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miércoles, 2 de septiembre de 2009

El Reino de Dios en medio de nosotros: renacimiento de la fe y espíritu de servicio

Col. 1, 1-8
Sal. 51
Lc. 4, 38-44


‘El Señor me ha enviado para anunciar el evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad’. Ha sido la antífona del aleluya antes de la proclamación del evangelio. Resuenan estas palabras escuchadas hace pocos días cuando Jesús proclamó la lectura de Isaías en la sinagoga de Nazaret. El programa de la misión de Jesús que ya lo hemos visto realizando en su continuo actuar.
En la sinagoga de Cafarnaún anunciaba el Reino de Dios enseñando a la gente. Pero a sus palabras, ante las que se quedaban sorprendidos sus oyentes, acompañan los signos. Los signos de que el Reino de Dios se estaba ya realizando en medio de ellos. Arranca el mal del corazón de aquel hombre poseído por el espíritu maligno.
A continuación le vemos ir a la casa de Simón, donde su suegra estaba en cama con fiebre, y Jesús la levanta de su postración y enfermedad. Más tarde vendrán todos trayendo enfermos ‘con el mal que fuera’, dice el evangelista. Y Jesús los va curando a todos; ‘y El, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando’.
Un detalle que merece comentar. Dice el evangelista que ‘al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban’. Probablemente el día en que Jesús había enseñado en la sinagoga era sábado. Era el día del descanso y no se podía realizar ningún trabajo, luego no podían cargar con los enfermos para traérselos a Jesús. Por eso esperan a la puesta del sol, porque una vez caída la tarde se acababa el sábado, porque los judíos computaban el día desde el momento en que se ponía el sol. Por eso es ahora cuando ha terminado el sábado cuando se los traen.
Con esos milagros se Jesús se están dando las señales del Reino de Dios. Un Reino de Dios que afecta a toda la persona, que tiene que manifestarse en toda la persona. Desde lo más hondo nos sentimos transformados para reconocer la presencia y la acción de Dios, pero también nos sentiremos liberados de los males más profundos que nos afectan, y que muchas veces se pueden manifestar también en esos males que sufrimos en nuestro cuerpo.
Ya en el evangelio vemos como esas señales de la pertenencia al Reino de Dios se van manifestando. ‘Jesús, de pie a su lado, increpó a la fiebre y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles’. Y por otra parte veremos que ‘de muchos de ellos salían también los demonios y gritaban: Tú eres el Hijo de Dios’. Dos cosas, un reconocimiento de fe en Jesús: ‘Tú eres el Hijo de Dios’, por otro lado, una actitud de servicio que surgen en el corazón de la persona que ha sido liberada de su mal.
Fe y servicio, expresiones de que se quiere vivir ya en ese Reino de Dios. Fe y servicio que provocarán que la gente quiera estar con Jesús, seguirle o que su presencia no falte en medio de ellos. ‘La gente lo andaba buscando – El al amanecer se había ido a un lugar solitario -, dieron con El e intentaban retenerlo para que no se fuese’. Pero Jesús tenía que seguir anunciando el Reino de Dios. le veremos incluso lejos de Galilea. ‘Predicaba en las sinagogas de Judea’. Su campo de acción se ampliaba.
Que se den esas señales del Reino de Dios en nosotros porque se avive nuestra fe en Jesús, pero también porque surjan esas actitudes nuevas del amor y del servicio en nuestro corazón y en nuestra vida. Pero también nosotros nos sentimos llamados y enviados para seguir anunciando ese Reino a los demás, como Jesús, por todas partes. ‘También a los otros tengo que anunciarles el Reino de Dios, para eso me han enviado’. Así nosotros también.

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