La Buena Nueva de Jesús que anunciamos con el testimonio de nuestra vida no temamos que se convierta en signo de contradicción en medio de nuestro mundo
Jeremías 38, 4-6.8-10; Sal 39; Hebreos 12,1-4; Lucas 12,49-53
Las palabras que escuchamos hoy a Jesús en el evangelio nos resultan
una paradoja que nos llevan de alguna manera – eso al menos parece a primera
vista – a una contradicción. Nos pudieran parecer que van en contra de lo que El
a lo largo del Evangelio nos viene enseñando. Parece que nos hablara de
destrucción, de guerras y enfrentamientos hasta entre hermanos y familias, y de
angustias que diera la impresión que nos quita la paz.
¿Es eso lo que realmente produce el evangelio en nosotros? Y cuidado
que en nuestras interpretaciones para suavizar las cosas caramelicemos las
palabras de Jesús. De entrada en nuestro comentario ir diciendo que ya desde su
nacimiento se vió la paradoja que era la vida de Jesús. ¿Verdaderamente es Jesús
el Hijo de Dios que se hizo hombre? ¿Cómo le vemos en esa humildad y pobreza
que fue su nacimiento que por no tener no se tenía ni una cuna donde recostar
al recién nacido? ¿Cómo se nos irá presentando Jesús a lo largo del evangelio?
Ya nos meditará más tarde san Pablo que el que tenía la categoría de
Dios tomó la condición de uno de tantos, de un esclavo, sometiéndose a la
muerte, y a la muerte más ignominiosa que fue la muerte de Cruz. Ya había
anunciado el anciano Simeón de aquel niño que era presentado en el templo que
sería signo de contradicción.
Y es efectivamente que la Buena Nueva que Jesús nos anuncia tiene que
producir un impacto grande en nuestra vida como para no dejarnos tranquilos. Es
cierto que son palabras consoladoras, que nos anuncian paz en nuestros corazones y
misericordia para nuestra vida pecadora, pero son anuncio de una transformación
grande que tendrá que producirse en nuestra vida y en nuestro mundo. La Buena
Noticia que recibimos no es para que todo siga igual, porque entonces no sería
una buena noticia sino un constatar como estamos y cómo vamos a seguir.
Escuchar el evangelio nos obliga a ponernos en camino hacia algo nuevo
que Jesús nos anuncia y quiere de nosotros. Decimos que el Evangelio nos
anuncia el Reino de Dios, pues para que reine de verdad Dios en nuestra vida
muchas cosas tienen que cambiar en nosotros, en nuestro mundo, para arrancarnos
de una vida de esclavitud y de pecado. Sí, es un fuego transformador que
quemará en nosotros todo lo viejo, todo lo que haya de pecado para hacer florecer la
nuevo, la vida nueva que brota de la gracia de Jesús. Un incendio nos puede
parecer devastador, pero el incendio que Jesús quiere en nuestra vida es
purificador, principio de una vida nueva.
Y nos habla Jesús de Bautismo. Qué lástima que cuando escuchamos esa
palabra nos quedemos en un rito al que quizá le hayamos desvirtuado su significado
verdadero. Bautismo es sumergirnos para significar una muerte en nosotros, de
la que renacemos en una vida nueva. No es un simple lavado externo, es algo
profundo lo que se tiene que realizar.
Y Jesús cuando habla de su bautismo está hablando de su pascua, de su
muerte y resurrección. Es una forma de anunciarnos la pasión lo que nos está
diciendo Jesús con estas palabras. Por eso habla, sí, de angustia, porque habla
de dolor y de sufrimiento, de muerte. Ya al comienzo de la pasión en Getsemaní
pedirá al Padre que pase de Él este cáliz, pero que está dispuesto a seguir
adelante, que se haga la voluntad del Padre. Pero la pascua no termina en
muerte sino en vida, en resurrección, signo de renovación, de vida nueva.
Y eso es lo que ha de realizarse en nuestra vida cuando escuchamos el
evangelio. Como decíamos, es ponernos en camino de vida nueva. Es renovación,
es transformación. No todos lo entenderán, como nos cuesta entenderlo y
aceptarlo a nosotros también, reconozcámoslo. Y entre los nuestros, entre los
que nos rodean, quizá muchas veces en nuestra propia familia, no van a entender
el cambio que se produce en nosotros, ese nuevo estilo de vida que queremos
vivir, que nos sentimos impelidos a vivir. Y no nos aceptarán, y se enfrentarán
a nosotros, y querrán hacernos la vida imposible, y ya sabemos como en la
sociedad que no quiere entender las palabras de Jesús podemos estorbar y
querrán incluso quitarnos de en medio.
¿No es en cierto modo todas esas cosas que escuchamos ahora mismo, en
nuestra propia sociedad, cuando se habla contra la Iglesia, cuando se nos
insulta o se nos trata de ridiculizar, cuando se quiere hacer desaparecer todo
signo religioso y cristiano, cuando nos quieren imponer sus ideas ateas y
materialistas de la vida?
Por eso nos dice Jesús que no ha venido a traer paz sino división.
Pero Jesús sí querrá que nosotros no perdamos nunca la paz, aunque por fuera
tengamos esas guerras, esas violencias, esos ataques. El estilo de vida del
cristiano siempre nos ha de hacer reaccionar en paz, nunca con violencia,
siempre con misericordia y comprensión, siempre ofreciendo nuestro camino de
amor, aunque no sea entendido.
No son tan paradójicas ni contradictorias las palabras de Jesús, sino
que Jesús nos está anunciando como nosotros hemos de ser un signo en medio del
mundo, un signo que manifieste lo que es el evangelio; tenemos que ser buena
noticia de Jesús en el mundo que nos rodea, aunque suframos violencias, aunque
nos vean como una contradicción. Nuestra vida, el testimonio de nuestra vida ha
de ser siempre una palabra de amor; hemos de ser siempre signos de ese amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario