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sábado, 5 de septiembre de 2009

Cimentados y estables en la fe, inamovibles en la esperanza

Col. 1, 21-23
Sal. 53
Lc. 6, 1-5


Cuando leemos las cartas de san Pablo a las diversas comunidades a las que escribe podemos tener la tendencia a pensar que dichas comunidades abarcan quizá toda la población donde están asentadas porque todos hayan abrazado la fe. Normalmente no son comunidades grandes aunque sí lo sean de gran vitalidad, pero viven en medio de una población que en su mayoría no han abrazado la fe en Jesús y no siempre les es fácil el testimonio en medio de un mundo pagano adverso o incluso en medio de comunidades judías que aún no han aceptado a Jesús que Mesías Salvador.
Estas cartas del apóstol, aunque en ocasiones tratan de corregir y orientar en problemas concretos a los que se enfrentan aquellas comunidades en su propio seno, una de los principales fines es alentarles en la fe, animarles mantenerse firme en medio de las adversidades en que se puedan encontrar y hacerles llegar el mensaje del Evangelio en el que han de ir profundizando más y más.
Este puede ser el caso de la carta a los Colosenses que estamos escuchando en estos días y que comentamos. ‘La condición es, les dice, que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza que escuchasteis en el Evangelio’. Importante el mensaje de aliento que trata de trasmitirles. ‘Cimentados y estables en la fe… inamovibles en la esperanza’. Esa fe que recibieron al escuchar el Evangelio y adherirse a Jesús confesándolo como su Salvador.
Si estamos situados en un lugar inestable y en continuo movimiento, lo normal es que perdamos el equilibrio y tengamos el peligro de caernos, así como se caen las cosas que estén en ese lugar y no firmemente sujetas. Lo mismo un edificio si no está suficientemente cimentado ante cualquier movimiento telúrico fácilmente se nos viene abajo. Pero eso que sucede en la materialidad de las cosas, nos sucede también a las personas. Una persona madura decimos es una persona segura, con convicciones fuertes, que sabe lo que quiere y hacia lo que va. Podrán venirle situaciones difíciles pero se sentirá segura y firme para no dejarse arrastrar por ese torbellino de los problemas.
Pero todo eso también tenemos que decirlo en el orden de la fe y de la vida cristiana. ¿Seremos en verdad personas maduras en la fe? ¿Nuestras convicciones son firmes? ¿Sabremos hacer frente a los peligros que como vientos huracanados vienen contra nuestra fe y nuestra vida cristiana desde diversos frentes? ¿O andaremos titubeantes y dejándonos llevar como veletas por la primera opinión en contrario que llegue a nosotros?
Creo que tenemos que preocuparnos de tener una fe madura y bien formada. Como solemos decir, no nos vale simplemente la fe del carbonero. No nos vale decir esto siempre ha sido así o así me lo enseñaron aunque yo ahora no sepa dar razón de ello. Hemos de preocuparnos de formarnos, de ahondar en nuestra fe, de crecer en el conocimiento del Evangelio. Hemos de saber aprovechar todo medio bueno que esté a nuestro alcance para ese crecimiento de nuestra fe.
Pero cuánto le cuesta a la mayoría de los cristianos acudir a una charla de formación, enrolarse en un grupo cristiano de profundización en la fe, o en un catecumenado o catequesis de adultos. Nuestro conocimiento de nuestra fe, y a la larga las manifestaciones de la misma en nuestra vida, se nos ha quedado en la catequesis que de niño recibimos para la primera comunión. Hemos madurado en otras cosas pero no hemos madurado en nuestra fe.
Y como decíamos muchos vientos tenemos en contra ante los cuales tendríamos que saber sentirnos seguros. Vientos de tentaciones de todo tipo, que nos pueden llevar al pecado o que nos pueden hacer poner en duda nuestra fe. Vientos que provienen a veces de nosotros mismos que queremos hacer una fe a nuestro gusto o nuestro capricho. Vientos que recibimos del ambiente que nos rodea, del materialismo con que se vive la vida, dejando de lado todo lo que suene a espiritual o religioso.
Vientos de un sincretismo donde lo mezclamos todo o todo nos parece igual de bueno; nos dicen todas las religiones son iguales, ¿por qué tengo que ir a enseñar a otros mi fe cristiana? ¿por qué no los dejamos en sus creencias? Lo que significaría que no estamos tan seguros y tan bien cimentados en la fe en Jesús como nuestro único Salvador, Dios con nosotros que nos manifiesta todo el amor del Padre que nos hace hijos de Dios.
Vientos de la rutina y del costumbrismo, en que caemos luego en una frialdad y una indiferencia que poco a poco nos puede llevar a abandonar la fe. Vientos de un ateismo circundante práctico donde se prescinde de Dios en la vida y el hecho religioso se trata de ocultar o reducir a ámbitos meramente privados.
Todo esto nos está pidiendo esa buena cimentación de nuestra fe que les pedía el apóstol a los cristianos colosenses. ‘La condición es que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza que escuchasteis en el Evangelio’. Que así sea nuestra fe y nuestra esperanza.

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