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domingo, 19 de marzo de 2023

Un camino de liberación, un camino de pascua que al final nos llenará de los resplandores de la nueva luz de la resurrección

 


Un camino de liberación, un camino de pascua que al final nos llenará de los resplandores de la nueva luz de la resurrección

1Samuel 16, 1b. 6-7. 10-13ª; Sal 22; Efesios 5, 8-14; Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38

Un camino de liberación como siempre lo es todo encuentro con Jesús. Y es que en la vida andamos con muchas ataduras, muchas cosas de nuestro entorno o que nos creamos nosotros mismos que nos llenan de limitaciones y esclavitudes. Allí está un ciego con su limitación, con su discapacidad, es ciego de nacimiento, no ha sabido nunca lo que es la luz. Pero en torno a él vemos muchas otras limitaciones, manipulaciones que nos hacemos los hombres porque nos encerramos en nuestras dudas o en nuestras interpretaciones de las cosas que también nos impiden ver la luz de la grandeza humana, de lo que Dios nos regala, de esa libertad nueva que podemos encontrar desde lo más hondo de nosotros mismos.

Allí estaba aquella interpretación que aparece ya en los propios discípulos de Jesús, pero que era muy habitual, de considerar que la enfermedad es un castigo, es la consecuencia de un pecado. Jesús quiere abrirnos los ojos, aquel hombre ha nacido ciego para que seamos capaces de ver las obras maravillosas de Dios.

Por eso la presencia de Jesús es liberadora. Nadie le ha pedido que cure de su ceguera a aquel hombre, pero Jesús quiere poner signos de liberación en la vida. Y el hombre se confía, ya es importante ese hecho, se deja hacer por Jesús que le pone barro en los ojos, camina hasta Siloé para lavarse, recobra la luz para sus ojos, pero comienza también su espíritu a ver una nueva luz. Con todo lo que a continuación le va a suceder, entre las preguntas de los dirigentes, las desconfianzas de la gente, los miedos de sus propios padres, él sigue creyendo que quien hizo que recobrara la vista tiene que venir de Dios, y se enfrentará a todos, y hasta sufrirá la expulsión de la sinagoga, ser considerado incluso como un maldito. Pero ha recobrado su dignidad.

Comienzan a aparecer las cegueras alrededor, desde los que niegan que Jesús pudiera realizarlo porque lo ha realizado en sábado y la ley está por encima de toda obra buena que podamos realizar y la ley así mirada se convierte a la larga en una esclavitud, desde los que se llenan de miedos y cobardías y no llegan a dar la cara por aquel hombre. Cuántas veces nos sentimos así coartados, con dudas que no queremos resolver bien, con miedos, con ataduras, con cobardías, no damos la cara, nos echamos para detrás, o no somos capaces de dar el paso adelante para comenzar a confiar, para dar un cambio en nuestra vida y preferimos seguir en lo de siempre.

Y aquel hombre aún no sabía quién lo había curado pero seguía confiando en quien le había abierto los ojos, que no solo fueron los de su rostro, sino una nueva forma de mirar, una libertad interior para expresar lo que sentía; se sentía ya un hombre nuevo y distinto, había comenzado a confiar cuando se dejó hacer por quien no conocía, y ahora seguía confiando en lo que era la obra de Dios. Cuando de nuevo se encuentre con Jesús y ya sus ojos lo puedan contemplar hará una rotunda confesión de fe para no volver atrás.

Tenemos que dejarnos encontrar por Jesús y confiar. No permitir que se nos metan los miedos y las dudas en el alma. Tenemos que arriesgarnos. Dejar que Jesús toque la fibra de nuestra alma, allí quizá donde más nos duele, allí donde se nos recuerda cuántas han sido las ataduras que hemos vivido en nuestra vida, allí donde se nos recuerdan sufrimientos que no son solo los padecimientos corporales que hayamos sufrido sino otros que llevamos en el fondo del alma y que queremos muchas veces disimular o acallar pero que no nos han dejado ser todo lo que tendríamos que haber sido, que nos han impedido esa plenitud de felicidad a la que realmente estamos llamados; pasiones ocultas que no hemos sabido superar, resentimientos y rencores que no hemos llegado a curar, desconfianzas hacia los que nos rodean que muchas veces nos han aislado, errores que hemos cometido y que en nuestro orgullo no hemos querido reconocer.

Dejemos que Jesús ponga su mano sobre nosotros, nos ponga ese lodo que parece que nos mancha, pero que va a ser camino de ir a Siloé, de ir a lavarnos en el agua que Jesús nos ofrece, en la Sangre del Cordero que hará que al final nuestras vestiduras aparezcan blancas y resplandecientes porque en la misericordia del Señor hemos sido lavados y liberados. También tenemos que hacer el proceso, dar los pasos necesarios, ponernos en camino hacia ese encuentro con Jesús, verdadera liberación de nuestra vida. Encontraremos la verdadera dignidad.

Es el camino hacia la pascua que vamos realizando en esta Cuaresma que al final nos llenará de los resplandores de la resurrección.

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