Lev. 19, 1-2.17-18;
Sal. 102;
1Cor. 3, 16-23;
Mt. 5, 38-48
‘Yo soy amigo de mis amigos’ es una frase que escuchamos decir en muchas ocasiones a quienes quieren expresarnos su bondad o buena voluntad. ‘Yo ayudo al que me ayuda… soy bueno con los que son buenos conmigo…’ solemos decir también. Está bien quizá para definirnos en los perfiles de las redes sociales cibernéticas, pero si lo tratamos de entender a la luz del evangelio que hoy hemos escuchado nos damos cuenta de que nos quedamos pobres.
Con ser ya algo bueno todo eso que expresamos el amor cristiano es algo mucho más sublime. Como nos dirá Jesús ‘si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?’ Eso lo hace cualquiera. La meta y el ideal que nos propone Jesús es bien alto. Ya nos había dicho el Levítico ‘Sed santos, porque yo, el Señor, soy santo’. Ahora nos dice Jesús: ‘sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’. Lucas en su evangelio por su parte nos dice: ‘Sed misericordiosos, compasivos como vuestro Padre es compasivo’.
Y ¿qué es lo que hemos dicho en el salmo? ‘El Señor es compasivo y misericordioso’. El Dios del amor y de la misericordia es nuestro modelo. El Dios que siempre nos está manifestando su amor y su misericordia es el que llenará también nuestro corazón de amor y de misericordia.
Claro que en la cabeza quizá podemos tenerlo muy claro, pero en el día a día de nuestra vida cuando nos vamos encontrando y conviviendo con los que nos rodean, familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, gente con la que nos vamos tropezando por la calle o en nuestra vida social, ya nos costará más. Cuando le ponemos rostro a ese amor, cuando le ponemos nombre y apellidos a las personas a las que tenemos que amar, cuando las contemplamos con sus luces o con sus sombras hay que hacer un esfuerzo para vivir un amor como el que nos enseña Jesús.
Nos habla Jesús de quienes nos ofenden o hacen daño, de aquellos que quizá nos caen mal o son exigentes con nosotros y nos reclaman, o de aquellos a los que podríamos considerar enemigos y nos pone la antítesis de lo que habitualmente hacemos y de lo que quiere El que aprendamos a hacer. ‘Habéis oído que se dijo… yo, en cambio, os digo…’ ¡Con qué autoridad nos habla Jesús! Puede hacerlo. Es nuestro Maestro. Es el Verbo de Dios, la Palabra de Dios.
‘No hagáis frente al que os agravia…’ Es una nueva manera de hacer las cosas. Es la respuesta del amor a la violencia. Es la respuesta de la generosidad frente a la exigencia y al egoísmo. Es la respuesta de la concordia frente al que quiere dividir o enfrentar. Es la respuesta del amor y del perdón a la venganza o al resentimiento. Desarmemos las armas de la violencia, del egoismo, de la división o de la venganza con el bálsamo del amor, de la generosidad y del perdón.
Rompe Jesús la ley del talión para sembrar en nosotros unas actitudes nuevas de amor, generosidad, misericordia y compasión. Aunque solemos considerar la ley del talión como una concesión a una venganza sin límites que aparentemente me diera derecho en la venganza a hacer todo el daño posible a quien me haya tratado mal, realmente la ley del talión, entendámoslo bien, ya era en sí una limitación a esa venganza ilimitada, porque en justicia sólo se podría hacer daño al otro en la misma medida en que me haya hecho daño a mí. De ahí lo del ‘ojo por ojo y diente por diente’. Pero Jesús quiere romper totalmente esa espiral de venganza justiciera y de violencia, poniéndonos en camino de otras actitudes de misericordia, compasión y perdón, nacidas de un amor verdadero.
‘Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen…’ No cabe en el camino del Reino el odio y el rechazo del otro porque no sea del grupo de los amigos o de los que piensen o actúen como yo. El amor ha de tener una categoría universal y nadie puede quedar excluído. Y si aún te cuesta amar al otro cuando le has puesto nombre y puede resultar ser un enemigo o contrincante, reza por él. Cuando se sea capaz de rezar por el otro aunque no sea de mis amigos, o incluso de mis enemigos, ya estaré comenzando a ponerle en mi corazón y al final terminaré amándole. Claro que cuando entramos en estas categorías del amor se están comenzando a desaparecer las listas de los considerados como enemigos, porque a quien se ama nunca se le podrá ya considerar como un enemigo.
Y es que hay una razón muy poderosa. Esas personas están en el corazón de Dios, son amados de Dios, porque Dios ama a todos, ¿por qué no les voy a amar yo también? Intentemos, pues, irlos poniendo en nuestro corazón, en nuestras entrañas, siendo capaces de ponerles en nuestra oración, y así llegaremos amar también entrañablemente como nos ama Dios. ‘Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos’.
Son las sublimidades del amor cristiano, de un amor al estilo del amor de Jesús. Es así el amor que Dios nos tiene. Es así la ternura de Dios, de un Dios que nos ama desde lo más hondo de sus entrañas, nos ama entrañablemente. ‘El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas… como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles’. Así hemos rezado en el salmo. Que no sean solo unas palabras que hayamos dicho, sino que sea algo que tengamos bien anclado en nuestra vida.
Es lo que recordamos al principio y nos decía Jesús. ‘¿Qué hacéis de extraordinario? ¿Qué premio tendréis si solo amáis a los que os aman…’ De ahí esa invitación de Jesús que nos hace entrar en un camino de mayor perfección y santidad, que es entrar en un camino de mayor amor, de más misericordia y compasión. ‘Seréis santos, porque yo, el Señor, soy santo… y no odiarás sino amarás, no guardarás rencor sino que al menos amarás a tu hermano como a ti mismo’, como decía el Levítico.
Aunque Jesús, cuando nos propone ese camino de perfección como la del Padre del cielo, nos llegará a decir que tenemos que amar como El nos ha amado. Y entonces sí entenderemos toda esa sublimidad del amor que nos pide Jesús. Es que no vamos a hacer otra cosa que amar con su amor. Será su Espíritu en nosotros quien nos dé fuerza y haga posible en nosotros un amor así
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