Un
camino de liberación, un camino de pascua que al final nos llenará de los
resplandores de la nueva luz de la resurrección
1Samuel 16, 1b. 6-7. 10-13ª; Sal 22; Efesios
5, 8-14; Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38
Un camino de
liberación como siempre lo es todo encuentro con Jesús. Y es que en la vida
andamos con muchas ataduras, muchas cosas de nuestro entorno o que nos creamos
nosotros mismos que nos llenan de limitaciones y esclavitudes. Allí está un
ciego con su limitación, con su discapacidad, es ciego de nacimiento, no ha
sabido nunca lo que es la luz. Pero en torno a él vemos muchas otras
limitaciones, manipulaciones que nos hacemos los hombres porque nos encerramos
en nuestras dudas o en nuestras interpretaciones de las cosas que también nos
impiden ver la luz de la grandeza humana, de lo que Dios nos regala, de esa
libertad nueva que podemos encontrar desde lo más hondo de nosotros mismos.
Allí estaba
aquella interpretación que aparece ya en los propios discípulos de Jesús, pero
que era muy habitual, de considerar que la enfermedad es un castigo, es la
consecuencia de un pecado. Jesús quiere abrirnos los ojos, aquel hombre ha
nacido ciego para que seamos capaces de ver las obras maravillosas de Dios.
Por eso la
presencia de Jesús es liberadora. Nadie le ha pedido que cure de su ceguera a
aquel hombre, pero Jesús quiere poner signos de liberación en la vida. Y el
hombre se confía, ya es importante ese hecho, se deja hacer por Jesús que le
pone barro en los ojos, camina hasta Siloé para lavarse, recobra la luz para
sus ojos, pero comienza también su espíritu a ver una nueva luz. Con todo lo
que a continuación le va a suceder, entre las preguntas de los dirigentes, las
desconfianzas de la gente, los miedos de sus propios padres, él sigue creyendo
que quien hizo que recobrara la vista tiene que venir de Dios, y se enfrentará
a todos, y hasta sufrirá la expulsión de la sinagoga, ser considerado incluso
como un maldito. Pero ha recobrado su dignidad.
Comienzan a
aparecer las cegueras alrededor, desde los que niegan que Jesús pudiera
realizarlo porque lo ha realizado en sábado y la ley está por encima de toda
obra buena que podamos realizar y la ley así mirada se convierte a la larga en
una esclavitud, desde los que se llenan de miedos y cobardías y no llegan a dar
la cara por aquel hombre. Cuántas veces nos sentimos así coartados, con dudas
que no queremos resolver bien, con miedos, con ataduras, con cobardías, no
damos la cara, nos echamos para detrás, o no somos capaces de dar el paso
adelante para comenzar a confiar, para dar un cambio en nuestra vida y
preferimos seguir en lo de siempre.
Y aquel
hombre aún no sabía quién lo había curado pero seguía confiando en quien le
había abierto los ojos, que no solo fueron los de su rostro, sino una nueva
forma de mirar, una libertad interior para expresar lo que sentía; se sentía ya
un hombre nuevo y distinto, había comenzado a confiar cuando se dejó hacer por
quien no conocía, y ahora seguía confiando en lo que era la obra de Dios.
Cuando de nuevo se encuentre con Jesús y ya sus ojos lo puedan contemplar hará
una rotunda confesión de fe para no volver atrás.
Tenemos que
dejarnos encontrar por Jesús y confiar. No permitir que se nos metan los miedos
y las dudas en el alma. Tenemos que arriesgarnos. Dejar que Jesús toque la fibra
de nuestra alma, allí quizá donde más nos duele, allí donde se nos recuerda
cuántas han sido las ataduras que hemos vivido en nuestra vida, allí donde se
nos recuerdan sufrimientos que no son solo los padecimientos corporales que
hayamos sufrido sino otros que llevamos en el fondo del alma y que queremos
muchas veces disimular o acallar pero que no nos han dejado ser todo lo que
tendríamos que haber sido, que nos han impedido esa plenitud de felicidad a la
que realmente estamos llamados; pasiones ocultas que no hemos sabido superar,
resentimientos y rencores que no hemos llegado a curar, desconfianzas hacia los
que nos rodean que muchas veces nos han aislado, errores que hemos cometido y
que en nuestro orgullo no hemos querido reconocer.
Dejemos que
Jesús ponga su mano sobre nosotros, nos ponga ese lodo que parece que nos
mancha, pero que va a ser camino de ir a Siloé, de ir a lavarnos en el agua que
Jesús nos ofrece, en la Sangre del Cordero que hará que al final nuestras
vestiduras aparezcan blancas y resplandecientes porque en la misericordia del
Señor hemos sido lavados y liberados. También tenemos que hacer el proceso, dar
los pasos necesarios, ponernos en camino hacia ese encuentro con Jesús,
verdadera liberación de nuestra vida. Encontraremos la verdadera dignidad.
Es el camino
hacia la pascua que vamos realizando en esta Cuaresma que al final nos llenará
de los resplandores de la resurrección.
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