Tengamos el coraje de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor
Sab. 2, 1.12-22; Sal. 33; Jn. 7, 1-2.10.25-30
‘Acechemos al justo
que nos resulta incómodo: se opone a nuestras malas acciones, nos echa en cara
nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada… es un reproche para
nuestras ideas, solo verlo da grima…’
Podríamos seguir releyendo el texto del libro de la sabiduría y nos damos
cuenta que eso es cosa de todos los tiempos.
Es una reflexión que se hace el sabio del Antiguo
Testamento, que lo vemos reflejado en las actitudes que mantenían contra Jesús
los judíos de su época, pero que si hacemos una lectura de la vida de hoy como de
todos los tiempos es algo que siempre sigue sucediendo. El que es bueno a
nuestro lado se convierte en un espejo donde mirarnos, pero cuando nosotros
estamos sucios por la maldad que pueda haber en nuestro corazón algunas veces
queremos romper el espejo para no reconocer la realidad de nuestra vida, de
nuestro pecado.
Si fuéramos sinceros con nosotros mismos y en verdad quisiéramos
llevar nuestra vida por caminos de mayor plenitud, la contemplación de alguien
justo y honrado a nuestro lado tendría que ser para nosotros un estímulo, una
emulación para impulsarnos a corregirnos, a mejorar, a crecer y madurar en
nuestra vida. Creo que podría ser un primer propósito que nos hagamos en
nuestra reflexión, tener esos deseos de crecimiento en nuestra vida y saber
aceptar la corrección que para nosotros pueda significar lo bueno que veamos en
los demás.
En el evangelio que hemos escuchado seguimos viendo ese
como mar de fondo que se va creando en torno a Jesús por parte de aquellos que no
quieren creer en El. Les cuesta aceptar el mensaje de Jesús, les cuesta aceptar
que Jesús sea en verdad el Hijo de Dios y nuestro Salvador y Redentor.
Ayer escuchábamos los razonamientos que les hacia Jesús
para que en verdad le aceptasen y creyesen en El. Por una parte el testimonio que el Bautista había dado de Jesús. Recordemos cómo anunciaba su
llegada invitando a preparar los caminos y como finalmente lo señalaba como el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo.
Pero les hablaba Jesús también de las obras que
realizaba que daban testimonio de que Dios estaba con El. Nicodemo un día lo
había reconocido, si Dios no hubiera estado con El no podría realizar las obras
que hacía. Pero ahora los judíos tampoco querían reconocerlo. ‘Esas obras que hago dan testimonio de mí,
escuchábamos ayer: que el Padre me ha
enviado’.
Finalmente Jesús apelaba al testimonio de las Escrituras
y de Moisés. ‘Estudiáis las Escrituras
pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí,
¡y no queréis venir a mí para tener vida!’, les decía.
Hoy hemos escuchado que, aunque en principio se había
quedado en Galilea cuando sus parientes habían subido a la fiesta de las
Chozas, finalmente también había subido aunque no mostrándose, sino
privadamente. Algunos lo reconocen y piensan si acaso ya los judíos lo habían
reconocido, pero aún así tienen sus dudas, cuando Jesús claramente les vuelve a
señalar que procede de Dios y que es Dios el que le ha enviado. Esto provocará
de nuevo que quieran prenderle pero se les escapa de las manos, como hemos
escuchado en el evangelio ‘porque todavía
no había llegado su hora’.
Todo esto que vamos escuchando en el evangelio ha de
irnos ayudando a afirmar más y más nuestra fe en Jesús, reconociendo en verdad
que es el Hijo de Dios y en quien tenemos nuestra salvación. Reconocer a Jesús para
disponernos a seguirle y seguirle aunque eso nos cueste la cruz. De eso les
hablaba ayer tarde el Papa a los Cardenales en la Eucaristía celebrada en la
Capilla Sixtina.
‘Caminar,
edificar, confesar’, fueron las palabras claves de la homilía del Santo
Padre. ‘Cuando
caminamos sin la Cruz, cuando edificamos sin la Cruz y cuando confesamos a un
Cristo sin Cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos,
sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor… Yo querría que
todos, tras estos días de gracia, tengamos el coraje, precisamente el coraje de
caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor; de edificar la Iglesia
sobre la sangre del Señor, que se ha derramado sobre la Cruz; y de confesar la
única gloria: Cristo Crucificado. Y así la Iglesia irá adelante’.
Será algo que nos
cuesta, sobre todo cuando se nos habla de la cruz, y puede surgir también el
rechazo en nosotros, pero mirando a Cristo que camina delante de nosotros nos
sentimos estimulados y fortalecidos a ese camino que nos llevará a crecer más y
más en nuestra fe y a dar ese valiente testimonio de amor por nuestra entrega
aunque eso signifique cruz.
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