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domingo, 6 de septiembre de 2009

Complejos, discapacidades, barreras de las que nos cure o libere el Señor


Is. 35, 4-7;
Sal. 145;
Sant. 2, 1-5;
Mc. 7, 31-37


‘Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos’.
Fue la reacción de la gente. Un milagro que contemplamos hoy en el evangelio que nos hace comprender que Jesús hace lo anunciado por los profetas. ‘Mirad que viene nuestro Dios… se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará’.
Recordamos que cuando Juan, el Bautista, está en la cárcel prisionero de Herodes mandó a sus discípulos a preguntar ‘¿eres tú el que ha de venir, o sea tu eres el anunciado por los profetas como Mesías de Dios, o hemos de esperar a otro?’ Ya sabemos la respuesta de Jesús que, después de hacer milagros curando enfermos, les dice a los embajadores de Juan: ‘Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído…’
Signos de la llegada del Señor con su salvación. Alegría porque la transformación es tan grande como que el desierto y el páramo se conviertan en vergel porque lo surcan abundantes corrientes de agua. Nos lo decía hoy también Isaías. ‘Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramos será un estanque, lo reseco un manantial’.
Pero, ¿qué tendremos que transformar en nuestra vida o cuáles son los males de los que el Señor habrá de curarnos? Eso mismo que hemos escuchado en el evangelio tendría, tiene que realizarse hoy en nosotros. Sí, hemos de decir como Jesús en la Sinagoga de Nazaret: ‘Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír’. Tiene que ser lo que vivimos y celebramos.
Jesús curó a un hombre con una tremenda discapacidad que le impedía mantener una relación normal y fluida con las demás personas. Era un sordomudo. Si eso sigue sucediendo hoy con tantos tipos de discapacidades que aíslan, crean barreras, incomunican y hasta pueden llevar a una minusvaloración de los que padecen tales discapacidades, cómo sería en aquella época y aquella cultura. No podemos culpabilizar lo sucedido entonces porque es consecuencia de sus costumbres y la cultura de una época; pero sí tendríamos que sacar lecciones para que en nuestra época no sigan sucediendo ese tipo de cosas. Ese cambio de mentalidad en nosotros podría ser un primer fruto de la reflexión en torno a la Palabra de Dios que nos estamos haciendo.
Pero creo que podríamos ahondar más para ver nuestras propias discapacidades que también nos aíslan, los complejos que nos encierran, las barreras que siguen existiendo en nuestra vida que nos incomunican porque nos impiden acercarnos a los demás, o porque impiden que los demás se acerquen a nosotros. Tendríamos que reflexionar seriamente sobre ello y pensar en cosas concretas en nuestra vida.
Dejemos que el Señor venga y nos imponga sus manos, como le pedían que hiciera con aquel sordomudo del evangelio; que toque nuestros oídos o nuestra lengua; nos tienda la mano para levantarnos de la postración e invalidez, no ya de nuestro cuerpo sino de nuestro espíritu. Que con la fuerza del Señor sepamos ir siempre al encuentro de los demás, rompamos esas barreras y nos liberemos de tantas ataduras.
Podríamos decir, por ejemplo, que nos falta amor y llenamos nuestra vida de prejuicios contra los demás. Son barreras que nos creamos. Yo no tengo prejuicios, yo no soy racista, o yo no desprecio a nadie, saltamos a decir enseguida. Pero preguntémonos sinceramente si nuestros juicios hacia los otros son siempre limpios, o si acaso más bien lo que hacemos cuando pensamos algo de los demás no será su historia, o su supuesta historia como nosotros nos la hayamos imaginado, lo primero que veamos en el otro. Es que es así, que hizo esto o lo otro, que proviene de tal familia o aquel lugar, o cuando no, sentimos prevención hacia su cultura o su estilo de vida y, aunque lo tratemos de disimular, el color de su piel.
¿No nos faltará entonces amor? ¿No tendría el Señor algo de lo que liberarnos? Así podemos pensar en muchas cosas y situaciones. Lo vemos y lo oímos cada día a nuestro alrededor y fácilmente nos dejamos influir por esas actitudes y posturas.
Jesús libera de la traba de su lengua a aquel sordomudo y abre sus oídos y enseguida comenzó a comunicarse con los demás y también a comunicar lo que el Señor había hecho con él. Que se suelten también las trabas que tenemos en la vida. Que nunca más nos encerremos en nosotros mismos. Que el amor abra nuestro espíritu para acercarnos más a los demás, parea mejor comunicarnos y aprendamos a caminar juntos en la vida. No caminemos nunca solos como si nosotros fuéramos los únicos que hay en el mundo. Es una tentación.
Por otra parte podemos pensar en más cosas. En el mundo en el que vivimos se han inventado mil redes de comunicación y podemos comunicarnos con alguien del otro lado del mundo con toda facilidad o sabemos lo que sucede en cualquier lugar del planeta al instante, pero quizá no nos comunicamos con el que está a nuestro lado y no sabemos, o no queremos saber, el problema que hace sufrir al que está sentado en la silla de al lado o vive enfrente de mi casa. ¿No seremos también sordomudos que queremos serlo para evitar una comunicación de corazón con el que está cerca de nosotros?
Mucho tiene que transformar el Señor en nuestro corazón y en nuestra vida. Que ponga su mano sobre nosotros para que nos cure. Es lo que el Señor hoy quiere realizar en nosotros. Ojalá al final podamos decir: ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabamos de oír’.

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