamos a empujones queriendo escoger los mejores puestos alrededor de la mesa a la hora de la comida – sobre todo en referencia a las purificaciones y lavados de manos antes de sentarse a la mesa. Pero vemos que Jesús ahora se los salta, aunque sabía bien que los comensales andaban al acecho. ‘El fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer’, nos comenta el evangelista.
Jesús era consciente de ello, aprovecha la oportunidad para dejarnos su mensaje. ¿Qué es lo verdaderamente importante? ¿Dónde podemos encontrar lo que nos llena de impureza y de pecado? ¿Simplemente en dejar de lavarse las manos antes de comer? Ya será un mensaje que nos repite el evangelio en distintas ocasiones. ‘Limpiáis por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad…’ ¿No os importa estar peleándoos por los puestos de honor en la mesa, con lo que eso entraña de violencia y mala convivencia, y andáis preocupados por lavaros las manos? Muy brillante la copa y el plato por fuera, pero dentro la malicia del corazón.
¿De qué en verdad tenemos que preocuparnos? De aquello que va a llenar de maldad la vida, de aquellas actitudes y posturas con las que vamos rompiendo la convivencia con los demás, de lo que nos impide tener paz dentro de nosotros para que podamos tener paz también con los demás, de ese egoísmo que nos encierra en nosotros mismos y de esos orgullos que nos aíslan y que nos separan, o de esas sospechas y malas intenciones con que discriminamos a los que están a nuestro lado, de esa vanidad que crea una falsa aureola a nuestro alrededor y que nos impide acercarnos con sencillez a los demás o que pone barreras para que los otros puedan acercarse a nosotros. Son las cosas que en verdad hacen impuro nuestro corazón.
De eso es de lo que tenemos que lavarnos, de lo que tenemos que purificarnos. Para podernos sentar a la misma mesa lo que necesitamos esta apertura y esa pureza del corazón para que se logre lo que un banquete tiene que en verdad significar. Sentarnos a la mesa, no es solo comer unos alimentos, sino entrar en comunión con los demás, con los que están sentados al lado nuestro. Qué mal lo pasaríamos sentados en una misma mesa si no queremos conocernos y entrar en comunión los unos con los otros.
Qué triste es que se vea una aislado y solo cuando está sentado a la misma mesa con otras personas. Es lo que muchas veces estamos reflejando en la vida. Y cuidado que cuando nos sentamos a la mesa del Señor, en la Eucaristía, permitamos que haya personas que están solas, personas que no se sienten a gusto en aquel momento porque no han entrado en comunión con aquellos que están celebrando la misma Eucaristía.
¿Nos estará invitando Jesús a que vayamos a comer con El? ¿Cuáles serían las verdaderas actitudes para aceptar esa invitación del Señor?
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