Es un
camino y un proceso como el que iban realizando los discípulos de Jesús y todos
los que a El se acercaban, como tenemos que hacer nosotros para llenarnos de su
luz
Génesis 8,6-13.20-22; Sal 115; Marcos
8,22-26
Cuántas
maravillas podemos contemplar hoy gracias al avance de la ciencia y de la
técnica y estoy pensando en el campo de la medicina y de la sanidad. Qué
maravilla la recuperación de la visión, por ejemplo, tras una operación de
cataratas. Hace pocos días un amigo me hablaba admirado cómo ha recuperado la visión,
con que fuerza ve de nuevo los colores, pero también tantos detalles que en el
proceso de pérdida de visión por las cataratas había ido perdiendo. Puedo
hablar por mi mismo también en este caso.
Estoy
haciendo referencia a esto por el evangelio que hoy nos presenta la liturgia.
Un hombre de Betsaida que está ciego lo llevan a Jesús para que lo cure. Hay
unas circunstancias que algunas veces nos cuesta entender porque pareciera que
el milagro se ha realizado en dos partes. Primero el hombre solo veía un poco o
algunas cosas, para luego recuperar totalmente la visión. Olvidamos que cuando
estamos escuchando estos relatos de la Palabra de Dios son también como signos
de los procesos que se realizan en nuestra vida en nuestro camino de conversión.
Si hablamos
de esas maravillas de la recuperación de la luz y la vista como podemos
experimentar hoy en nuestro mundo y nos admiramos por ello, no menos tendríamos
que admirarnos de cómo el encuentro con Jesús realiza en nuestra vida también
muchas maravillas, cuando lo acogemos y cuando lo aceptamos.
Es un camino,
es un proceso. Como el que iban realizando los discípulos de Jesús y todos los
que a El se acercaban. Comenzaban a creer en Jesús, comenzaba a llegar la luz a
sus vidas, que no solo era la recuperación de la luz que nos entra por los
ojos. Pedro y los demás apóstoles creían en Jesús, por eso un día habían dado
el paso de seguirle, dejando las redes, dejando sus casas y su familia para
estar con Jesús. Pero también los costaba ver claro. No siempre entendían las
palabras y las enseñanzas de Jesús, no siempre comprendían lo que Jesús hacía.
Se llenaban de dudas. Pedro quiso convencer a Jesús de no subir a Jerusalén
porque todo lo que anunciaba Jesús no le podía pasar. Muchas veces vemos a los discípulos
discutiendo por primeros puestos en el Reino cuando tanto les había enseñado
Jesús del espíritu de servicio del que tenían que envolver sus vidas. Les
costaba dar pasos. La pasión y la muerte de Jesús fue también para ellos una
gran prueba, que se vio superada cuando le contemplaron resucitado, cuando se
llenaron del Espíritu de Jesús.
Son nuestros
pasos, que son también nuestras dudas, que son las debilidades que nos
aparecen, que son las ambiciones que no terminamos de arrancar del corazón, que
son nuestras vueltas atrás de tantas veces cuando parecía que tan entusiasmados
estábamos, que con las cosas que nos escandalizan y no terminamos de
comprender. Pero hemos de ir dando pasos, hemos de querer caminar siguiendo a
Jesús, hemos de dejar que llegue Jesús a nuestra vida y toque nuestros ojos,
como hizo con aquel ciego de Betsaida, que toque nuestro corazón para que la
luz llegue totalmente a nuestra vida.
Y eso lo
vivimos hoy, en nuestro mundo con sus problemas, en ese mundo donde tenemos que
ser testigos y dar testimonio, ese mundo que muchas veces no nos quiere y está
a la contra de lo que nosotros podamos o queremos hacer, pero donde tenemos que
estar, donde tenemos que ser luz, donde tenemos que seguir haciendo el anuncio
del Reino de Dios.
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