Gén. 11, 1-9;
Sal. 32;
Mc. 8, 34-39
Han hecho los discípulos su apuesta por Jesús cuando han confesado su fe en El por boca de Pedro ‘Tú eres el Mesías’, aunque luego les costara entender lo que les enseñaba de que ‘el Hijo del Hombre había de padecer mucho, condenado y ejecutado para resucitar a los tres días’. Pero ahora Jesús les dice que ese ha de ser su camino si en verdad quieren ser sus discípulos.
‘El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga…’ les dice Jesús. Pero es que de lo que se trata es de alcanzar la vida eterna. No es una meta cualquiera la que queremos alcanzar cuando seguimos a Jesús. No pueden ser sólo palabras sino que tiene que ser la totalidad de la vida la que apueste por Jesús.
Cuando en la vida queremos alcanzar algo que nos gusta y apetecemos mucho no tenemos miedo a los esfuerzos y sacrificios que tengamos que hacer por alcanzarlo porque aquello con lo que soñamos nos hace felices. Son los esfuerzos y entrenamientos que hace un deportista para alcanzar la meta y la corona de gloria humana de ser el vencedor. El que quiere terminar una carrera de estudios porque así se sentirá mejor preparado para luego triunfar en la vida. Así podríamos poner muchos otros ejemplos de esfuerzos por conseguir cosas nobles y también de esfuerzos por alcanzar otras cosas que quizás no sean tan buenas, pero que se hacen apetecibles en la vida.
Eso mismo tenemos que pensarnoslo en el camino de nuestra fe, de nuestra vida cristiana y del seguimiento de Jesús. Porque la fe o la vida cristiana no es un barniz externo que le ponemos a la vida, sino que tiene que ser algo hondo que envuelva todo nuestro ser y existir. Como decíamos, aspiramos a alcanzar la vida eterna y ésta sí que es una meta bien alta. Aunque no se trata de la negación por sí misma, eso de negarnos por negarnos, sino que es aspirar a lo alto y a lo grande. Y encerrados en nosotros mismos pocas metas podemos alcanzar. Y el salir de nosotros mismos para mirar la vida y a los otros de una manera distinta en que no sea nuestro yo egoísta el centro de todo, es algo que nos exigirá esfuerzo, ‘tomar la cruz de cada día’, que nos dice Jesús.
Nos dice algo serio que tendría que hacernos pensar mucho. Este pensamiento es el que llevó a muchos hombres y mujeres a plantearse la vida de una forma distinta y aspirar seriamente a la santidad. ‘¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?’. De nada nos valen las vanidades del mundo si al final perdemos lo que es realmente importante. Por eso aprendemos a decirnos no, a caminar siguiendo los pasos de Jesús, pasos que aunque vayan bajo el peso de la cruz, no son negativos sino pasos de vida. Será en ese estilo donde podremos llenar de vida nuestro mundo. Es el estilo del amor y de la entrega que dará un sabor nuevo a todas las cosas.
Este apostar por Jesús y por seguir su camino entraña el que estamos dispuestos a dar la cara por El. ‘Quien se averguence de mí y de mis palabras en esta época descreída y malvada, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus ángeles’. Pareciera que nos está hablando Jesús para nuestra época. No es fácil en esta época descreída, dar la cara por nuestra fe. Pero bien sabemos que la luz no se puede ocultar debajo del celemín, sino que tiene que ponerse bien alta para que alumbre. No nos entenderán, nos costará manifestarnos como creyentes y creyentes comprometidos, pero el mundo necesita nuestro testimonio. Tenemos que ser testigos no vergonzantes sino valientes.
Hay lugares en nuestro mundo en que manifestarse como cristianos, dar señales externas de la fe cristiana puede costar incluso la vida. Son cosas que pasan hoy y son los testigos y los mártires de nuestro tiempo. Que tengamos nosotros siempre la valentía de proclamar abiertamente nuestra fe.
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