Frente a un mundo de ganancias,
prestigios y vanidades, Jesús nos ofrece un camino de generosidad y de
desprendimiento para ganar la vida de verdad
Génesis 11, 1-9; Sal 32; Marcos 8, 34 – 9, 1
Vivimos en una sociedad en la
que parece que lo que prevalece son las ganancias. ¿Qué voy a ganar con esto?
Escuchamos muchas veces a alguien cuando se le propone una acción o una
actividad con un sentido muy altruista. Ganancias en lo material, ganancias en
el prestigio, ganancias en el poder con que me puedo manifestar, ganancias en
las influencias que pueda tener desde donde controlar, manipular, dominar… son
las tantas las riquezas de ese estilo que muchas veces nos buscamos. De algo
tiene que servirme lo que estoy haciendo, pensamos.
Y ¿qué nos dice Jesús a todo esto?
Hoy nos habla claramente ¿de qué nos vale ganarnos todo el mundo si al final
perdemos el alma? Y se emplea esa expresión del alma, hablando es cierto en un
sentido espiritual, hablando en el sentido de la vida, hablándonos de lo que
realmente nos hace más personas. Cuando rodeamos la vida de vanidades no es mi
persona lo que realmente importa sino esas vanidades de las que nos rodeamos
ocultando quizás así el vacío y la superficialidad que llevamos por dentro.
Tenemos el peligro y la tentación
de vivir una vida vacía, una vida sin sentido, una vida sin valores profundos quedándonos
en la apariencia. Nos cuesta muchas veces, nos cuesta reflexionar y ahondar en
el sentido de la vida, nos cuesta descubrir el verdadero lugar que ocupamos en
este mundo y como no podemos aislarnos de los demás, despreocuparnos de los
problemas de los demás, los problemas de la sociedad y cada uno queremos más
bien ir a lo nuestro. Y nacen los egoísmos, y nacen las ambiciones, y nacen las
envidias y las desconfianzas, y nace un mundo de guerra que no hace falta que
nos tiremos bombas para sutilmente ver como podemos destruir al otro,
descalificar, queremos nosotros quizás ocupar su puesto.
Nos preocupan los graves
problemas que vive nuestro mundo, nos duelen las guerras, nos sentimos dañados
dentro de nosotros mismos con las desigualdades de nuestro mundo que crean
barreras y fronteras que no hacen falta que sean las nacionales, porque las
tenemos con el que está al lado de casa, enfrente de la calle, o en aquel
barrio al que no queremos pisar por la fama que tiene.
Sabemos todo eso, pero poco
hacemos, porque eso nos comprometería, y nos obligaría a cambiar muchas
actitudes, muchas posturas, muchas de las cosas que hacemos como una rutina más
de la vida; sabemos todo eso y de alguna manera lo vamos creando en nuestro
entorno cuando seguimos dejando que se nos metan desconfianzas y miedos en el
corazón, cuando no sabemos superar esos brotes de insolidaridad que nos van
apareciendo dentro de nosotros mismos, cuando no corregimos nuestras palabras
ni nuestra manera de hablar y de tratar a los que están a nuestro lado y
seguimos dejándonos arrastrar por tantas violencias.
Por eso nos dice Jesús hoy que
tenemos que aprender a negarnos a nosotros mismos si en verdad queremos ser sus
seguidores; si seguimos pensando solo en nosotros, en nuestras ganancias o en
nuestros prestigios, no estamos siguiendo el camino de Jesús. Para seguirle
tenemos que despojarnos de muchas cosas, aunque eso nos obligue a hacer un
camino sin comodidades. El nos habla de Cruz, porque nos estás hablando de
entrega, porque nos está hablando de amor, porque nos está hablando de buscar
lo que en verdad es ganar la vida. ¿Qué respuesta le damos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario