En el corazón de Cristo y en el de los cristianos nunca cabrá la discriminación ni la condena sino siempre manifestará la ternura de Dios abierto a la acogida, a la misericordia, al perdón
Éxodo 32, 7-11. 13-14; Sal 50; 1Timoteo
1, 12-17; Lucas 15, 1-32
Quien no ha sabido o no ha querido tener la experiencia de la
misericordia y la compasión porque en su orgullo se cree tan justo que no
necesita nunca pedir perdón será igualmente inmisericorde y duro de compasión
para con los demás no siendo capaz nunca de ser compasivo con nadie. Es algo
duro, pero es el caparazón con el que seríamos capaces de recubrir nuestro
corazón para no tener nunca ningún atisbo de ternura y misericordia.
Y nos puede suceder, porque aunque hayamos experimentado alguna vez
esa compasión con nosotros podemos volvernos intransigentes con los demás e
incapaces de perdonar a los demás. Muchos en la vida van con esa insensibilidad
que incluso les hace expresarse con expresiones duras y hasta son incapaces de sonreír
a nadie. Y lo más peligroso y terrible sería que nos podamos parapetar tras
esas expresiones de intransigencia, de inmisericordia, de insensibilidad en
nombre quizá de un sentido religioso, que por decirlo suavemente, es mal
entendido.
Son los cumplidores, los que se creen impecables, los que son capaces
de fijarse en la menor minucia para juzgar, para criticar, para condenar a los
demás. Son los que van haciendo discriminaciones en la vida desde sus
particulares apreciaciones, se quedan en las apariencias, y considerándose poco
menos que intocables no se quieren rebajar a mezclarse con nadie; son los que
van creando categorías en la vida, para ponerse ellos siempre en un estadio
superior.
El evangelio hoy nos cuenta que todos los publicanos y pecadores
llegaban hasta Jesús para escucharle. Pero por allá estaban los escribas y los
fariseos juzgando y criticando desde sus distancias discriminatorias y
puritanas. ‘Ese acoge a los pecadores y come con ellos’. No quieren
mezclarse; en su duro corazón está siempre por delante el juicio, la
discriminación y la condena. No entienden lo que Jesús está haciendo para
mostrarnos el rostro misericordioso de Dios.
Y la respuesta de Jesús es proponer unas parábolas. ¿Es que un pastor
va a dar por perdida una oveja que se le ha quedado extraviada en el campo o en
las laderas de los barrancos? Aunque solo fuera por el interés de no tener una
pérdida, iría a buscarle y movilizaría todo lo necesario para encontrarla. Pero
es que además este pastor, no moviliza antes, sino que movilizará luego a sus amigos
para decirles que ha encontrado la oveja que se le había perdido.
¿O es que una mujer que se la extraviado en su casa una moneda valiosa
la va a dar por perdida? La va a buscar aunque tenga que revolver toda la casa
y poner todo patas arriba. Pero es que además cuando la encuentra llamará a sus
vecinas y amigas para comunicarles la buena noticia de que encontró aquella
moneda preciosa que tenia extraviada y lo hará con gran alegría.
Y nos dirá Jesús que más grande será la alegría del cielo por un solo
pecador que se arrepienta, reconozca su pecado y se convierta a la misericordia
de Dios. ¿Cómo no va, pues, Jesús a alegrarse cuando los pecadores vienen a
escucharle y muestran señales de arrepentimiento y conversión? Claro que hará
fiesta y comerá con ellos. Además, si antes para buscar a ese pecador y traerlo
al buen camino necesita participar en una de sus comidas o banquetes para El no
habrá dificultad porque por encima de todo va a primar la misericordia y la
compasión. En el corazón de Cristo nunca cabrá la discriminación ni la condena.
Su corazón siempre manifestará la ternura de Dios y estará abierto a la
acogida, a la misericordia, al perdón.
Y como bien sabemos no se acaban aquí las imágenes que Jesús querrá
presentarnos de lo que es la misericordia de Dios, que ha de ser la misma
misericordia con que nosotros hemos de actuar para con los demás. Será la
parábola que todos bien conocemos y tantas veces habremos meditado que nos
habla del padre que con una ternura grande en su corazón estará siempre
esperando la vuelta del hijo que se ha marchado. Será el padre que espera pero
que corre al encuentro; será el padre que hará fiesta con la vuelta del hijo,
pero que intentará convencer al otro hermano para que sea capaz también de
acoger a quien se consideraba muerto pero que ha vuelto a la vida.
Cargamos muchas veces las tintas fijándonos en maldad del hijo que se
ha marchado y lo ha gastado todo viviendo de mala manera, no nos fijamos tanto
en el resentimiento del otro hijo que en su orgullo no quiere recibir al
hermano, pero tampoco entiende la actitud y la postura del padre, y nos fijamos
poco en esa ternura de Dios que se manifiesta en aquel padre paciente,
compasivo, misericordioso, que busca siempre nuestro encuentro no solo con El
sino que seamos capaces de tenerlo también entre nosotros para que la fiesta
sea grande.
Es lo que Jesús está queriendo decirles a aquellos letrados y fariseos
que parece que no entendían o no querían entender lo que es la ternura y la
misericordia porque en su orgullo habían endurecido demasiado el corazón. Es lo
que Jesús está queriendo decirnos a nosotros también para que aprendamos a
cambiar muchas actitudes y muchas posturas que muchas veces mantenemos en la
vida. Y es que nuestra relación con Dios y su misericordia siempre ha de pasar
por nuestra relación con los demás, por nuestra capacidad de encuentro siempre
con los otros, con la ternura que brille en nuestro corazón para saber acoger a
todos sin ningún tipo de discriminación.
Que nunca en nombre de nuestra fe o de nuestra religión queramos ser
tan justicieros que no seamos capaces de mostrar nuestra ternura y capacidad de
misericordia con los demás. Que la Iglesia no lo olvide nunca, porque algunas
veces se hace demasiado justiciera y se puede contagiar de algunos criterios de
nuestro mundo tan lleno de inhumanidad; sería algo triste que sucediera así en
nuestra Iglesia. Alguien quizás pueda sentirse dolorido por cosas así en el
seno de la Iglesia.
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