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jueves, 3 de septiembre de 2009

Colosas una comunidad estimulada por la carta del apóstol

Col. 1, 9-14
Sal. 97
Lc. 5, 1-11


La carta a los Colosenses que hemos comenzado a escuchar desde ayer en la lectura continuada de la liturgia es un texto muy alentador y muy lleno de esperanza. Cuando el apóstol escribe a aquellas comunidades donde él ha anunciado el evangelio, aunque en ocasiones tenga que corregir y llamar la atención sobre cosas que hay que mejorar en la comunidad, sin embargo lo que pretende es dar ánimos valorando todas las cosas buenas de aquella comunidad, como su acogida de la Palabra de Dios que hicieron cuando se les anunció.
Da gracias el Apóstol al Señor por la fe, el amor y la esperanza que anima a aquella comunidad. ‘Damos gracias a Dios Padre… desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo y del amor que tenéis a todo el pueblo santo… os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos… desde el día en que escuchasteis y comprendisteis de verdad lo generoso que es Dios’.
Por eso pide el que cada día vayan creciendo más y en el conocimiento de Dios y sus designios: ‘un conocimiento perfecto de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual’. Es el conocimiento del Evangelio, el conocimiento de Cristo, que se traducirá luego en una conducta agradable al Señor y en los frutos de buenas obras. ‘De esta manera vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaréis en toda clase de obras buenas…’ Siempre el conocimiento de Dios, de su voluntad, de lo que nos dice el evangelio ha de reflejarse en la vida, en la conducta.
Y eso se expresa además mediante las buenas obras. Nunca podremos separar nuestra fe del conjunto de nuestra vida. Esa fe que tenemos en Dios no es sólo un acto religioso que realicemos en unos momentos determinados, sino que se va manifestando en todo lo que es nuestra vida; de ahí nuestra conducta y de ahí el compromiso de nuestras obras de amor.
Pero además esto nos dará fuerza para enfrentarnos a las dificultades que vamos encontrando en nuestra vida. Son como pruebas que tenemos que superar. Muchas veces pueden ser incluso cosas molestas, sacrificadas. Pero ahí tiene que verse nuestra paciencia. Como dice el apóstol: ‘El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad’. No es un soportarlo porque no quede más remedio. Es que esos sufrimientos se han de vivir de una forma distinta, ‘con alegría dando gracias a Dios Padre que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz’.
¿Cómo no vivirlo con alegría sabiendo lo que el Señor ha hecho por nosotros, sabiendo lo que significa la redención que Cristo nos ofrece cuando ha derramado su sangre por nosotros? Nos ha sacado de las tinieblas para llevarnos a la luz; nos ha sacado del reino de la esclavitud y del pecado, para conducirnos a la vida y a la salvación. ‘El nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados’.
Esto que les decía san Pablo a los cristianos de Colosas, admirando su fe, su entrega, la buena respuesta que dieron al evangelio que les anunció, nos lo dice a nosotros también. Es nuestra tarea ese crecimiento de nuestra fe, de nuestro conocimiento de Cristo y de su Evangelio. Es en algo en lo que tenemos que estar empeñados siempre tengamos la edad que tengamos, porque ese es un conocimiento que no se agota.
Es nuestra tarea el crecimiento de nuestra fe, de nuestro amor y de nuestra esperanza. Queremos vivir en su Reino. Escuchamos su Palabra cada día porque cada día queremos mejorar la pertenencia a su Reino. Y tenemos la esperanza de que un día lo alcanzaremos en plenitud. Es la esperanza de la vida eterna, es la esperanza del cielo con la que vivimos, nos esforzamos, luchamos superándonos cada día más y mejor. Es la fuerza que recibimos para aceptar pacientemente sufrimientos, luchas, problemas, dificultades. La meta a la que aspiramos, el cielo que deseamos bien merece la pena pasarlo todo. Porque eso en nuestra esperanza hemos de estar también alegres en el Señor.

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