Camino
de superación y de crecimiento interior, de plenitud en el amor es a dónde nos
quiere conducir el Evangelio
Eclesiástico 15, 15-20; Sal 118; 1Corintios
2, 6-10; Mateo 5, 17-37
¿Queremos ser
perfectos? Todos soñamos, todos queremos hacer las cosas bien, de la mejor
manera, con la mayor perfección posible; podemos poner ejemplo en nuestras
responsabilidades y trabajos, o podemos pensar en aquellas cosas que nos gustan
de manera especial, nuestras aficiones, nuestros entretenimientos artísticos o
de lo que sea; lo trabajamos una y otra vez, le damos muchas vueltas, lo
recomenzamos no sé cuantas veces, queremos que nos quede perfecto. Esas
perfecciones son a veces muy subjetivas, porque es lo que me gusta a mí, lo que
me parece a mí, pero podemos pensar en algo más allá de todo esto.
Importante es
que nos superemos, que vayamos haciéndolo cada vez mejor, que seamos capaces de
corregirnos en nuestros errores, o ser capaces de dar siempre un paso más
delante de emulación, de superación, de ir subiendo esos peldaños que nos
lleven a lo mejor.
Y es que en
esos comportamientos nuestros de todos los días, en nuestras relaciones con los
demás, siempre hay algo que podemos hacer mejor, en lo que nos podemos superar.
Y podríamos decir que se abre ante nosotros un extenso abanico, desde lo más
negativo que hemos de evitar, no hacer daño, no matar como dice el mandamiento,
a una serie de matices, por así decirlo, que podemos ir añadiendo, dando pasos
de superación para ya no contentarnos con no herirle, no dañarle, no ofenderle
sino que iremos mejorando nuestro trato, nuestro amor, nuestra delicadeza, la
mejora a cada paso de eso que hemos venido haciendo ya de bueno. Es el camino
del que nos habla hoy Jesús en el evangelio.
Quienes le
escuchaban predicar, hacer el anuncio del nuevo Reino de Dios, quienes le veían
como un profeta en cierto modo revolucionario porque era grande el cambio que
pedía en los corazones de todos, podían pensar que todo lo dicho hasta entonces
quedaba ya obsoleto, no había que pensar en nada de todo aquello, porque todo
iba a ser radicalmente nuevo.
Había muchos
también insatisfechos con lo que hasta entonces habían ido viviendo,
insatisfechos quizás también con toda aquella menudencia de preceptos que los
maestros de la ley, en muchos casos con el radicalismo tan severo de los
fariseos, habían ido imponiendo. Justo es que pensaran de alguna manera que
iban a quedar abolidos la ley y los profetas, que habían sido los pilares de
toda la revelación de Dios a su pueblo y lo que había marcado su camino.
Pero Jesús
nos dice que no viene a abolir la ley y los profetas. El viene a dar plenitud.
Allí estaba lo que había sido revelación de Dios a través de toda su historia
de salvación, y lo que era la revelación de Dios era inmutable, porque
inmutable es la Palabra de Dios en sí misma. Por eso Jesús nos dice que no
viene a abolir, sino a dar plenitud.
Hoy nos habla
de unas cosas concretas, que se complementarán en lo que escuchemos el próximo
domingo y que forma parte todo de ese llamado sermón de la montaña, tal como
nos lo presenta el evangelio de san Mateo. ¿Qué significa ese dar plenitud sino
ese camino de superación, de crecimiento interior, de camino de perfección que
hemos de ir recorriendo paso a paso? Nos contrapone, por ejemplo, el no matar
tal como escuetamente está expuesto en los diez mandamientos, a esa delicadeza
de quien trata con verdadero amor a los demás. Ahí tendremos que ir poniendo no
solo el evitar palabras o gestos ofensivos hacia los demás, pero tendremos que
poner nuestra disponibilidad para el servicio, la delicadeza de nuestro trato, como
también nuestra capacidad de comprensión y de perdón.
Cuando hay
amor de verdad no le podemos poner puertas a todo eso bueno que nos sale del
corazón y que buscará siempre el encuentro, la cercanía, el buen trato, la
reconciliación y la búsqueda de la armonía y de la paz. ¿No son esos caminos de
plenitud?
En ese mismo
sentido nos hablará del adulterio y del divorcio, rupturas del amor que siempre
tenemos que saber reconstruir, como nos hablará de la sinceridad de nuestras
palabras y de la autenticidad de nuestra vida, que nos hará creíbles sin
necesidad de juramentos porque siempre estaremos reflejando la verdad de
nuestra vida.
Os invito a
que leamos de nuevo este texto del evangelio que se nos propone en este domingo
pero con una apertura grande de nuestro corazón para dejarnos conducir por el Espíritu
del Señor y descubriremos de verdad ese camino de plenitud del que nos habla
hoy Jesús, que terminará diciéndonos en otro momento del evangelio que seamos
perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto.
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