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lunes, 25 de mayo de 2015

Vaciemos el corazón de nuestras materialidades y nuestros orgullos para que quepan en él nuestros hermanos

Vaciemos el corazón de nuestras materialidades y nuestros orgullos para que quepan en él nuestros hermanos

Eclesiástico 17,20-28; Sal 31; Marcos 10,17-27
Hay quien sigue pensando que con el dinero lo puede comprar todo y sobre todo que las riquezas son las que le van a dar la felicidad. Dicho así quizá podemos decir fácilmente que estamos de acuerdo, que la felicidad no consiste precisamente en la posesión de cosas, pero quien no ha escuchado o se ha dicho a si mismo aquello de que el dinero no da la felicidad pero ayuda a conseguirla.
Es algo que con frecuencia escuchamos y estamos tentados en el fondo de nosotros mismos a pensar así. Pero tendríamos que preguntarnos con toda sinceridad si es el dinero el que nos va a ofrecer de verdad ilusión, sentido, esperanza, amor, ternura, compañía, amistad…
Es el dilema en que se encontró el joven del que nos habla hoy el evangelio. Era bueno, había sido cumplidor desde siempre en todo en su vida, soñaba con cosas grandes, pero le llegó la confusión a su alma. Cuando Jesús complacido en lo que le estaba diciendo aquel joven le ofrece el camino para esas metas altas con las que soñaba diciéndole que se despojara de todo, que vendiera sus posesiones, que lo repartiera todo con los pobres para poder seguirle con un corazón verdaderamente libre, aquel muchacho se volvió atrás. Era muy rico, tenía muchas cosas, pero lo peor es que tenía el corazón apegado a ellas y desprenderse de esos apegos le haría sangrar el corazón. Y erró el camino. ‘A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico’.
Y ya escuchamos las palabras de Jesús que ve marcharse con tristeza a aquel joven que podía soñar con metas grandes. ‘Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por todo el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios’.
A los discípulos les va a costar entender estas palabras de Jesús y dirán que lo que Jesús propone es imposible. Claro por nosotros mismos no seremos capaces porque los apegos del corazón se nos enraízan de tal manera que nos harán sangrar cuando tratamos de arrancarlos. Cuánto nos cuesta desprendernos de nuestras cosas, de nuestras ideas, de nuestros caprichos, de nuestro yo. Cómo nos sentimos tentados a encerrarnos en nuestras cosas y en nosotros mismos. Cuánto nos cuesta compartir y no es solo lo material sino lo nosotros mismos somos.
Pero como nos dirá Jesús esto no será algo que hagamos por nosotros mismos, sino que Dios actuará en nosotros. ‘Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo’. Si Dios está con nosotros, ¿Quién podrá contra nosotros? Ayer celebrábamos con Pentecostés el don del Espíritu Santo que se nos ha concedido. Sintamos en verdad su fuerza, la gracia que nos acompaña.
No busquemos cosas extraordinarias que hacer, sino en ese día a día que hemos de vivir con desprendimiento, con generosidad, abriéndonos a los otros y dejándolos entrar en nuestro corazón sintamos la presencia del Espíritu. Pensemos que si tenemos el corazón lleno de esas materialidades o lleno de nuestro yo o nuestro orgullo no podremos dejar entrar a los demás en él; para que quepan nuestros hermanos, hemos de vaciarlo. Es lo que nos está hoy pidiendo el Señor y con la fuerza de su Espíritu podremos realizarlo.

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