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miércoles, 27 de mayo de 2015

La verdadera grandeza de la persona y nuestra verdadera felicidad está en la capacidad para servir haciendo felices a los demás

La verdadera grandeza de la persona y nuestra verdadera felicidad está en la capacidad para servir haciendo felices a los demás

Eclesiástico 36,1-2a.5-6.13-19; Sal 78; Marcos 10,32-45
La verdadera grandeza de la persona está en su capacidad para servir, en su disponibilidad para ponerse siempre en esa actitud de servicio a los demás. No está nuestra grandeza en los títulos que poseamos ni en el poder que podamos tener, sino en esa actitud de servicio.
Esto dicho así a todos nos puede parecer hermoso, pero tenemos el peligro que se nos quede en bonitas palabras, porque en el fondo, aunque hagamos muchas cosas buenas y de servicio hacia los demás, pueden aparecernos nuestros orgullos y ambiciones quizá de una forma camuflada y en aquello bueno que hagamos estemos buscando un reconocimiento o algún tipo de ventaja para nuestra vida.
Y esto que tenemos que vivirlo en todos los ámbitos de nuestra vida porque además siempre hemos de estar en una relación con los demás se tendría que hacer como más visible y palpable en aquellos que puedan ejercer algún tipo de responsabilidad en medio de la comunidad, en medio de la sociedad, ya sea en el ámbito de la sociedad civil en sus muchas instituciones, como también en nuestro ámbito eclesial.
En momentos pasados de nuestra historia quienes ocupaban algún tipo de responsabilidad en esos ámbitos tenían y hasta exigían el reconocimiento en los tratamientos o títulos con que se les trataba. En la sociedad actual hemos hecho desaparecer esos títulos de excelencia y se nos llena la boca al decir que somos iguales que los demás y que esos títulos de excelencia son cosas anacrónicas que no queremos utilizar.
Pero nos sucede también que sin embargo nos sentimos tentados a buscar otro tipo de reconocimiento por nuestras influencias o nuestro poder que se pudieran transformar en una serie de ganancias y ya sabemos a lo que nos referimos. Pronto quitando los brillos de las excelencias sin embargo tenemos el peligro de la manipulación de los individuos o de las cosas que desembocan en muchos tipos de corrupción de lo que estamos cansados de escuchar en nuestra sociedad actual. Y eso nos puede suceder en todos los ámbitos del entramado de la vida social.
A todos nos viene bien escuchar el evangelio que hoy nos propone la liturgia de la Iglesia. Por allá andaban tentados los discípulos a buscar esas ganancias o reconocimientos del poder. Y no fueron solo los dos discípulos que se atrevieron a pedir primeros puestos a Jesús, uno a la derecha y otro a la izquierda. Pronto vemos que el resto de los discípulos llenos de envidia y ocultado quizá sus ambiciones andaban por allá inquietos y murmurando. Jesús les dice que ese no puede ser nunca el sentido ni el estilo de ninguno de sus discípulos.
‘No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?’, les dice a los dos hermanos Zebedeos. Pero a continuación les dice a todos: ‘Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos’. Nos ayuda a descubrir la verdadera grandeza, el verdadero estilo y sentido de nuestro vivir.
Pero añade el gran motivo: ‘Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos’. Nuestro modelo lo tenemos en Jesús. El servicio nos dolerá en ocasiones en el alma, porque nos cuesta arrancarnos de nosotros mismos y de nuestras primarias ambiciones. Pero tendremos el gozo del  bien y del amor que derramamos sobre los demás que es lo que haciendo felices a los otros nos hará a nosotros también las personas más felices del mundo.

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