Que
no se nos apague nunca esa Luz, ni nos falte el aceite para mantenerla
encendida, para iluminar siempre a los demás y a nuestro mundo sin dejarlo al
azar ni para última hora
Oseas 2, 16b. 17b. 21-22; Sal 44; Mateo 25,1-13
Nos
sucede en ocasiones. Tenemos que realizar algo en un tiempo determinado, pero
nos confiamos y lo vamos dejando para después porque sabemos que podemos
hacerlo y nos llega el último momento y vienen los agobios para terminarlo y
muchas veces ya no lo realizamos como a nosotros nos hubiera gustado porque se
nos fue el tiempo. Hay personas que son especialistas en dejarlo todo para última
hora confiándose demasiado y luego viviendo con agobios y prisas. Lo malo es
que al final nos tengamos que presentar con las manos vacías o que no lo
realicemos con la perfección que se nos pide. Responsabilidad, prontitud,
previsión, buena organización de nuestras tareas, seriedad con la que nos
tomamos las cosas es algo importante a tener en cuenta y que van a marcar
nuestra madurez humana.
Algo
que hemos de saber aplicar a las diferentes facetas de la vida, desde las
responsabilidades en nuestros trabajos o en la propia familia, como en lo más
personal de nosotros mismos que nos ayuda a realizarnos más y mejor como
personas y tenemos que decir también en el ámbito de nuestra fe. Es la tarea de
la vida con el sentido de trascendencia que hemos de darle a cuanto hacemos,
que no solo nos repercute en lo que cada momento vivamos sino que va más allá
de nosotros mismos en lo que podemos trascender en los demás por lo bueno que
les podamos trasmitir, pero también en el sentido de trascendencia de eternidad
que vivimos desde nuestra fe.
Ahí
está todo ese camino de superación que hemos de ir realizando siempre en
nuestra vida, ese camino de crecimiento en lo humano pero también en lo
espiritual para darle cada día una mayor profundidad a nuestro ser. Ahí está
ese lucha diaria en la que intentamos ser mejores, corregir nuestros errores,
fortalecernos frente a las debilidades que hay en nosotros y también, ¿por qué
no?, pedir perdón a Dios por lo que hayamos hecho en contra de su voluntad. Un aspecto
que olvidamos, que dejamos de lado o para el último momento tantas veces, pero
el final puede ser inesperado y siempre hemos de estar preparados. ¿Cómo nos
vamos a presentar ante Dios? ¿Con las manos vacías? ¿Con las manos manchadas
por nuestro pecado?
Todas
estas cosas – y en muchas más podríamos profundizar – me sugiere y comparto con
ustedes en esta semilla de cada día desde la parábola que hoy se nos presenta
en el evangelio y que seguramente muchas veces hemos escuchado, rumiado en
nuestro interior y también querido llevar a nuestra vida. La parábola de las jóvenes
que esperaban la llegada del novio para la boda.
Esperaban
con lámparas encendidas en sus manos, según las costumbres de la época en la
que no solo se alumbraba así el camino, sino que además aquellas luces habían
de servir para iluminar la sala del convite de bodas. Pero no todas tuvieron
suficiente aceite para mantener encendidas las lámparas, más cuando el esposo
tardo en su llegada, y así algunas se encontraron que sus lámparas se apagaban
y ni podían alumbrar el camino ni tampoco iluminar la sala del banquete. Fueron
a buscar aceite a última hora y la puerta se cerró sin posibilidad de entrar al
banquete de bodas.
Creo
que la aplicación de la parábola a la vida es bien sencilla, pero que también nos
ayudará a encontrar esa profundidad para nuestra vida. No podemos dejar las
cosas al azar ni para última hora. Como decíamos antes en todas las facetas de
la vida; como podemos pensar también en todo lo que afecta y atañe a nuestra relación
con Dios y a lo que ha de ser nuestra respuesta de vida cristiana. Es el
cuidado de nuestra fe y de nuestra vida espiritual; es la profundidad que hemos
de saber darle a la vida desde los valores del Evangelio; es el camino de
nuestra vida cristiana como respuesta de amor al amor que Dios nos tiene; es el
compromiso que desde esa fe vivimos también en el seno de nuestra comunidad
cristiana a la que tenemos que enriquecer con nuestra vida, pero que si vamos
con las manos vacías poco podemos hacer.
Que
no se nos apague nunca esa luz, que no nos falte el aceite para mantenerla
encendida, que podamos siempre iluminar a los demás y a nuestro mundo. No lo
dejemos al azar ni para la última hora, sino vivámoslo cada día con intensidad.
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