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martes, 1 de septiembre de 2009

Cristo es nuestra luz, vivamos como hijos de la luz

1Tes. 5, 1-6.9-11
Sal. 26
Lc. 31-37


“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?’ Así rezamos con el salmo. Así lo proclamamos con toda convicción. Cristo es nuestra Luz. Con El nos sentimos seguros, iluminados, con esperanza, renovados, llenos de vida nueva, llenos de luz. Nada tememos porque El es nuestra fuerza, ‘la defensa de mi vida’.
La imagen de la luz es muy repetida en el evangelio para significar nuestro encuentro con Jesús. Encontrarnos con Él es dejarnos iluminar por su luz. El que acepta a Jesús se llena de su luz. Es la fe que ilumina nuestra vida. Es el sentido nuevo de la vida que encontramos en Jesús. Es una nueva manera de vivir cuando nos iluminamos por su luz, cuando nos dejamos inundar por su luz.
En el Evangelio Jesús nos dice que El es la luz del mundo. De eso nos habló también el inicio del evangelio de san Juan, diciéndonos que la Palabra es la Luz que viene a iluminarnos. ‘La luz verdadera que ilumina a todo hombre…’ La luz que nos salva y nos llena de vida. Pero también nos habla de que las tinieblas rechazaron la luz, no quisieron recibir la luz. ‘La luz brilla en las tinieblas pero las tinieblas no la recibieron… vino a los suyos pero los suyos no lo recibieron’.
San Pablo hoy en la carta a los Tesalonicenses nos dice que nosotros no vivimos en las tinieblas sino en la luz desde que nos hemos encontrado con Cristo. ‘Vosotros, hermanos, no vivís en las tinieblas… porque todos sois hijos de la luz e hijos del día…’
Ser hijo de la luz nos exige el cuidar esa luz para no perderla. Por eso nos invita a estar atentos, vigilantes. ‘Así, pues, no nos durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente’.
El que camina en la luz camina con seguridad. La fe da seguridad a nuestra vida, nos da fortaleza en nuestras convicciones, en nuestro seguimiento de Jesús. El que camina en medio de las tinieblas de la noche lo hace con miedo porque no sabe lo que se puede encontrar, o los peligros que acechan detrás de esa oscuridad. Pero si caminamos con la luz ya no tenemos miedo.
El que camina con la luz camina con esperanza. Sabemos el Camino; Cristo es el camino. Sabemos a donde vamos. Tenemos la seguridad de la salvación que ya Cristo nos ha ganado. ‘Porque Dios no nos ha destinado al castigo sino a la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo: el murió por nosotros para que vivamos con El’. Salvación que nos lleva a vivir en Cristo y con Cristo. Por eso podíamos decir con el salmo: ‘Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida’. Es la esperanza que anima nuestra vida cristiana. Es la esperanza de la vida eterna.
El que camino con la luz camina realizando las obras del amor. Nos decía san Pablo: ‘Por eso, animaos mutuamente, y ayudaos unos a otros para crecer, como ya lo hacéis’. Animarnos mutuamente en el amor, ayudándonos, queriéndonos, haciéndonos el bien. En nosotros tiene que resplandecer de manera especial el amor. Es ese blando deslumbrador que con luz se hace aún más brillante.
Cristo que viene a nosotros con su luz lo contemplamos hoy en el evangelio que llega a Cafarnaún trasmitiendo esa luz de la vida. ‘Bajó a Cafarnaún, y los sábados enseñaba a la gente… y se quedaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad’. Pero a las palabras de Jesús acompañan las obras. Hay ‘un hombre que tenía un demonio inmundo…’ Jesús le increpa para expulsarlo: ‘¡Cierra la boca y sal!’ Y aquel hombre se vio liberado del espíritu inmundo. La gente sigue admirada porque está viendo la fuerza de la Palabra de Jesús, de la Palabra de Dios. ‘¿Qué tiene su palabra?’ se preguntaban. Era una palabra de vida y de salvación. Era una palabra de luz y de vida. Era la Palabra salvadora de Jesús.
Dejémonos iluminar por esa Palabra. Que nos llenemos de su luz. Que no dejemos que las tinieblas nos cerquen. Hay que estar vigilantes. ‘Que nos os sorprenda como un ladrón’; así está la tentación acechándonos continuamente. Por eso caminemos siempre a la luz del Señor, porque son su luz nada hemos de temer.

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