En lugar de pedir milagros para creer, la postura cómoda que
muchas veces tomamos, vamos a confiar y a poner fe y podremos ver los milagros
de Dios
Génesis 4,1-15.25; Sal 49; Marcos 8, 11-13
Hay ocasiones
en la vida en que estamos desconfiados de todo y de todos; nada nos convence,
no nos agrada lo que nos dicen, siempre estaremos buscando un ‘pero’, algo que
queremos ver en los otros para desconfiar. Y cuando entramos por ese camino
nada que nos digan nos convencerá, y a lo que hagan siempre le estaremos viendo
segundas intenciones que decimos nosotros que ellos ocultan por detrás. No ven,
ni quieren ver. Y pretenderán hacérselo complicado a los que quieren confiar.
Qué difícil estar con personas desconfiadas, que se vuelven recelosas, que
hacen que las relaciones se agrían, que a la larga se aíslan o rompen la
relación, porque actitudes así son difíciles de llevar.
Esto sucedía
con algunos en torno a Jesús. Había, es cierto, mucha gente que confiaba, se
veía entusiasmada con lo que Jesús les enseñaba, con lo que Jesús hacía; muchos
decían que no habían visto cosa igual; muchos hablaban de que un profeta de
Dios había aparecido en medio de ellos.
Pero no todos
pensaban lo mismo de Jesús. Estaban aquellos a los que le parecía que Jesús
venía rompiendo con todo y las tradiciones sacrosantas que habían mantenido se
iban a perder; por su posición social, por la influencia que ellos tenían en
medio del pueblo, porque eran los maestros de la ley, porque se consideraban
unos dirigentes de Israel, quizá veían en peligro sus privilegios porque se
daban cuenta que Jesús hablaba y actuaba de una distinta o como ellos
enseñaban, o a como ellos querían que las cosas funcionaran, quizá en su
beneficio. Jesús podía ser un estorbo.
Le hacían
frente a Jesús, aunque no sabían cómo podrían convencer a la gente para que no
se fuera con Jesús. Y sucedió lo que sucede tantas veces a través de los
tiempos; hay que quitarlo de en medio, pero hay que hacerlo de una forma sutil;
vamos a desprestigiarlo, a hacerle ver a la gente que no tiene el poder que se
arroga (¿?) o que realmente no hay ninguna razón que nos convenza para creer en
El. Si la gente ve que no responde a lo que le planteamos, dejarán de creer en
El. Por eso su desconfianza, con todas sus consecuencias.
Es lo que hoy escuchamos. ‘Se presentaron los fariseos y se pusieron a
discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo’. No quieren ver ni entender los signos que
Jesús iba realizando continuamente con sus milagros, las curaciones de los
enfermos. ¿Qué signo del cielo es el que piden? Podríamos pensar que ni ellos
mismos saben. En esta ocasión Jesús no responde a sus peticiones. Cuando hay
malicia en el interior de la persona, si la persona no se quiere dejar curar,
poco podemos hacer.
Jesús
realiza signos de manera especial por la fe que tienen las personas. Siempre
resaltará la fe, lo hemos escuchado repetidas veces a lo largo del evangelio;
la fe de la mujer cananea, la fe de Jairo que pedía la salud de su niña, la fe
del centurión, la fe de la mujer que sin decir nada se adelantó a tocar el
manto de Jesús. Si no despertamos la fe en el corazón nunca podremos ver las
obras de Dios, las señales del amor de Dios que se derrama en nuestras vidas,
en nuestros corazones.
Quizá
tendríamos que preguntarnos por nuestra fe; en lugar de pedir milagros para
creer, porque esa es la postura cómoda que muchas veces tomamos, vamos a
confiar, vamos a poner fe y los milagros de Dios se realizarán en nuestra vida.
Dios se revela los que se hacen pequeños, a los que son humildes, a los que con
capaces de sentir admiración por las obras de Dios. No vayamos por la vida como
quien viene ya de vuelta de todo. Dejémonos sorprender por tantas maravillas
que Dios va poniendo a nuestro paso. Y que esa sea también la actitud de
confianza que tengamos en los demás.
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