Hebreos, 11, 1-7;
Sal. 144;
Mc. 9, 1-12
Una explosión de luz y de amor. ‘Se llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan, subió con ellos solos a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador…’ Así nos narra el evangelista Marcos la transfiguración del Señor.
Como hemos venido escuchando en estos días, les había anunciado su pascua, su pasión, muerte y resurrección; posteriormente les había dicho que el camino de los que le siguen tiene que pasar también por la cruz, por negarse a si mismo en la entrega de amor. Todo les había parecido difícil de comprender a los discípulos. Ya escuchamos a Pedro que trata de disuadir a Jesús que aquello no puede pasar. Y la misma perplejidad se había quedado en ellos con las exigencias para ser sus discípulos.
Como un rayo de luz se transfigura ahora delante de ellos. Pero les dice que no han de decir nada a nadie de todo aquello ‘hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos’. Y siguen sin comprender. Se está manifestando la gloria de la Divinidad de Jesús que es el Hijo de Dios. En el Antiguo Testamento aquellas teofanías, muchas veces también en la montaña, se habían manifestado en un ambiente de poder y de fuerza. Ahora se manifiesta Dios en Jesús, a través de la humanidad de Jesús como la plenitud del amor y de la luz. Ese resplandor hasta de sus vestidos ‘de un blanco deslumbrador’ que dice el evangelista están adelántandonos la luz de la resurrección.
Se manifiesta el amor de Dios en Jesús. ‘Tanto amó Dios al hombre que nos entregó a su Hijo único…’ que nos dirá el evangelista Juan. ‘Este es mi Hijo amado…’ que nos dice la voz del Padre desde el cielo. En Jesús, amado de Dios, prueba hasta el infinito de lo que es el amor de Dios, nos está llegando su amor. Jesús, rostro del amor misericordioso e infinito de Dios está ahí con todo su resplandor, en toda la gloria de su Divinidad que aunque nuestros ojos corporales vean solo su humanidad en su cuerpo corporal, por la fe podemos descubrir, conocer la Divinidad de Cristo, verdadero Hijo de Dios al mismo tiempo que verdadero hombre. Se nos adelante, volvemos a decir, la luz de la resurrección.
‘Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían que quería decir aquello de resucitar de entre los muertos’. Solo después de la resurrección, después de la pascua podían comprender plenamente toda aquella luz cuando contemplasen a Cristo resucitado. Será después de la Pascua cuando reciban el Espíritu Santo prometido cuando llegarán en verdad a reconocer a Jesús como el Señor. Cuando contemplen todo lo que fue su entrega de amor, de amor hasta el final, hasta la muerte, llegarán en verdad a vislumbrar todo ese amor de Dios que se ha manifestado en Jesús.
Dios es luz y hemos de caminar en su luz. Lo hemos reflexionado hace unos días. Y cuando caminamos en la luz de Dios tenemos que hacer caminos de amor. Si no llegamos a esos caminos de amor es que aún no hemos sido iluminados totalmente por la luz de Dios, por la luz de Cristo.
Que esta contemplación que una vez más hacemos de la transfiguración del Señor, explosión de luz y amor que decíamos al principio, nos impulse a crecer en nuestra fe y en nuestro amor. En esa luz y en ese amor tenemos que sentirnos nosotros también transfigurados. ¿No hemos nosotros de imitar a Cristo, copiar a Cristo, transformarnos en Cristo? Que así lo vayamos haciendo cada día creciendo más y más en nuestra fe y en nuestro amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario