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jueves, 24 de febrero de 2011

Toda Sabiduría viene de Dios


Eclesiástico, 5, 1-10;

Sal. 1;

Mc. 9, 40-49

Durante esta semana hemos venido escuchando en la primera lectura un libro del Antiguo Testamento, el Eclesiástico. Forma parte de los llamados libros sapienciales y nos va ofreciendo unas reflexiones llenas de sabiduría que ayudan al creyente en su camino de fe.

‘Toda Sabiduría viene de Dios’, escuchábamos en el primer versículo del primer capítulo. Esto podría ser una invitación a que pidamos esa sabiduría de Dios. Nosotros como cristianos sabemos que es un don del Espíritu Santo y por eso lo hemos de invocar. Ese don de Sabiduría que nos ayude a conocer y saborear todo el misterio de Dios; ese don de Sabiduría que abra nuestro corazón a Dios y a su Palabra para que en verdad siempre podamos seguir su camino de santidad, su camino de salvación.

‘La sabiduría instruye a sus hijos, estimula a los que la comprenden…’ escuchábamos ayer, ‘los que la retienen consiguen la gloria del Señor, y el Señor bendecirá su morada’. Que así nos veamos bendecidos del Señor, que así en todo busquemos siempre la gloria del Señor, que adquiramos esa sabiduría que nos lleve siempre hasta Dios.

En el texto que hoy hemos escuchado por una parte nos previene para que no apeguemos el corazón a las riquezas, llenándonos de orgullo y prepotencia porque queramos apoyarnos en esas cosas materiales que podamos tener. ‘No confíes en tus fuerzas, nos dice, para seguir tus caprichos; no sigas tus antojos y codicias ni camines según tus pasiones…’

Por otra parte nos previene también para no caer en el pecado de la presunción[1], la excesiva confianza en la misericordia del Señor, que me lleva a permanecer en mi pecado sin hacer nada por convertirme al Señor pensando que como es misericordioso al final me perdonará siempre. Confianza en la misericordia de Dios hemos de tener y mucha, pero precisamente ese confiar en la misercordia del Señor tiene que llevarme a convertirme al Señor, a volver mi corazón a El, alejándome de todo pecado.

‘No te fies…, nos dice, pensando, es grande su compasión y perdonará mis muchas culpas… no tardes en volverte a El ni des largas de un día para otro…’ La consideración del amor infinito y misericordioso de Dios siempre tiene que llevarnos a la conversión, porque ese amor exigirá la respuesta de mi amor.

Fijémonos brevemente en el evangelio hoy proclamado. Podríamos decir que el seguimiento de Jesús lleva a la convivencia fraterna de todos los seguidores en una vida de comunión. Una vida asentada sobre la base del amor. Amor que nos hace generosos y serviciales y amor que buscará todos los medios por una parte para arrancar de si todo lo malo y por otra para evitar todo lo que pueda hacer daño a los demás.

Generosos y serviciales en el amor, sabiendo que cualquier cosa buena que hagamos a los otros, por muy pequeña que nos parezca, tiene mérito ante Dios y de Dios alcanzará premio y recompensa. Nos habla del vaso de agua dado por amor. tendríamos que recordar aquí aquello otro que nos dirá Jesús en el evangelio, que cualquier cosa que hagamos al otro a El se lo estamos haciendo. ‘Estaba sediento, y me diste de beber’, podemos recordar aquí de manera especial por lo del vaso de agua.

Al final del evangelio nos deja una frase como sentencia a la que hemos de saber encontrar su significado. ‘Repartíos la sal y vivid en paz los unos con los otros’. ¿Qué nos querrá decir? Está hablándonos de un compartir desde las cosas más elementales de la vida para que aprendamos a vivir en paz los unos con los otros. Cuando hay amor y generosidad habrá paz y sana convivencia que nos hace felices a todos.



[1] Presunción

"hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la misericordia de divinas, (esperando obtener perdón sin conversión y la gloria de Dios sin mérito) CIC #2092

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