La higuera muy frondosa y llena de hojas pero sin fruto es imagen de nuestra propia vida y los frutos que no damos
Eclesiástico
44,1.9-13; Sal
149; Marcos
11,11-26
Escuchando el evangelio de hoy comienzo preguntándome
si en verdad mi oración al Señor es con verdadera y profunda fe poniendo
radicalmente mi confianza en Dios. Presuponemos la fe en nuestra oración,
porque de lo contrario no tendría sentido salvo que sea una rutina tan grande
que no sepa ni lo que estoy haciendo. Pero ¿mi fe y mi confianza son totales en
que Dios de verdad me escucha?
Reconocemos que muchas veces nos llenamos de dudas
porque nos parece que Dios no nos concede lo que le pedimos tal como se lo
pedimos. Claro que tenemos que entender que poner totalmente esa fe en Dios no
es para mover montañas o higueras de un sitio para otro. Lo primero que tiene
que moverse de verdad es mi corazón para confiar en el Señor y creer en su
Palabra. Es a lo que nos está invitando hoy Jesús en el evangelio.
Todo parte en el evangelio del hecho de que Jesús en el
camino de Betania a Jerusalén se acerca a una higuera muy frondosa y llena de
hojas pero en la que no encuentra fruto. Por las palabras de Jesús al día
siguiente Pedro se dará cuenta de que la higuera está seca. De ahí parte lo que
Jesús nos dirá de la oración.
Pero en esa higuera muy frondosa y llena de hojas pero
que no tiene fruto también tendríamos que reflexionar en relación a nuestra
propia vida y a los frutos que tendríamos que dar y que quizá no damos. Entre
los agricultores una planta muy llena de hojas pero que no da fruto se suele
decir que está llena de vicio; así recuerdo oírle decir a mi padre. Esto
tendría que hacernos reflexionar sobre nuestra vida en muchas ocasiones muy
llena de apariencias pero que realmente no da fruto. ¿Será acaso porque no la
hemos cuidado convenientemente?
Los agricultores podan las vides y los árboles para que
puedan dar buenos frutos además de todos los cuidados de abonos y demás
atenciones que les dan. ¿No será algo de eso lo que nos puede faltar en nuestra
vida porque quizá no tenemos una honda espiritualidad o no somos capaces de
podar en nosotros aquellos brotes malos, viciosos, que pudieran ir apareciendo
en nuestra vida?
Tenemos que purificar nuestra vida. Hoy también
contemplamos a Jesús que purifica el templo de todas aquellas cosas que se
habían ido introduciendo en él, traficantes, vendedores, cambistas… de manera
que más parecía un mercado o una cueva de bandidos, como hoy nos dice. Son
tantas las cosas de las que vamos llenando nuestra vida, tantos los apegos a
los que nos esclavizamos, tanta la superficialidad con que muchas veces
vivimos, de los que tenemos que purificarnos para darle verdadera profundidad a
nuestro ser, crecer en una auténtica espiritualidad, hacer crecer nuestra fe
para que demos verdaderos frutos de santidad.
Y Jesús terminará dándonos una hermosa recomendación. ‘Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que
tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone
vuestras culpas’. Con un corazón limpio de maldad, del que hemos alejado
toda clase de rencores y resentimientos tenemos que acudir al Señor en nuestra
oración. Por eso cuando nos dé el modelo de nuestra oración en la petición de
perdón a Dios nos enseñará: ‘perdona
nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’. Y
es que cuando oramos al Señor y le pedimos perdón ya ha de ir por delante ese
perdón que nosotros les ofrecemos siempre generosamente a los demás. En la
misma oración el Señor nos ayudará para que podamos hacerlo.
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